El Pornógrafo del Barrio

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La inquilina le debe y ELLAS tendrán que pagar.
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¡Gracias a Erin con quien tuve la conversación que inspiró esta historia!

Esta es una obra de ficción, escrita con fines de fantasía. Incluye prácticas sexuales y situaciones poco realistas. Si les gustan sus historias eróticas/de sexo basadas más en la realidad, entonces siéntanse libres de ir a otra parte.

Todos los participantes involucrados en escenas sexuales son mayores de 18 años de edad.

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¡La re-puta de su madre! fue lo que pasó por mi cabeza en ese momento. Pero déjenme ponerlos un poco en contexto.

Hola, mi nombre es Gabriel Rodríguez y soy dueño de algunos edificios en mi ciudad.

Verán, en mi juventud tuve una tía con la cual tuve una relación muy cercana. Y cuando digo que era una relación cercana me refiero a que era más cercana de lo que se podría considerar apropiada, especialmente para algunos de los más conservadores. En su juventud mi tía tuvo la gran fortuna de ganar la lotería. Al recibir la plata ella hizo lo que dijo ser "la única cosa de inteligencia que he hecho en toda mi vida," y contrató a un asesor financiero para ayudarle a invertir su nueva riqueza. Él le ayudó a crecer su cartera financiera de tal forma que pasó a no sólo ser rica, si no una multimillonaria. Todo esto sucedió antes de que yo cumpliera cinco años, por lo que para mí ella siempre fue la tía rica y divertida de la familia; el centro de atención, la vida de cualquier fiesta y, por lo consiguiente, la tía con la quien mi madre nunca se llevó bien. Aunque supongo que eso fue más porque mi tía nunca compartió su riqueza de manera extravagante con ella, pero esa es solo mi opinión.

Cuando cumplí 18 años, ella me invitó a celebrar en un antro que era particularmente popular con señoras de su edad. Fue después que descubrí que me llevó con el objetivo de perder mi virginidad con una de sus amigas. Fue de ganancia que la amiga resultó pensando que yo era "muy guapo". Pensándolo ahora mientras escribo, aún la recuerdo con cariño. Su nombre era Norma.

A los pocos días me enteré que esa noche fue la despedida de soltera de Norma y yo fui su "regalo" antes de casarse. La forma en que lo pensó mi tía fue, ¿por qué no regalarle a un chico de 1.80 M y 75 Kg de puro músculo y una infinidad de energía? Y no cabe duda que fue un gran regalo para mí también.

No pasó mucho tiempo después de eso que mi tía comenzó a invitarme a su casa con mayor frecuencia. Siendo yo su ahijado, su favorito, viril y de edad, también era el único capaz de seguirle el paso. Al principio me invitaba a tomar unas copas con sus amigas. Luego, viendo cómo había hecho tan buen trabajo con Norma, me invitaba a hacerle compañía a sus amigas cada vez que mi tía se enganchaba con algún chaval y su amiga no tenía con quien. Pronto, esas "compañías" se convertían en situaciones donde cada uno de nosotros nos retirábamos a nuestras respectivas habitaciones de su enorme apartamento para coger. Poco después, ni a las habitaciones íbamos y cogíamos en la sala, uno frente al otro. Hasta que, finalmente, llegó el día en que mi tía me invitó al apartamento pero no había un chico para ella ni una chica para mí y me dijo: "Gabo", ella me decía 'Gabo', "he estado sacándole la vuelta al asunto. Tu tía es una golfa cachonda que necesita tu verga y tú me la vas a dar." Así que sí, después de haber estado enamorado de ella durante años y siendo un joven viril de 22 años, me desnudé completamente antes de que ninguna otra palabra pudiera salir de su deliciosa boca y me la follé allí mismo. Cuando digo que mi tía era espectacular, me refiero a que era una Playboy Bunny en carne y hueso. Contaba con 91 cm de busto y copas D, una esbelta cintura y un delicioso trasero grande y jugoso. Su cabello era castaño rojizo, largo y ondulado y hacía contraste maravillosamente con sus ojos esmeralda.

Durante tres años fui el juguete sexual de mi tía. A veces invitaba a algunas de sus amigas a unirse, o se ligaba a un chico y ambos nos la cogíamos al mismo tiempo, pero siempre recurrió a mí cuando necesitaba una buena y fuerte cogida.

Lamentablemente, después de esos tres años, falleció en un extraño accidente de paracaidismo. Al ver que yo era su ahijado y familiar favorito, además de lo cercanos que éramos, optó por dejarme el 60% de su patrimonio y dejó el 40% restante a organizaciones benéficas. Fue así que adquirí mi propia fortuna. Rápidamente me puse a trabajar y contraté a la misma empresa de inversión financiera que había contratado mi tía e invertí mi nueva riqueza.

En un principio crecí mi plata en la bolsa de valores. Cuando logré casi duplicar mi dinero tomé mis ganancias y estas las invertí en algunos edificios antiguos en el borde de áreas que se estaban modernizando rápidamente. Aproveché renovarlos todos, convirtiéndo a algunos en espacios de oficinas y otros en apartamentos. Me aseguré de que los apartamentos fueran económicamente accesibles para poder atraer a jóvenes profesionales y nuevas familias. Y tan buenos eran mis proyectos que hasta decidí vivir en uno de mis edificios. Uno de los que estaba de moda y con cercanía al área "cool" de la ciudad. Es aquí donde me encontraba cuando pegue el grito en mi mente: ¡La re-puta de su madre!

Verán, el edificio en el que vivo es bastante pequeño. Es un edificio de seis niveles con tres apartamentos por piso excepto el sexto que es mío y ocupa la totalidad del nivel. Pero eso no es ni aquí ni allá. El caso es que el pensamiento cruzó por mi mente porque recibí una llamada del gerente de mi edificio para informarme que uno de mis inquilinos en el tercer nivel, la Sra. Sonia Jiménez, se retrasó con el pago del alquiler nuevamente. Por novena vez en 18 meses, para ser exactos.

Les juro que en ese tiempo he hecho todo lo posible para ayudarla. Incluso la puse en un plan de pago para ayudarla a ponerse al día, pero durante los últimos tres meses no había pagado ni un centavo, y esto causó que el total que debía se incrementara por mucho. Y eso que no estoy tomando en cuenta lo que ahora debe a raíz del plan de pago.

Para más fregar, la llamada entró cuando estaba en plena concentración de uno de mis pasatiempos y trabajos informales, tomando fotografías eróticas. Bueno, no son realmente "eróticas" per se, son un poco más... explícitas las imágenes. ¡Ah, por qué les miento! La verdad es que soy pornógrafo. Con mis millones y siendo de gustos no convencionales, a veces administro un estudio de pornografía desde mi apartamento. Por lo general son producciones más amateur. Muchas de las modelos eran viejas amigas de mi tía con las que me mantuve en contacto a lo largo de los años y a quienes no les importaba exponerse en el internet.

Pero regresando a la llamada. Cuando contesté y escuché la noticia, realmente me empujó al borde de la ira. Así que le tuve que decir a Norma -sí, a esa Norma- que tendríamos que continuar en otra ocasión mientras yo me ocupaba de otros asuntos. Habiéndome despedido de mi musa, bajé al tercer piso hasta llegar al apartamento de la Sra. Jiménez y, considerando lo encabronado que estaba, somaté la puerta exigiendo que me abrieran. Poco después la Sra. Jiménez abrió la puerta y dijo, "¡Hola, Sr. Rodríguez! ¿Cómo puedo ayudarle?"

Su alegre disposición me tomó por sorpresa, y el hecho de que había estado "trabajando" antes de llegar al apartamento me hizo darme cuenta que estaba teniendo pensamientos sexuales rezagados. Fue por esta razón que no pude evitar contemplar su increíble cuerpo en ese momento. A sus 42 años, la Sra. Jiménez estaba muy bien dotada. Portaba una elegante falda de tubo que mostraba su delgada cintura avispeperada y una blusa azul sedosa que no ayudaba a ocultar sus amplios senos de 92 cm y aparentaban ser copas D. Tuve que recuperar la cordura rápidamente y respondí: "Buenas tardes, Sra. Jiménez. Mire, creo que usted sabe exactamente por qué estoy aquí", dije con firmeza, "¡Han pasado tres meses!" agregué sin dejarla contestar y alzando la voz.

Mi intención era recuperar la calma y serenidad pero el simple hecho de pensar en la renta atrasada, el plan de pago ignorado y la cachondez que aún cargaba causaron que mi sangre hirviera de nuevo. Pero a la vez no quería una demanda en mis manos, así que respiré profundo, me calmé y dije: "Señora, usted me debe tres meses de alquiler además del plan de pago que acordamos anteriormente. Es realmente difícil, incluso imposible, ignorarlo a estas alturas.

"Hemos llegado al punto donde le quedan únicamente dos opciones", continué, "O paga el total debido o..." Fue en esa breve pausa que me percaté de la cámara que aún portaba en mi mano. En mi estado alterado, ni siquiera me di cuenta que no había dejado la cámara en mi apartamento.

"¿O qué?" preguntó ella suave y sumisamente. Su pregunta regresandome a la realidad de la que me distrajo el pensamiento de mi cámara. "¿Quizás podamos discutirlo?" agregó invitándome a pasar. Su voz aún era placentera y amigable, lo cual me confundió, más aún considerando lo alterado que le había dirigido la palabra. No podía escapar la sensación de que una idea morbosa se estaba formulando en mi mente y mucho menos una sensación extraña en el apartamento.

Justo al ingresar al apartamento me dio la bienvenida su hija, Daniela, que si mal no recordaba acababa de cumplir los 18 años. Se encontraba sentada en el sofá haciendo su tarea, o eso supuse al ver que todavía vestía lo que parecía ser un uniforme de colegio. No pude ignorar el hecho de lo mucho que se parecía a su madre.

"Bueno, Sr. Rodríguez", dijo la Sra. Jiménez, "¿en qué puedo ayudarle?"

¿Acaba de preguntarme esta cabrona lo mismo que afuera después de la gritada que le di?

Fue en ese entonces que los pensamientos subliminales que radicaban en mi mente empezaron a tomar forma. Pensamientos como: aún tengo mi cámara en mano y estás a solas con esta hermosa mujer y su hija. Esto, en turno, me hizo recordar a mi tía y la relación que mantuve con ella por tres años. Y fue entonces que un nuevo plan de pago para la Sra. Jiménez empezó a cobrar forma en mi mente.

"Bueno, Sra. Así está la cosa", dije con firmeza, "Creo que he sido un arrendador bastante comprensible, ¿no le parece?" La pregunta fue retórica pero ella asintió con la cabeza. Permití que mi mirada flotara entre ambas mujeres. "Así mismo creo que he sido bastante generoso con el plan de pago que elaboramos para que usted se pudiera poner al día con el alquiler", continué, "Pero verá, señora, ese plan de pago dependía de que usted no volviese entrar en mora. Desafortunadamente ese es el caso en el que nos encontramos ahora".

Su sonriente mirada empezó a cambiar en ese momento y pude ver como la preocupación empezó a invadir el rostro de la Sra. Jiménez. Ella sabía a dónde iba esto, o al menos lo sospechaba. "Así que le tengo una propuesta". La preocupación en su rostro se convirtió lentamente en esperanza al pensar en una solución. "Verá, Sra. Jiménez, yo tengo otro negocio que administro. Es un negocio de fotografía artística". Sentí como mi enojo desvanecía y empecé a encontrarle la diversión a la situación. "Mi propuesta es que me gustaría fotografiarlas a usted ya su hija".

Pude ver la confusión en el rostro de la Sra. Jiménez. Era más que obvio que ella no entendía cómo yo tomarles fotos sería suficiente para sacarlas de apuros, así que agregué, "Es importante que sepa, estas fotografías son para... adultos". Los ojos de la Sra. Jiménez se abrieron con sorpresa al finalmente entender la situación. Volteó a ver a su hija, preocupación pintada en su rostro volvió su mirada hacia mi. Continué: "Por lo general, pago a mis modelos $750 dólares por sesión. Dejaré que usted haga los cálculos para saber cuántas sesiones serán necesarias para ponerse al día".

Observé como su rostro se retorcía con miedo, confusión y resignación. De repente vi como adquirió un aire de indignación y exclamó: "¡Santísimo Dios! ¿Está usted sugiriendo que mi hija y yo nos desnudemos para que nos tome fotos y así pagar la deuda? ¿Está usted buscando convertirnos en estrellas de porno? ¡Es usted un enfermo pervertido, Sr. Rodríguez!" exclamó. Supongo que lo habrá hecho con la esperanza de que si fingía indignación yo reconsideraría la propuesta.

Fue hasta entonces que vi a Daniela reaccionar y preguntarle a su mamá: "¿Mamá? ¿De qué deuda está hablando Don Gabriel?"

Sin saber qué más decir, simplemente respondió: "No te preocupes por eso, amor. Todo estará bien". Giró su atención y viéndome fijamente a los ojos dijo desafiante: "Esto no está bien, Sr. Rodríguez. Y estoy en mi derecho de llamar a la policía por lo que nos está diciendo".

Su amenaza de llamar a la policía me hizo hervir la sangre de nuevo. ¿Quién se cree esta hija de puta? ¡ELLA ES LA QUE VIVE AQUÍ DE A GRATIS! Pero mantuve la calma y respondí, más asertivo esta vez, "Esa es mi propuesta, Sra. Jiménez. Para pagar su deuda deberá posar desnuda junto a su hija. Es más, para evitar ambigüedades, mi expectativa es que no solo se desnuden ambas, si no que también se masturben frente a mi cámara. Pero si no le parece, adelante, llame a la policía, cuénteles como yo soy un pornógrafo que al cabo no pueden hacer nada ya que filmar pornografía en mi propiedad privada es legal aquí. Yo en turno les contaré como usted está viviendo ilegalmente en MI propiedad." Este último comentario sí me dio una sensación de remordimiento al darme cuenta que fue duro. Pero no podía permitir que esto siguiera sucediendo y me mantuve firme.

Abatida, levantó la mirada, me miró a los ojos y dijo: "¿Qué quiere que hagamos, Sr. Rodríguez?"

La pregunta permeaba el ambiente, una neblina de tensión hasta que Daniela rompió el silencio y dijo: "¡Mamá! ¿No puedes hablar en serio?"

"Parece que no tenemos otra opción, cariño", le dijo a su hija. "Es esto o..." pero no se atrevió a terminar la oración.

"¡Por favor, Don Gabriel!" Daniela suplicó. "¡Tiene que haber algo más que podamos hacer!" continuó suplicando.

"¿Podría ser que fuera solo unas pocas fotos en ropa interior y eso es todo?", preguntó la Sra. Jiménez con la esperanza de cambiar el alcance del acuerdo.

La Sra. Rodríguez se había resignado a la toma de fotos y en ese instante supe que era un trato hecho. Decidí ignorar su pregunta y les dije que se pusieran de pie. La Sra. Jiménez obedeció inmediatamente pero Daniela se quedó sentada viendo a su madre, "Levántate, corazón. Terminemos con esto." La joven, entonces, se puso de pie junto a su mamá. No cabe de más volver a mencionar lo similares que ambas eran. Si no hubiese sabido la diferencia, habría jurado que eran hermanas.

Ambas mujeres se movían nerviosamente mientras las veía hambriento. El contraste en la diferencia de sus atuendos era bastante notorio. Mientras la mamá portaba su blusa de seda, falda de tubo y tacones, la hija tenía puesto una camisa de botones blanca con los tres botones de arriba abiertos, una falda plisada de cuadros como parte del uniforme de su colegio -mucho más corta de lo que recuerdo yo en mis tiempos- y, sorpresivamente, unos tacones iguales o más altos que los de su mamá.

"¿Por qué no empezamos con algunas fotos de prueba y se van quitando la ropa poco a poco?" La Sra. Jiménez entendió de inmediato y se empezó a mover de lado a lado desabrochando cada botón y bajando cada zipper lentamente.

Antes de que su blusa y falda tocaran el piso, noté que portaba un sostén y calzones común y corrientes y dije, "No. No. No creo que eso vaya a funcionar para esta sesión. ¿Sonia? ¿Querida? ¿Tienes lencería que te puedas poner?" le pregunté dejando de dirigirme a ella con tanta formalidad. La Sra. Jiménez asintió con su cabeza y le respondí: "Bien. ¿Por qué no te vas a poner un set que creas que me vaya a gustar y Daniela y yo te esperamos aquí."

Volteando a ver a Daniela le dije: "Hija, hazme favor de abrir las cortinas, así dejamos que entre la luz natural." No fue hasta después de que la vi caminando hacia las ventanas que me di cuenta que le dije "hija". Fue instintivamente y se sintió natural que decidí ignorarlo por el momento. Mientras tanto, la Sra. Jiménez se dirigió a su habitación, dejando la puerta abierta.

Los rayos del sol ingresaron al oscuro apartamento e inmediatamente empezaron a calentar el ambiente. Daniela se movía lentamente de ventana en venta abriendo cortinas y persianas, y era obvio que se sentía incómoda. Pero también era obvio que haría todo lo que le dijera su madre. Justo cuando terminó de abrir todas las cortinas y persianas de cuarto oímos los tacones de la Sra. Jiménez cuando salió de su cuarto y ambos Daniela y yo volvimos hacia el sonido.

En el marco de la puerta, iluminada por los radiantes rayos de sol, pudimos observar lo que solo podría describirse como una diosa de mujer. La Sra. Jiménez, Sonia, optó por salir solo con su lencería puesta; un conjunto de panties negros que hacían juego con un sostén "push-up" que acentuaba sus increíbles tetas. Acompañó el set de panties y sostén con un par de medias negras y tacones stilletto de 10 cm. No cabe duda que si mi cámara no hubiese estado colgando de mi cuello, esta se hubiese roto en mil pedazos contra el piso.

La reacción de Daniela, sin embargo, fue un poco distinta: "¡Mamá! ¿Qué tienes puesto? ¡No hay manera de que me ponga algo así! ¡Pareces puta!"

Un extraño aire de confianza emanaba de la Sra. Jiménez en ese momento. Fue como si toda su personalidad hubiera cambiado. No sé si sucedió cuando salió de su habitación o cuando su hija la comparó a una "puta", pero se dirigió a donde estábamos parados exagerando cada paso y moviendo las caderas. Cuando llegó a donde se encontraba su hija, se detuvo, los ojos viendo hacia el suelo pero con una traviesa sonrisa en sus labios y dijo: "¿Ahora que debo hacer, Sr. Rodríguez?"

Ignoré su pregunta y dirigí mi atención a Daniela. Decidí en ese momento responder a los comentarios y comparaciones que hizo de su madre y le dije: "No, hija. Tu no te pondrás algo como lo que tiene puesto tu madre." Alivio se empezó a presentar en el rostro de Daniela cuando me dirigía hacia la Sra. Jiménez. Coloqué mi dedo debajo de su barbilla y levanté su cara para que me mirara a los ojos y aún hablando con Daniela continué: "Vas a ponerte algo que te haga ver MÁS puta". Nuevamente vi esa extraña y traviesa sonrisa en los labios de la Sra. Jiménez y podría haber jurado que ahora estaba sonriendo abiertamente ante la situación.

"Cuéntame, Daniela," continué cuando ninguna de las dos mujeres objetaron a mis últimos comentarios, "¿Tienes lencería como la de tu mami?" Daniela volteó a ver a su mamá que con una sola mirada le ordenó responder.

"Sí, Don Gabriel," dijo tímidamente.

"Ve a ponerte lo que tengas", dije, "y date prisa. Pero recuerda lo que dije, te debes ver más puta aun de lo que se ve tu madre".

Daniela corrió a su habitación para seguir mis instrucciones y giré mi atención a la diosa Sonia Jiménez y le dije: "Todo estará bien, Sonia. Y quien quite y disfrutes de esta aventura". Su sonrisa solo incrementó al oír mis palabras y supe que no solo se había resignado a la situación, si no que muy por dentro justo esto era lo que ella esperaba que sucediera.

En lo que esperábamos a Daniela empecé a tomarle algunas fotos a Sonia. Realmente algo cambió dentro de ella al verla moverse de forma tan natural. Pero esta sesión de fotos no duró mucho tiempo ya que nos tuvimos que detener al oír el delatador clic de los tacones que se puso Daniela. Observamos como la chica de 18 años ingresó al cuarto, aun vestida como colegiala pero con aún más botones abiertos en su camisa. Se había puesto unas medias largas que llegaban justo debajo de la falda y unos tacones rojos de 15 cm que la hacían parecer más alta que su mamá.

La joven mujer se unió rápidamente a su madre quien envolvió un tierno brazo alrededor de su hijita y dijo: "Lo siento mucho, amor. Nunca fue mi intención ponerte en esta situación. Pero mami promete que esto terminará pronto". Luego, volviéndose hacia mí, preguntó con incredulidad: "¿Entonces solo algunas fotos en ropa interior, Gabriel?"

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