Eva, Estudiante Promiscua (04)

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Jose seduce a Eva, la chica más golfa de la Universidad.
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Parte 4 de la serie de 8 partes

Actualizado 05/01/2024
Creado 04/10/2024
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Minutos más tarde entrábamos en la M30 en dirección al Puente de los Franceses. Los dos íbamos en silencio, cada uno a sus cosas. Eva, adormecida, tal vez pensaba en lo que estaría haciendo el cerdo de su novio saliendo de juerga por ahí sin ella. Y yo me regodeaba con el recuerdo del juego que me había preparado la chica en los lavabos de la cervecería. La misma chica que ahora me mostraba sus muslos sin pudor en el asiento del copiloto al habérsele recogido la falda. Total, debía de pensar, si ya los ha visto, incluso mucho más arriba, ¿para qué esconderlos?

Mi autoestima crecía al recordar cómo aquella diosa, la reina de la Escuela, se había dejado magrear por mí, abriéndome su boca para que se la comiera a placer y jadeando con mis besos. Y, ni qué decir tiene, el mejor momento había sido cuando se acuclilló y abrió las piernas por orden mía.

Conocía a Eva desde hacía cuatro años. Su belleza y su porte de diva hacían que la viera como una estrella inalcanzable. Y por seguro que lo era. Pero, por alguna razón, los cuatro años atrás ya no importaban. Había intercambiado con ella más palabras en el cubículo del baño que en todo el tiempo anterior. Y verla mamarme la polla entregada la había bajado de su pedestal para ponerla a mi altura.

Mirándola dormitar, comprendía que la diosa era solo una chiquilla caprichosa a la que le gustaba sentirse el centro del universo. Y a fe que lo conseguía. Al menos conmigo y con los componentes de su grupo de admiradores. Jamás me había atrevido a mirarla de cerca. Pero solo hasta hoy. Ahora la veía como lo que en realidad era: una niña adorable a la que habría magreado toda la noche y me habrían sobrado caricias para un mes o más.

Pensándolo en serio, sospechaba por qué había pasado aquello en los baños de la cervecería. Eva debía de saber la putada que su chico iba a hacerle aquella noche y, como venganza, se había liado conmigo.

La duda era: ¿por qué conmigo? En el grupo había chicos que me daban mil vueltas en cuerpazo, músculos y labia. ¿Me había elegido por casualidad? Tal vez mis ganas de mear en el momento oportuno le iluminaron la mente y la decisión de acompañarme al baño fue un impulso repentino, algo no planeado.

En fin, no había que darle más vueltas, lo había pasado genial con ella y nadie lo sabría jamás. Nunca he sido de los que van contando sus rollos con las chicas. Y ella debía de imaginarlo.

El resto de los asistentes a aquella fiesta improvisada eran el polo opuesto. De ese tipo de chicos que parecen jugar al parchís con sus conquistas: se comen una y cuentan veinte. Liarse con alguno de ellos hubiera sido como «dar tres cuartos al pregonero», que decía mi abuela. Tal vez por eso fui el ganador del premio especial.

Fuera como fuese, decidí centrarme en conducir y en dejar a Eva en la residencia, quien parecía completamente dormida con la cabeza apoyada en la ventanilla. Luego me iría para casa y resolvería si me la cascaba en la cama pensando en ella o si lo dejaba para el día siguiente en la ducha.

Pero las sorpresas estaban muy lejos de haber terminado aquella noche.

*

Tomé la salida de la M30 y me equivoqué. Sin saber por qué, me encontré en la avenida de Valladolid, circulando a través de los bloques de viviendas que la bordeaban.

--¿Por qué entras por aquí? --dijo Eva despertando en ese momento.

--Pues por nada, en realidad... me he equivocado de salida --no quise mentir--. Pero no te preocupes porque ahora doy la vuelta en cualquier calle.

--Joder, Jose... --bostezó--. Pues la has liado... Por aquí hay línea continua y la calle está repleta de cámaras de tráfico. Te va a tocar ir hasta la rotonda de Pio XII... Y yo meándome...

Se había echado las manos a la entrepierna sin pudor y mi polla dio un respingo. Pisé el acelerador y el coche tomó velocidad. Eva me puso una mano en el brazo.

--Tranquilo, hombre, no pasa nada... --dijo--. A ver si encima de obligarte a traerme te van a poner una multa de radar.

--Lo siento, tía...

--Bah, no seas bobo... No hay nada que sentir... --volvió a disculparme--. Mira, para ahí, que me bajo a mear... Ya no aguanto más.

Señalaba un bordillo de la acera frente al que había un jardincillo. El jardín estaba bordeado de setos de mediana altura y, si se agachaba, nadie podría ver lo que hacía. Nadie, a excepción de los vecinos del bloque de viviendas que se alzaba sobre el jardín, aunque era tarde y las luces de los pisos se veían apagadas.

Eva manipulaba el abridor de la puerta, cuando la llamada entró en su móvil. Lo sacó del bolso y lo miró de mala gana. Su expresión de desprecio no era disimulable.

--Bah... --dijo despectivamente--. Es Mario...

Lo volvió a meter en el bolso y se dispuso a salir. La segunda llamada en el aparato la hizo reflexionar.

--A lo mejor es algo urgente --dije por no quedar callado a la espera de su decisión.

Esta vez decidió aceptar la llamada y soltó un exabrupto tras pulsar el icono verde.

--¿Qué coños quieres a estas horas, tío...?

Mario se disculpó por haberla abandonado. Quizá ella habría querido que su «segundo» novio nos hubiera acompañado para así poder pasar con él el resto de la noche. Y la conversación comenzó entre ellos, entre disputas y excusas.

Eva no debía de saber que el volumen de su móvil me permitía escuchar lo que decía Mario al otro lado de la línea. O quizá si lo supiera y le importara un comino.

--Lo siento, Eva, ya sabes que me sienta fatal estar contigo y con ese gilipollas al mismo tiempo.

--Te recuerdo que ese gilipollas es mi novio, y que deberías guardarle respeto.

--Anda, nena, no seas mala, que sabes que yo le respeto muchísimo. Sobre todo cuando te como el chochito... ya sabes que siempre lo hago pensando en él.

Eva seguía con su tono duro, aunque se le había escapado una sonrisa.

--Bueno, ¿qué quieres? --preguntó por fin--. Follar como todos, ¿no? Pues te jodes porque me voy a la piltra, así que te follas a tu amiguita la morena, y dile que te la chupe como dios manda, que ni eso sabe hacerte...

Joder, con solo escuchar a Eva me estaba poniendo a cien. La muy zorrita era de las que te calentaban solo con su tono de voz. Y yo ya andaba caliente toda la noche, a pesar de haber descargado en el baño del bar.

Según comenzaban a decirse bobadas, siempre cargadas de tensión sexual, me fijé en los muslos de la chica. Al ir a bajarse, la falda se le había recogido aún más y apenas le cubría las bragas.

Y no pude resistirlo, mi mano comenzó a brujulear lentamente y aterrizó sobre su muslo izquierdo. La acaricié unos segundos, de arriba abajo y de abajo arriba. Y Eva ni se inmutaba, parecía aceptar el contacto.

--Tengo la polla en la mano --decía Mario por el auricular--. ¿Qué quieres que haga con ella?

Antes de responder, Eva pareció reparar en mi magreo. Me miró con malas pulgas y me retiró la mano.

--¿Te la puedes meter por el culo? --respondió a la insinuación de su amante.

Pero no me rendí. Mi mano volvió a volar y se posó de nuevo en el muslo.

--No, no puedo, no es de goma --rió Mario--. Pero puedo mover la piel si tú me lo pides.

Aquello empezaba a ser una sesión de sexo por teléfono.

Eva volvió a mirarme con mala leche y cogió mi mano para quitársela de encima. Esta vez, sin embargo, la apreté fuertemente y me resistí.

--Auuu... --soltó la chica como respuesta al pellizco que la había propinado. Al mismo tiempo liberaba mi mano y me dejaba hacer.

--¿Qué te pasa? --preguntó Mario mosqueado--. ¿Te ha picado un mosquito?

--Sí, algo así --dijo sin mirarme--. ¿Pero por dónde íbamos?

--Te decía que si quieres que haga algo con el pellejo de mi polla... Pero date prisa que está que revienta...

Moví la mano sobre el muslo de Eva, sintiendo la piel más suave que había acariciado en mi vida. La subí lentamente y, finalmente, toqué braga. La suavidad de la tela era muy superior a la de la piel, lo que me hizo sospechar que no eran bragas de algodón vulgares. Eran de seda o similar, y estuve seguro de que no se las había puesto para mí.

--Venga, sí, muévela hacia abajo y déjala ahí --le dijo y se mordió el labio cuando comencé a dibujarle el valle entre sus labios inferiores sobre la braga.

Un puntito de humedad había aparecido entre aquellos labios y parecía crecer a gran velocidad. La zorrita se estaba poniendo como una moto mientras hablaba con su novio de repuesto.

--Ya está --respondió Mario--. ¿Quieres que la mueva abajo y arriba?

--Sí, sí... --dijo la chica y supe que no se lo estaba diciendo a él--. Muévelo con mayor rapidez.

Y abrió las piernas para darme mejor acceso a su coño, que ahora sobresalía por fuera de la braga, los labios rojos e hinchados asomando por ambos lados de la tela.

--Así, joder... --apremió Eva y Mario imaginó que se lo pedía a él.

--Ya voy... ya voy... --le dijo--. Pero no puedo ir tan rápido, no me jodas, que me voy a correr antes de tiempo...

--Más... más... --pedía ella apretando los ojos y a punto de que el móvil se le cayera de la mano.

Sin poder evitarlo, le retiré la braga y mis dedos entraron en contacto con la piel de su coño. No supe cómo, pero de pronto noté que su vagina se contraía y atrapaba dos de mis dedos, tragándoselos...

--Sí... sí --gemía Eva--. No pares, no pares...

--Coño, Eva, que me corro. ¿No quieres que pare un momento?

--Como pares, te mato...

No me miraba a mí, pero estaba claro a quién le pedía que no parara.

La agarré del cuello con la mano libre y la atraje hacia mí. Y entonces los dos amantes explotaron a la vez.

--Hostia... hostia... me corro... Eva... su puta madre... me corro... me corro...

--Joder, joder... la hostia... me voy... me voy... --replicó ella a punto de caramelo.

De repente se oyó una voz aguda al otro lado de la línea. En esta ocasión la voz no era de hombre. Eva abrió los ojos de golpe y su orgasmo pareció evaporarse por el susto.

--¡Joder, Mario, con quien coños te la estás cascando por teléfono! --gritaba la chica.

Y entonces el volumen de la voz subió y tanto Eva como yo supimos que la persona que hablaba había cogido el móvil y se lo había llevado a la cara

--¿Quién coño eres tú, pedazo de zorra? ¿Cómo te atreves a liarte con mi novio por el móvil? ¡Cómo me entere de quién eres te voy a coger del pelo y te vas a quedar calva, hija de puta!

No pude evitar reírme por los exabruptos de la que decía ser novia del novio de repuesto de Eva. Y ella pareció darse cuenta en ese instante de que su amante no era trigo limpio. Por su expresión sospeché que la pillaba de sorpresa. Aunque, sorpresa por sorpresa, no era ella la que jugaba limpio precisamente.

Eva se enfadó con mi cara de cachondeo y me dio un empujón tras colgar la llamada. Mi mano soltó su muslo y salió del coche a la carrera.

¡Menuda putada!, decía su expresión de enfado.

--¿Dónde vas? --le pregunté alarmado. La noche solitaria no invitaba a pasear a una chica sola, sobre todo si era tan llamativa como Eva. Por allí no circulaba un solo coche, y menos un taxi, y se hallaba bastante lejos de su residencia.

Y entonces repitió la frase que recordaba de no mucho tiempo atrás en la mesa de la cervecería.

--Me voy a mear, si al señor no le importa. Que me va a reventar la vejiga...

No pude evitar descojonarme de la risa.

Continuará...

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