Historia de Una Mujer Fácil (05)

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Clara se emputece poco a poco por sus deseos de vida lujosa.
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Parte 5 de la serie de 9 partes

Actualizado 06/01/2024
Creado 05/07/2024
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FAVOR DE PRIMOS

Esa misma tarde Clara tuvo que quedarse a hacer horas extra. Tenía que acabar unas presentaciones que su jefe le había pedido para el día siguiente y no las tenía ni empezadas. Cuando Carlos fue a buscarla para irse a casa, Clara le comentó el asunto y le pidió que se fuera él por delante. Ella pediría un Uber tan pronto como acabara, aunque no esperaba que fuera antes de las once.

Trabajó dos horas sin parar, concentrada en su labor y repasando mentalmente la historia de Paula. No podía evitar excitarse al recordar aquellas palabras de su amiga: «la corrida fue la mismísima hostia». ¿Con el puto Ramiro, el tío más asqueroso de la empresa? ¡Por dios, Paula...!

Se encontraba a solas en su despacho, la cabeza gacha sobre el teclado, cuando por la puerta asomó la cabeza de Rafa. Eran las ocho y media y no entendió que hacía el chico allí a esa hora. El resto de compañeros se habían marchado hacia dos horas como mínimo.

—Me voy, jefa... —dijo el chico.

—Vale...—respondió ella sin mirarle—. Hasta mañana.

—A no ser que pueda ayudarte en eso tan complicado que parece que te trae mártir. Lo digo... por la cara de esfuerzo que pones... espero que no te enfades...

El becario se había cortado a mitad de la frase. Había querido ser ocurrente y se temía que se había pasado tres pueblos. Clara suspiró y se echó para atrás en la silla. Se acarició el cuello, que le dolía por la fatiga de mirar al monitor del PC durante tantas horas.

—No sé... no creo... —repuso—. A no ser que seas un experto en vectorización de imágenes...

—¿Vectorización?

—Sí, eso, vectorización —bostezó Clara sin hacerle mucho caso—. Si consigo que estás dieciocho malditas imágenes entren en sus espacios reduciendo sus vectores, habré terminado por hoy. A quince minutos por imagen, te puedes imaginar... Bueno, tranquilo, ya sé que de esto tú ni idea, pero ya te enseñaré otro día. Hala, vete a casa y ya hablaremos mañana.

Rafa se acercó hacia su mesa y, girando la pantalla, observó las imágenes que Clara tenía preparadas para tratarlas digitalmente. Sus movimientos eran lentos y tímidos, como sin querer molestar. Clara se contuvo al observar cómo le tocaba la pantalla. Intuía que si mostraba el cabreo que sentía por aquella violación de su PC, el chaval saldría corriendo de la empresa como alma que lleva el diablo y tal vez no volvería a verle. No obstante, se sintió generosa y le dejó hacer. Al fin y al cabo, cinco minutos más o menos no le supondrían demasiado en aquella noche de trabajo.

Tras una observación de un par de minutos, Rafa se atrevió a hablar.

—¿Me dejas que pruebe una cosa?

—¿Probar? —repitió ella.

—Sí, es solo...

—Joder, Rafa, no sé si debo... Llevo todo el día trabajando en esto y solo faltaría que me lo jodieras y tener que volver a empezar.

—No te preocupes, antes de nada haré una copia de seguridad de los archivos.

—Bueno, vale... —respondió, recordando que el chico se merecía una oportunidad. No en vano le había dado una lección a Ramiro, el tío más cerdo de la oficina.

Clara se levantó y Rafa ocupó su silla. La joven le comentó lo que necesitaba y Rafa empezó a trabajar. Tomó el ratón en su mano y lo apretó con una seguridad aplastante. Manipulaba con soltura la flecha por la pantalla y, tras ejecutar la copia de seguridad que había prometido, se dedicó al tratamiento de la primera imagen.

Ingresó una dirección de Internet en el explorador y cliqueó rápidamente sobre las opciones adecuadas, al tiempo que respondía a preguntas que un programa desconocido para Clara le iba presentando.

En dos minutos, Rafa emitió su veredicto:

—Ya está la primera imagen.

—¿Ya...? —Clara silbó asombrada—. Deja...

Revisó con unos clics que lo que decía Rafa era correcto y le devolvió el ratón al chaval. En quince minutos más todas las imágenes estaban convertidas y preparadas para ser insertadas en el espacio reservado para cada una de ellas. La documentación que Clara había preparado durante la tarde estuvo completada en los cinco minutos siguientes.

—¡Jo-der! —exclamó Clara—. ¿Por qué nadie me ha dicho que eres un dios de la informática?

—Bueno, yo...

Rafa se levantó y le sonrió con la mirada esquiva. Clara no entendía la timidez del chaval. Un chico alto, moreno y con unos ojos negros que quitaban el sentido, en un mundo normal corresponderían a un perfil más «Ramiro». Supuso que se debería a que era su primer día y le perdonó su cortedad. De todas formas, el hecho de haberse atrevido a putear al adjunto del director en su primer día de trabajo... ufff... Cojones sí que tenía el chaval, tenía que reconocer.

—Me has salvado la vida... —sonrió mientras apagaba el ordenador—. Te has ganado una copa... ¡Yo invito!

La negativa del chico la pilló por sorpresa.

—Te lo agradezco, pero mejor otro día.

—Vale, no pasa nada —intentó disimular su decepción—. Supongo que no querrás hacer esperar a tu novia.

El chico sonrió y se ruborizó.

—No, no es eso... —replicó—. No tengo novia.

Esa noticia sí que la extrañó. El chico estaba de toma pan y moja. ¿Qué diablos le pasaba con las chicas? ¿Sería gay?

—¿Entonces...? ¿Ni un solo chupito de lo que sea?

—Veras... Es que mañana tengo un examen y voy a pasarme la noche estudiando. Te lo agradezco, de veras...

—Vale, pues otro día... ¿hecho?

—¡Hecho! —respondió con su sonrisa tímida.

Unos minutos más tarde salían por la puerta del edificio de oficinas y cada uno se iba por su lado. Rafa hacia la parada del metro y la joven en un Uber que ya la esperaba.

*

Clara miró su reloj según subía en el ascensor. Eran casi las nueve y media, mucho antes de lo que había planeado llegar a casa. ¡Vaya descubrimiento el del becario Rafa! Aquel chico era una joya y le iba a facilitar la vida muchísimo.

Soñaba con quitarse los tacones tras un día tan largo como aquel. Besaría a Carlos al llegar, como solía. Y, después, quizá abrirían una botella de vino, pedirían algo de cena y verían alguna película romántica. Y, ¿por qué no?, harían el amor sobre el sofá. No podía evitar la calentura que le subía con solo pensar en la historia de su amiga, así que tal vez jugaría con su novio a ser Paula con Ramiro —sin que él lo supiera, por supuesto—. El morbazo de la escena en su mente era más que notable.

Quiso dar una sorpresa a su novio y, en lugar de pulsar el timbre, abrió con su llave la puerta del apartamento. Una música proveniente del salón la recibió. La había escuchado desde la escalera, pero nunca habría imaginado que salía de su casa. Reconoció la canción; se trataba del tema francés «Je t'aime, mois non plus», un símbolo del siglo XX que consistía básicamente en los gemidos de un polvo musicados.

No entendió por qué Carlos había puesto aquella vieja canción. Reparó, además, en que la luz del salón estaba atenuada, permaneciendo la estancia en total penumbra. Se bajó de los zapatos de tacón y se acercó a la entrada.

—¿Carlos...? —dijo sin levantar la voz.

No hubo respuesta. Solo unas risas que se oían bajo la música. La puerta del salón se hallaba entornada y Clara la empujó lo suficiente como para introducir su cabeza por la abertura.

Lo que allí encontró fue a su novio, de espaldas. Ante él se hallaba su prima Laura. Parecían bailar al son de la música vintage.

Sonrió y se disponía a entrar para darles una sorpresa cuando la pareja se giró unos grados hacia la derecha. Clara a punto estuvo de gritar por la impresión.

Los dos primos no bailaban, ni mucho menos. El pantalón de Carlos se hallaba algo bajado por delante, aunque por detrás no se podía intuir. Su verga asomaba por la abertura y Laura le agarraba de ella con una mano mientras con la otra le amasaba los huevos. No había duda, Laura estaba pajeando a Carlos con total desvergüenza.

«¡Joder...!», clamó Clara para sí echándose hacia atrás y devolviendo la puerta a su estado inicial.

—Ya ves, no hay forma de que funcione ni con la música. Casi mejor que la apaguemos antes de que los vecinos tomen nota y le vayan con el cuento a Clara.

—Vale, apágala, pero tranquilo, no desesperemos...

Carlos apuntó al estéreo con el mando a distancia y detuvo el soniquete de suspiros con música. Clara no salía de su estupor y miraba a la extraña pareja desde su escondite tras la puerta.

Sin dejar de mirar a los ojos de Carlos, Laura se arrodilló ante él y se introdujo su miembro en la boca. En ese movimiento, Clara observó que el pene se hallaba flácido y comprendió a qué se refería su novio al decir que «no había forma de que aquello funcionara».

—Pero, Laura, ¿qué haces? —protestó el hombre—. No lo hagas, por favor... ¿No decías que te daba mucho asco chupársela a un tío?

—Ya, sí, eso dije... —respondió su prima con ojos lascivos—. Pero a grandes males...

Y siguió chupando como una auténtica maestra.

Clara se santiguaba como había visto hacer a su abuela cuando era niña. No podía creerse lo que veía. ¿Carlos y Laura tenían un affaire? ¡Imposible! Jamás lo hubiera imaginado. Su corazón le pedía entrar en la sala y montar la marimorena, pero la razón le sugería que esperase, que tendría que haber un motivo que justificara lo que estaba viendo.

*

Unos segundos después, la polla de Carlos había revivido. La mamada de Laura había surtido efecto y ahora el miembro del hombre se mostraba en plena forma. Y Clara tenía que reconocer que aquel pene no estaba nada mal, por mucho que Paula hubiese elogiado el de Ramiro como la octava maravilla. Seguro que no sería para tanto. Aunque tampoco se comprendía a sí misma por no poder quitarse a aquel asqueroso de Ramiro de la cabeza.

Una vez Carlos estuvo preparado, Laura se deshizo de la falda y se bajó las bragas con premura. No había tiempo que perder, parecían decir sus gestos urgentes. Se acostó en el sofá boca arriba, se abrió de piernas y apremió a Carlos para que se colocara sobre ella.

Clara notaba como le palpitaba la entrepierna. Después de las aventuras del día, ahora encontrarse con esto le parecía demasiado. Se apretaba la vulva por encima de la falda para evitar sus latidos, pero sin conseguirlo. Y esperaba a ver qué era lo que ocurría allí, agarrada a la idea de que aquello no podía ser lo que parecía. Por si acaso, con el móvil se dedicaba a grabar la escena.

Por fin Carlos se despojó del pantalón y, situándose entre las piernas de Laura, se resegó contra ella buscando la postura sin, por lo visto, encontrar el orificio deseado.

—A ver, déjame... —dijo su prima política y, metiendo la mano entre los dos, maniobró hasta quedar satisfecha y le pidió que empujara—. Así, despacio... eso es... adentro, afuera... adentro, afuera... hasta que se lubrique el agujero... Ufff... estupendo, ya está toda dentro... Ahora muévete despacio, ya te avisaré cuando tengas que moverte más rápido.

Clara no se atrevía ni siquiera parpadear. «No, si al final sí va a ser lo que parece», se dijo desilusionada. De todas formas, el hecho de que aquel fuera el polvo más soso de la historia le hacía mantener las esperanzas. Agudizó el oído y se limitó a seguir escuchando.

—¿Seguro de que estás en periodo fértil? —dijo el hombre al cabo de unos segundos de culear sobre Laura—. A ver si no vas a estarlo y otro mes que esto no nos sirve para nada.

¿Otro mes? ¿Había oído bien? Clara deducía de esas palabras que ese polvo no era improvisado, sino que era el último de una cadena de ellos que se repetía de forma periódica.

—Que sí, cielito, tranquilo —respondió Laura—. Además, mi temperatura está en máximos. No te preocupes, tu simplemente échame la leche dentro que del resto ya me encargo yo.

—¿Y tú crees que el niño se parecerá a tu marido? A ver si va a salir más a mí y Andrés termina por sospechar...

—Anda ya... —replicó su prima—. Aunque, bueno, Andrés y tú sois muy parecidos, al fin y al cabo sois primos. Seguro que el niño se parece a los dos y todo se quedará en la familia.

«Joder —pensó Clara—. ¿Están buscando un niño?». Aquello era extraño de narices, pero era lo que se desprendía de su conversación.

—Menuda putada lo de Andrés, ¿no? —mencionó Carlos tras unas embestidas más efusivas.

—Ya te digo... —replicó Laura con un suspiro de gusto—. Pero no me lo recuerdes. Mi pobre maridito, con lo que yo le quiero, mira que no poder tener una erección suficiente para terminar el acto y dejarme preñada... A lo más que llega es a correrse en la entrada, y así no hay quien pueda... Es una lástima, te lo aseguro, pero gracias a ti la cosa se va a solucionar. No sabes cuanto te lo agradezco.

Si Clara aún tenía dudas, esas palabras las volatilizaron por completo. Su novio se estaba follando a Laura solo por hacerle un favor. Qué buen corazón tenía Carlos, se reconocía.

—Yo lo que no entiendo es por qué no te sometes a la fertilización in vitro.

—Jo, Carlos, si ya te lo he explicado mil veces —«¿Mil veces?», se dijo Clara. «¿Cuántas veces habían follado aquellos dos?»—. Con los antecedentes de cáncer en mi familia, el chute de hormonas que se necesita para la in vitro es muy peligroso. Además, se te pone el cuerpo como un globo y yo no quiero perder el tipo. ¿A qué a ti te gusta mi tipín, cielito? Reconócelo.

«Me cago en la leche —protestó Clara para sí». Podía perdonar a la muy pendón que quisiera tener un hijo y con la desesperación recurriera a su prometido. Pero que estuviera tonteando con él mientras tenía su polla clavada hasta el útero... aquello la ponía de muy mala hostia.

Se produjo un silencio en el cual solo se oía el lamento de los cojines del sofá al ser aplastados en cada embestida. Al cabo, Laura empezó a resoplar y pequeños gemidos escapaban de sus labios.

—A ver, Carlos —dijo la prima desabrochándose la blusa y subiéndose el sujetador—. Dame una chupadita en los pezones, cariño.

—Hostia, Laura, eso no puede ser... Habíamos dicho...

—Anda, venga... déjate de remilgos... ayyy... uuyy... que gustito...

Carlos chupaba de las tetas de su prima política y de cuando en cuando le mordisqueaba un pezón. Laura gemía a mayor volumen cada vez.

—Joder, Laura, ¿no te irás a correr, no? —le preguntó asustado Carlos.

—Ay, cariño, no sé... tú a lo tuyo, que si me corro es cosa mía...

—¿Pero no habíamos quedado en que correrse durante la recepción del semen lo expulsaba hacia afuera y hacía más difícil la concepción?

—Bueno, no pasa nada, cielo... —cada vez que le llamaba «cielo» o «cariño», a Clara se le subían los vapores—. Yo me corro antes de que me eches la leche y ya después, si eso... tú me rellenas el útero y así no hay problema.

«Hija de su...», se revolvía la sangre de Clara a cada palabra bobalicona de la prima de Carlos.

—No sé, Laura, no sé...

—Venga, tonto, culea más rápido que ya me viene...

Él, obediente, se lanzó a bombear como un desesperado haciendo que los gemidos de Laura se convirtieran en auténticos gritos. La prima de Carlos, y mujer de Andrés, presidente de la empresa donde Clara y su novio trabajaban, se empezó a correr como una perra.

Un minuto después, Carlos anunció que él también se corría y ambos se fundieron en un abrazo compulsivo. Clara detectó con un enfado monumental que la lengua de la prima relamía la boca de Carlos a la desesperada mientras con las piernas se enroscaba a sus caderas para unirse lo más posible a él.

*

Unos instantes más tarde, Clara se hallaba en el portal de la finca esperando a que Laura saliera. Un ataque de vergüenza la había empujado a calzarse y a escapar de la casa para no ser sorprendida como una espía al acecho.

Mientras fumaba su tercer cigarro del día —lo máximo que se permitía eran cinco por jornada—, repasaba lo que había presenciado en el salón de su casa y se preguntaba si debía dejarlo correr o montar un escándalo.

Aquella relación entre los primos no parecía lasciva, sino un favor entre familiares. Si solo era eso, Clara no debía sentirse engañada. Sabía que su novio no haría aquello con ninguna otra mujer, así que debía perdonar y callar.

Por otro lado, si cortaba con Carlos por aquello, se alejaría de la vida lujosa a la que aspiraba. No, de ninguna de las maneras iba a renunciar a esa vida cómoda y regalada que se había ganado con esfuerzo. Incluso a pesar de no saber aún cómo iba a tener que pagar su sitio en la familia ante su patriarca Ramón.

En estos pensamientos andaba, cuando la luz de la escalera se encendió y oyó al ascensor bajar. Se abrió la puerta del elevador y vio salir a Laura con bastante prisa. Se escondió tras el mostrador del conserje y la dejó pasar.

Cuando Laura se disponía a abrir la puerta del portal, un mensaje de voz salió de su bolso: «bip, bip. Son las once de la noche. Hora de la píldora anticonceptiva». Ante los ojos descreídos de Clara, Laura extrajo del bolso un blíster de pastillas, liberó una de ellas y se la tragó antes de salir del edificio y cruzar la calle a la busca de un taxi libre.

—¡Hija de puta...! —susurró irritada al comprender que aquella asquerosa ponía la excusa de quedarse preñada con el objetivo llano y simple de beneficiarse a su primo.

Se sintió terriblemente cabreada... y decepcionada. Aquello cambiaba las cosas. Su novio tal vez era inocente, pero Laura era una hija de su madre... Aquello no podía quedar así, aunque quizá lo mejor sería no contárselo a nadie y guardar la información por si la necesitaba más adelante. Lástima no haber grabado el momento en el que el mensaje salía de su móvil al igual que había grabado la sesión de sexo entre los dos tortolitos sobre el sofá de su salón.

Sin más dilación, se subió al ascensor y en pocos segundos se disponía a abrir la puerta del apartamento. Tenía que fingir que llegaba en ese momento por primera vez.

A punto estaba de introducir la llave en la cerradura, cuando la pantalla de su iPhone se iluminó entre sus manos y pudo leer el mensaje de wasap que en ella aparecía.

RAMÓN: Recuerda que tenemos que terminar lo que iniciamos en la buhardilla el día de la celebración. Si no me llamas tú pronto, lo haré yo. No creas que vas a librarte de mí.

Clara tragó saliva y empujó la puerta de su casa.

Continuará...

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