Historia de Una Mujer Fácil (08)

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Clara se emputece poco a poco por sus deseos de vida lujosa.
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Parte 8 de la serie de 16 partes

Actualizado 06/22/2024
Creado 05/07/2024
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ASUNTOS DE OFICINA

—¡A mi despacho! ¡Ahora! —fueron las primeras palabras que soltó Clara al llegar a la oficina el lunes por la mañana.

La exclamación iba dirigida a Rafa, quién sorbía un café sentado a su mesa y revisaba en el ordenador las portadas de los periódicos deportivos.

—¡Cierra la puerta! —le espetó sin ninguna consideración cuando el becario entró.

El chico temblaba y Clara se sintió fatal. Él la había ayudado sin condiciones y ella le pagaba con esta moneda. Pero aún le duraba el enfado por haberle descubierto en el restaurante el sábado anterior. No estaba muy segura, sin embargo, si no estaría pagando con él la frustración de saberse follada a traición por el tipo más asqueroso de la empresa.

El joven se hallaba de pie ante su mesa, con las manos cruzadas por delante, como si intentaran cubrir su entrepierna.

—¿Por qué coños me seguiste? —escupió Clara cuando se hubo sentado en su butaca tras el escritorio.

—¿Yo...? —se asombró el chico—. ¿Qué... qué quieres decir? ¿No... creerás que... te... espío?

—Ah, ¿no? —volvió a rugir, aunque con la voz contenida para que nadie fuera del despacho la oyera—. ¿Entonces qué hacías el sábado en el restaurante, mirándome como un pasmarote?

Rafa se quedó mudo y Clara se impacientó.

—¿¡Me lo vas a decir o qué!?

El chico se mordió el labio y entonces se atrevió a hablar.

—No te seguía a ti, sino a él... —musitó acobardado.

—¿A «él»...? ¿Qué él?

—A Ramiro.

Clara recostó en el respaldo de su butaca con los ojos como platos.

—¿Cómo...? —balbució.

—Sí, aunque no me creas... No es a ti a quien espiaba, sino a ese cerdo hijo de...

—¡Rafa! —le cortó—. ¡Controla esas palabras...!

—No le defiendas... tú piensas lo mismo que yo: ese tío es una serpiente venenosa.

Clara lo meditó un segundo. No podía estar más de acuerdo con Rafa, pero de puertas adentro de la empresa tenía que guardar la compostura. Y obligar a guardarla.

—A ver... —le dijo tras un paréntesis con un tono más calmado, pero aún con expresión malhumorada—. ¿Qué pretendías espiando a Ramiro?

El chico suspiró antes de levantar la cabeza y confesarse ante Clara.

—Ramiro me llamó a su despacho la semana pasada. Seguía muy cabreado por la faena que le hice con el café...

Clara recordó el incidente y no pudo menos que sentir ternura. No quiso interrumpirle, sin embargo.

—Me amenazó con despedirme. De hecho, me dijo que aún no lo tiene decidido y que quizá lo haga.

—¡Será cabrón...! —murmuró para ella.

Rafa amagó una mueca de sonrisa.

—¿Lo ves? Tú piensas lo mismo que yo.

Clara mantenía su gesto serio, pero el entrecejo se le había alisado. La animadversión que hacía un momento sentía por Rafa iba cambiando de dirección.

—Sigue... ¿hay algo más?

—Sí, bueno... Lo que pasa es que no sé si te va a gustar.

Clara tragó saliva. Aquel chico sabía demasiado, se temía.

—Mi intención al seguirle era pillarle en algún renuncio y grabarle. Supe lo de la cena de celebración y sabía que el muy perro haría alguna de las suyas aquella noche. Si le grababa, tal vez pudiera hacerle chantaje y evitar que me despidiera. Este trabajo me gusta, Clara. No quiero que me echen... ¿lo entiendes?

La muchacha tragó saliva. Rafa aún no había terminado su relato, pero no sabía si quería escuchar lo que seguiría.

—¿Al final... le... grabaste...? —preguntó cerrando los ojos.

—Sí...

Clara pidió al suelo que se la tragara. Hubiera querido morirse a estar allí quieta, escuchando la confesión de un lechuguino que, a pesar de ser un buen chico, le podría arruinar la vida.

—¿Y... qué... grabaste?

Rafa se mordió el labio. Se hacía el remolón, pero la mirada de Clara le apremió para que continuara.

—Primero le grabé en video entrando en el lavabo de señoras. Después, cuando entraba en el cubículo detrás de ti. El resto lo hice con grabación de voz. Vuestros... susurros... y eso... Colé un micrófono inalámbrico por un resquicio inferior de la puerta... y grabé la conversación desde el exterior de los lavabos.

Joder, se confirmaba lo que había pensado de Rafa: el chaval era un auténtico portento de la tecnología. Demasiado, en este caso. Clara quería que acabara de hablar, pero no se atrevía a pararle.

—Al final volví al video cuando salió del lavabo mirando hacia los lados con disimulo.

Un sollozo se escapó de los labios de Clara y se tapó la cara con las manos.

—Joder... —suspiró compungida.

—¡Pero, espera...! —dijo Rafa con apremio—. No tienes de qué preocuparte, te lo prometo... Yo no sabía que estaría contigo. Pero ahora que lo sé, voy a borrar todas las grabaciones. Te aseguro que por mí nadie sabrá lo que pasó.

La sensación de ternura que Clara había sentido al principio, se acrecentó y le apretaba el corazón.

—¿Lo dices en serio? —una punzada de esperanza se clavó en su pecho—. ¿Lo harías... por mí?

Rafa se acercó a la mesa y le pasó su teléfono.

—Toma, hazlo tú misma. Son esos cinco archivos que puedes ver en la pantalla. Te juro por lo más sagrado que no hay más copias, ni en el móvil ni en la nube.

Clara tomó el iPhone que Rafa le pasaba sin bloquear y suspiró aliviada. Borró uno a uno los cinco archivos, teniendo cuidado de que no quedaran en la papelera de reciclaje.

—Gracias, Rafa, te debo otra más...

El chico se giró cuando Clara le devolvió el móvil. Se dirigió a la puerta y se disponía a abrirla cuando ella le retuvo.

—Rafa, una cosa...

—Dime...

—¿Qué edad tienes?

—Veintitrés... ¿por qué?

—No, por nada.

Clara no le habría echado más de veinte por su aspecto. Pero según le iba conociendo, se decía que la madurez del muchacho lo hacía parecer mayor que la edad que aparentaba. E incluso de su edad real, solo cinco años más joven que ella misma.

*

El resto del día fue más bien aburrido. Una hora antes de que la jornada terminara, el fijo de Clara sonó y la voz de la secretaria de Andrés se oyó al otro lado de la línea.

—Hola, Clara —saludó la eficaz asistente y buena amiga suya—. Tu primo político quiere que subas a verlo cuanto antes, si puede ser, ahora mismo.

Se sintió extrañada. ¿Qué querría Andrés a aquella hora? A aquella o cualquier otra, porque era muy raro que Andrés «director general» —no Andrés «primo»— quisiera hablar a solas con ella.

Subió desconfiada y pasó al despacho del gran jefe seguida por la sonrisa afable de su secretaria.

—Hola, Clara —dijo al recibirla Andrés—. Cierra la puerta y siéntate, por favor.

Clara se sentó en silencio. Andrés era un hombre de aspecto enérgico, facciones duras y mirada penetrante. Su voz, además, grave y sonora, asustaba cuando no era capaz de medirla.

—Tu dirás... —musitó ella—. ¿Quieres que te ayude en alguna campaña de imagen?

Andrés tosió y parecía no atreverse a decirle lo que se le estaba pasando por la cabeza.

—No, no es un asunto de trabajo lo que quiero comentarte...

—Ah, ¿no? —la joven empezaba a olerse por donde iban los tiros y se echó a temblar.

El primo de su novio tomó aire con fuerza y entonces se decidió a entrar en materia.

—¿Tú lo sabías? —dijo con voz rasposa.

—¿Saber... qué? —Clara no necesitaba que le hicieran un mapa, pero haberse mostrado abierta y sincera de entrada habría sido lo mismo que declararse cómplice del affaire de los tortolitos.

—Lo de Carlos y mi mujer...

Clara abrió los ojos de forma desmedida, aunque no supo si su expresión resultó verosímil.

—¿Qué pasa con ellos? —intentó ganar tiempo.

—Pasa que esos dos están follando como conejos, eso es lo que pasa...

La joven se dijo que un polvo al mes —más o menos— no era como para llamarlo «follar como conejos», pero se contuvo.

—Joder... Andrés... ¿Es eso posible? —ahora su expresión simulaba alarma y sorpresa—. No puede ser verdad... ¿quién te lo ha dicho?

—Totalmente cierto, te lo aseguro. Tengo unas fotografías magníficas de tu novio metiéndole el rabo a Laura en su flamante todoterreno.

—Oh.... —soltó Clara llevándose una mano a la boca.

Andrés soltó un puchero de niño bueno y empezó a sollozar.

—¿Cómo puede hacerme esto? Yo la quiero...

Clara no pudo soportar ver a aquel hombre hecho y derecho llorando como un crío y se levantó para consolarle. Él siguió sentado y ella lo abrazó por detrás.

—Tranquilo, cielo, tranquilo... —le dijo para calmarlo.

La joven intentaba mirar la escena desde fuera. Si alguien los hubiera descubierto interpretándola —el presidente de la empresa llorando y la jovencita acariciándole el pelo y casi cantándole una nana— se habría partido de la risa.

Pero no tenía ganas de reír, aquel lío era otra piedra en el camino para sus objetivos. Tenía que remediar el entuerto. Aquella mañana había salvado el escollo de la grabación de Rafa y ahora se sentía como una heroína a la que no se le ponía nada por delante.

Quizá si le contaba la historia al completo, Andrés lo entendería al igual que ella había hecho. Aunque no podría mencionarle lo de la píldora anticonceptiva, por supuesto.

—Andrés...

—¿Qué...? —replicó el hombretón con un puchero.

—En realidad sí lo sabía... —musitó—. Y les he perdonado. Voy a contarte la verdad, es posible que así tú también les perdones.

Y ante la mirada atenta de su primo político, Clara le relató lo que se podía contar de la tarde en la que sorprendió a los amantes en su casa. Andrés seguía la historia que le narraba su prima con la boca abierta. Al finalizar, se recostó en el respaldo de la butaca y suspiró.

—¿De veras Laura está buscando quedarse embarazada para darme un hijo? ¿Un maravilloso bebé?

—Bueno... con los matices que te he explicado, pero sí... —replicó Clara—. Ambos se han comprometido a que el niño será solo vuestro y nunca se sabrá la verdad.

Andrés sonrió y una lágrima cruzó su rostro.

—Pero, ¿por qué lloras ahora? —le espetó su prima.

—Oh, no... no es nada... —replicó él—. Son lágrimas de alegría. Qué gesto más bonito... Son dos ángeles, Clara, te lo juro, mis dos ángeles: Carlos y Laura. Ahora los quiero más que nunca.

Lo primero que se le pasó a Clara por la cabeza fue que aquel tío, al que antes respetaba y temía, era un perfecto gilipollas. Lo segundo, que no entendía como una empresa de éxito como aquella podría estar dando beneficios gobernada por semejante tonto del culo.

Un tonto que, por otro lado, no conseguía enderezar la picha para metérsela a su mujer. ¿O sería esa otra de la mentiras de Laura? Un picorcillo lascivo le recorrió la entrepierna y, sonriendo internamente, se decidió a comprobarlo de primera mano.

—De todas formas... —susurró en su oído desde su posición a la espalda del director—. ¿No crees que se merecen un escarmiento?

—¿A... a qué te refieres...? —respondió Andrés.

Clara hizo girar la butaca hasta que el hombretón estuvo enfrentada a ella. Acto seguido, se arrodilló ante él y se lanzó a desabrocharle el cinturón.

—Pero... ¿qué haces... mujer...? —la cara de pasmo que puso era única.

—Tú déjame a mí... —le replicó con los ojos hinchados en sangre—. Tenemos al menos que vengarnos de ellos... aunque solo sea un poco...

La misma Clara se sentía rara. La euforia que le recorría el cuerpo mientras liberaba el miembro de su primo político era un sentimiento desvergonzado que desconocía en ella. Las últimas experiencias con Ramón y Ramiro empezaban a cambiar su forma de entender el sexo. Y el deseo creciente de disfrutar de él. Había perdido la vergüenza.

Estaba decidida. Se iba a mamar aquella polla aunque cayeran chuzos de punta.

*

Clara

Agarré la verga de Andrés con las dos manos. Hay que decir, sin embargo, que me habría bastado con utilizar solo una, tan flácida se hallaba la pobre. Un impulso maternal me embargó y me la pasé por la mejilla para mimarla, igual que se mima a un bebé.

La picha no se hizo esperar y , dando cabezazos, empezó a crecer. Tiré de la piel hacia atrás y la descapullé con soltura. Yo misma me alucinaba con lo bien que se me daba hacer aquello. Pocos meses atrás no hubiera sabido que hacer con aquel pedazo de carne, fofo y blando por el momento. Ahora, sin embargo, tenía plena confianza en mí misma. Era mi tercera mamada en poco tiempo y muy bien sabía lo que tenía que hacer para revivirlo, en el caso en que no estuviera muerto del todo.

Una vez el glande estuvo al aire, alargué la lengua y lo ricé llenándolo de saliva. Miraba a Andrés con ojos de puta mientras lo hacía. Él se había quedado rígido, en parte por la sorpresa, en parte por el placer, y se agarraba a los brazos del sillón como si temiera caerse.

Cuando succioné el glande, fui consciente del olor de aquella polla seca y moribunda. El olor a orín era el predominante en ella. Contrastaba con el olor a semen fuerte y joven de Ramón y con el olor a perfume caro de Ramiro. No supe cuál de los tres olores me gustaba más, aunque todos eran excitantes, cada uno a su manera.

La succión pilló desprevenido a Andrés, que parecía no haber recibido nunca una mamada en condiciones, y el muy lerdo lanzó un aullido.

—Sssshh —le regañé—. Calla si no quieres que nos oiga tu secretaria.

—Joder... Clara... es que me estás matando...

Me asusté. Quizá Andrés no deseaba aquello. ¿Estaría violándole?

—Perdona... —me eché hacia atrás—. Lo siento. ¿Quieres que pare...?

—Hostia, Clara —me reprochó—. Para eso no haber empezado. Ahora no puedes parar, no me jodas...

Lancé una sonrisita y me tragué su minga hasta la campanilla, cosa sumamente fácil al no estar totalmente tiesa.

Mamé durante unos minutos, durante los cuales Andrés se mordía una mano para contener los jadeos. A veces me tiraba del pelo, pero se le veía que intentaba no hacerme daño. Era un pedazo de pan entre mis manos, nada que ver con el sucio Ramiro.

La dureza del rabo de Andrés crecía. Muy poco a poco, pero siempre hacia arriba. Cuando me las prometía felices, una voz metálica surgió de algún punto sobre la mesa.

—Andrés —dijo la voz de la secretaria del presidente—. Tu primo Carlos va para tu despacho. Le he pedido que esperara, pero no me ha hecho caso y...

No nos dio tiempo a oír más. Andrés intentó levantarse de la silla, pero yo le sujeté. Giré la butaca y, metiéndome bajo la mesa del presidente, tiré de ella hasta cubrirme completamente. De igual manera, el pantalón a medio muslo de Andrés era invisible si no rodeabas la mesa y mirabas desde atrás.

*

Clara

Aquel movimiento desesperado fue nuestra salvación. Antes de que la frase de la secretaria hubiera terminado, Carlos ya abría la puerta del despacho y se plantaba ante la mesa de Andrés, dando un puñetazo sobre ella. Un segundo más y nos habría pillado infraganti.

El ímpetu de Carlos, un hombre calmado por lo normal, me hizo temer que sabía lo que allí ocurría. Me equivocaba, afortunadamente. Su enfado provenía de un asunto puramente profesional. Al parecer, un desarreglo en las cuentas realizado con consentimiento de Andrés, había abierto un agujero fiscal que podría traerles graves consecuencias.

Los dos hombretones se enzarzaron en una agria discusión. Aunque, para ser exacta, debería decir que era solo mi novio quien elevaba la voz. Andrés, se mostraba calmado y argumentaba en contra con suma naturalidad.

Se me estaban entumeciendo las piernas. A pesar de que el hueco bajo la mesa era enorme, el tener que estar de rodillas y agachada no era la postura más idónea para permanecer más de tres minutos. Y ya llevábamos cinco y la discusión no tenía visos de terminar.

Observaba con lástima como se desinflaba la polla de Andrés, cuando vi surgir una mano bajo la mesa. La mano me agarró del pelo y tiró fuertemente de mí, acercando mi cabeza a su entrepierna. Esta vez el tirón de pelo fue más efusivo y tuve que reprimir un gritito. Parecía que a Andrés le había gustado el juego y no tenía intención de esperar.

Me hice la loca y me eché hacia atrás. Andrés, quizá mosqueado, me volvió a tirar del pelo y me sujetó fuertemente para que no escapara de su regazo. Me rendí y atrapé la verga de mi primo político con los labios. Succioné el capullo y el mazo de carne volvió a revivir.

A partir de ese momento mi mamada fue in crescendo, mucho más al notar enfervorizada que mi trabajito estaba surtiendo efecto: la polla del presidente de la empresa estaba alcanzando una dureza más que interesante.

Yo chupaba, Carlos voceaba furioso y Andrés tiraba de mi pelo adelante y atrás. La minga del gran jefe se endurecía y, al poco rato, ya estaba dura como una piedra. Sonreí con satisfacción y seguí chupeteando el glande como si pretendiera inflar un globo. Mi intuición se confirmaba: la polla de Andrés no estaba muerta, el problema de aquel hombretón era la falta de interés de su querida esposa Laura.

Según mamaba, tuve una revelación. Saqué el móvil del bolsillo, apunté a la mitad del cuerpo de Andrés que podía verse bajo la mesa y empecé a grabar. Con mucho cuidado de que no apareciera nada mío en las imágenes, tomé una panorámica de la polla en plena forma, del cinturón de Andrés con su nombre grabado en letras de oro y, sobre todo, de los zapatos. Unos zapatos italianos fabricados en exclusiva para él y con sus iniciales en letras doradas a juego con el cinturón. Sonreí para mí, últimamente me estaba aficionando al reporterismo visual como una vulgar paparazzi.

Repentinamente, el conducto inferior de la verga se inflamó. Sabía lo que eso significaba: el jefe de Carlos estaba a punto de correrse. Joder, aquello era una mala noticia. Y no entendía como no había contemplado antes tal posibilidad. Quizá había confiado en la impotencia del primo de mi novio, el caso es que por más que miraba hacia los lados no había escapatoria. Aquella lechada me iba a impactar de lleno.

A no ser... Joder, supe la solución al tiempo que me subía una arcada y comprendía que debía aguantarla si no quería que Carlos nos descubriera.

Cerré los ojos y me dispuse a sufrir. Respiré profundamente, apreté los labios alrededor del glande de Andrés y pajeé la piel del duro rabo hasta que empezó a escupir. Aguantando las ganas de vomitar, fui tragando la lefa de Andrés a medida que iba saliendo. Afortunadamente no expulsó tanto semen como Ramiro, si no habría muerto ahogada intentando tragarlo.

Andrés, por su parte, se había quedado en silencio para que no se notara que se estaba corriendo a mares.

Cuando la corrida terminó, me limpié la boca con un pañuelo de papel y esperé a que Carlos se largara. Tuve que esperar otros diez minutos hasta que eso ocurrió.

Al cabo, Carlos desapareció con su retahíla de improperios y pude escabullirme de mi prisión. Me arreglé el pelo y la ropa y me dispuse a salir del despacho. Andrés me miraba agradecido.

—Gracias, prima... —dijo antes de que saliera—. ¿Volveremos a repetir?

—¿Por qué no le pides a Laura que te lo haga ella? —repuse—. A lo mejor descubrís una posibilidad de tener vuestros propios hijos sin depender de nadie.

—Lo dudo —se lamentó—. Laura es una asquerosa. No me haría una mamada ni muerta... Y menos con esas ganas que tú le pones...

—Anda, no seas tonto... —«si tu supieras», pensaba recordando cómo le había negado las mamadas a mi novio—. ¿Se lo has pedido alguna vez?

—No sé... tal vez no lo haya hecho. Quizá pruebe a hacerlo...

—Pues claro, jefe...

Me lanzó un lapicero en señal de ofensa por haberle llamado jefe y ambos reímos cuando abandonaba el despacho. Hacía más de media hora que su secretaria se había despedido por el telefonillo y se había marchado a casa.

El camino está libre, me dije.

Continuará...

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