La MILF más Deseada 13

Historia Información
Capítulo 13.
7.6k palabras
4.67
2.4k
2
0

Parte 13 de la serie de 18 partes

Actualizado 06/10/2023
Creado 08/05/2020
Compartir este Historia

Tamaño de fuente

Tamaño de Fuente Predeterminado

Espaciado de fuentes

Espaciado de Fuente Predeterminado

Cara de fuente

Cara de Fuente Predeterminada

Tema de Lectura

Tema Predeterminado (Blanco)
Necesitas Iniciar sesión o Registrarse para que su personalización se guarde en su perfil de Literotica.
BETA PÚBLICA

Nota: Puede cambiar el tamaño de la fuente, el tipo de fuente y activar el modo oscuro haciendo clic en la pestaña del ícono "A" en el Cuadro de información de la historia.

Puede volver temporalmente a una experiencia Classic Literotica® durante nuestras pruebas Beta públicas en curso. Considere dejar comentarios sobre los problemas que experimenta o sugerir mejoras.

Haga clic aquí
Nokomi
Nokomi
13 Seguidores

Apenas llegaron a la playa, Diana se quitó la holgada camiseta que llevaba puesta, y se despojó de su corto short de jean. La rubia quedó luciendo un pequeño bikini amarillo, que a duras penas le cubría las grandes tetas y el pubis. Julián estaba seguro de que si su madre no se depilara la entrepierna, ahora mismo estaría mostrando buena parte de su vello púbico.

El clima acompañaba a la perfección, no había ni una sola nube manchando el cielo y el sol brillaba con la intensidad justa, sin llegar a tornarse insoportable.

La playa no estaba muy poblada, pero los pocas personas que había no podían evitar fijarse en esa radiante mujer de prominentes curvas. Esto empezó a incomodar a Julián, especialmente porque la mayoría de los que la miraban eran tipos de cuerpos trabajados y musculosos, como Lautaro, el modelo. Sabía que no pasaría mucho tiempo hasta que su madre empezara a devolverles las miradas. Meses atrás no hubiera creído posible que su madre fuera a la playa a seducir hombres; pero ahora temía que esa fuera la verdadera intención detrás de este paseo improvisado.

Julián se esforzó por buscar un sitio un tanto apartado de los ojos curiosos. Allí extendieron sus toallones y se sentaron a tomar unas gaseosas frescas que habían comprado por el camino, y comieron unos sandwiches de miga que Diana había preparado justo antes de salir. Estaban tranquilos, disfrutando de la vista y del agradable viento. Julián se relajó ya que, por el momento, todo parecía un bonito picnic de madre e hijo, y los sándwiches estaban muy buenos. Pero, para su lamento, esa calma no les duraría demasiado.

Como era de suponer, uno de esos tipos de físico trabajado se acercó, sin que nadie lo invitara.

—Buenas tardes —saludó, mostrando su blanca sonrisa, que contrastaba con el bronceado de su cuerpo escultural—. Nunca los había visto por acá. Y eso es muy raro, porque vengo casi todos los días, al menos un rato.

—Hola —saludó Diana. Tuvo que ponerse sus anteojos negros, porque el recién llegado se había parado con el sol a su espalda—. Hace tiempo que no vengo a esta playa, pero hubo una época en la que venía seguido.

—¿Sí? Eso no me lo puedo creer, yo me acordaría de vos. Estoy seguro.

—Es que fue hace muchos años... seguramente vos en esa época todavía estabas en el colegio.

Julián se llevó otro sándwich a la boca y empezó a masticarlo con bronca. Ese tipo estaba ahí, coqueteando con su madre, haciendo de cuenta que él ni siquiera existía.

—¡Ja! Lo decís como si tuvieras un montón de años...

—Los tengo —aseguró Diana—. Debo tener el doble de años que vos.

—No te creo. No parecés de más de treinta. Yo tengo veinticuatro.

—Bueno, no llego a tener el doble que vos, pero casi... tengo más de cuarenta.

—¡Wow! ¿De verdad? Eso me cuesta creerlo. Pero por experiencia sé que una mujer nunca se sumaría años... siempre se los restan.

—Yo no necesito restarme ninguno, estoy muy orgullosa de la edad que tengo.

—Y... estando tan bien conservada, deberías estarlo. Es impresionante, tenés mejor cuerpo que muchas chicas de veinte.

—Ay, gracias. Eso me halaga mucho. —Julián empezó a intercambiar miradas de desaprobación con su madre. Ella comprendió la indirecta y, a pesar de que la vista le agradaba, prefería mantener la paz con su hijo—. Bueno, me alegra mucho que hayas pasado a saludarnos...

—Daniel.

—Un gusto, Daniel. Mi nombre es Diana. Vine a la playa con mi hijo, Julián, y queremos pasar una tarde tranquila. Tal vez podamos charlar en otro momento.

—Claro que sí, Diana —volvió a mostrar su brillante sonrisa—. No pretendo molestarlos. Que pasen un buen día. Cualquier cosa que necesiten, yo suelo estar cerca del quincho...

—¿Qué es lo que hay en ese quincho? —Quiso saber Diana.

—Es una especie de bar playero. Sirven bebidas y alguna que otra cosa para comer.

—Ah, bien. Es bueno tenerlo en cuenta. Gracias, Daniel.

El tipo fisicudo se despidió y cuando estuvo lo suficientemente lejos Julián dijo:

—¿Por qué tenías que ponerte a charlar con él? Ni lo conocés.

—Me pareció un tipo amable. Además, ¿viste el físico que tiene?

—¿Ya te gustó?

—¡Ay, Julián! No empieces con otra de tus escenas de celo. No hice nada raro con el tipo, solo conversé con él. A mí me hace muy bien que alguien como él me halague de esa forma. Me pone feliz, me levanta la autoestima. Fue solamente una charla.

—Está bien.

Julián se sintió un poco ridículo. Su madre tenía razón, ella merecía ser feliz. Él también se hubiera alegrado mucho se una chica linda lo hubiera elogiado.

Las gaseosas que habían llevado eran pequeñas, y se terminaron en poco tiempo. Los sándwiches de miga, al ser salados, los dejaron con mucha sed. Diana se levantó y tomó su cartera.

—Ya vengo —dijo—. Voy a comprar algo para tomar. Hace mucho calor y tenemos que estar bien hidratados. Después buscamos algún lugar, sin tantos curiosos, y hacemos unas fotos ¿te parece?

—Me parece perfecto —respondió, con genuina alegría.

A Julián le agradaba mucho la idea de poder alejarse de las miradas curiosas, y también poder trabajar con las fotos. Sabía que en un lugar público no podría llegar muy lejos con su madre, pero ésta podría ser la precuela de una sesión mucho más intensa, en su casa.

Diana se alejó, tambaleando las caderas. Julián no pudo evitar mirarle el culo. Esas nalgas estaban completamente al desnudo. Apenas había un triangulito de tela en la parte baja de la espalda, el resto se perdía entre las nalgas, y volvía a aparecer más abajo, marcando esa vulva que amenazaba con quedar expuesta con cada paso. No era de extrañar que todos los tipos de la playa se quedaran atontados al verla caminar.

La rubia entró al pequeño bar playero, que no era más que un quincho con techo de paja que solo tenía dos paredes, los otros dos lados tenían una pared baja, de medio metro, y el resto estaba a la intemperie. Allí solamente había dos personas: Daniel, quien se puso de pie al verla, y un muchacho rubio que estaba parado detrás de la barra, revisando su celular. A él también se le fueron los ojos cuando esa deslumbrante fémina ingresó en el local.

—Estoy buscando algo fresco para tomar —dijo ella, ignorando a Daniel, quien se le acercó como una serpiente.

—¿Con alcohol o sin alcohol? —Preguntó el rubio, mirando descaradamente las tetas de Diana.

—Sin alcohol, me parece que es un poco temprano como para empezar a tomar.

—Bien, ¿querías algo en especial?

—Cualquier cosa que esté bien fría.

El rubio se acercó a una heladera con puerta de vidrio y sacó dos botellas de gaseosa.

—Yo también voy a necesitar algo para enfriarme, Matías —dijo Daniel, contemplando a la rubia desde muy cerca.

Ella sonrió al verlo, en otro momento hubiera retrocedido un paso, o dos. Pero gracias al Tano aprendió a comportarse frente a tipos como Daniel. Se mantuvo firme en su lugar y apoyó los codos en la barra, dejando su cola levantada.

—Uf, mamita... me estás matando —dijo Daniel, mirándole el culo descaradamente.

—Sí, tengo edad como para ser tu "mamita".

—Me encantaría que fueras mi mamita.

Diana empezó a reírse.

—Eso no tiene mucho sentido, ¿o si?

—¿Por qué no? ¿No te va el morbo de la mami y el hijo?

Esta pregunta sí la tomó con la guardia baja. Ella había pasado cosas sumamente excitantes junto a su hijo, y no podía negar que eso, a pesar de ser su trabajo, le causaba mucho morbo. Daniel había tocado una fibra sensible que ella ni sabía que existía. Se quedó muda y el tipo se dio cuenta de que había ganado ventaja. Acarició una de las nalgas de la rubia y dijo:

—¿Y qué pensás, "mamita"? ¿No querés que te haga un masaje, o que te ponga un poco de bronceador?

Diana empezó a sentirse un poco mal consigo misma, porque evidentemente el tipo no era muy ocurrente. Sus palabras parecían salidas de una película porno barata; pero estaban causando un fuerte impacto en ella. Los impertinentes dedos de Daniel llegaron a la zona de su concha y empezaron a remarcar la línea que separaba esos turgentes gajos. Era un atrevido, de eso Diana no tenía dudas. También sabía que debería detenerlo, tal vez hasta enojarse con él, por toquetearla de esa manera; pero no pudo hacerlo, todo su cuerpo conspiró en su contra. Los pezones se le pusieron duros, la concha se le humedeció, las piernas se le aflojaron, su espalda se inclinó aún más, provocando que sus tetas quedaran apoyadas en la barra.

Matías miró la situación y como buen compinche, intentó ganar algo de tiempo para Daniel.

—Me parece que me está fallando la heladera, estas botellas no están frías —volvió a guardarlas en su lugar—. Voy a ver si en el freezer de atrás tengo algo más fresco.

Por supuesto Diana sabía que no había nada de malo con la heladera, pero esa era la menor de sus preocupaciones. Apenas se quedó sola con Daniel sintió cómo sus dedos le invadían la intimidad. El muy descarado había apartado la tanga del bikini y, sin pedir permiso, ya le estaba acariciando los labios de la concha.

Diana suspiró y se aferró al mostrador con ambas manos. Sabía que no podía permitir que Daniel se tomara semejantes libertades con ella. Él no era más que un tipo tosco que buscaba llevarla a la cama sin ninguna sutileza... un tipo como el Tano. Y eso fue lo que más nubló el juicio de la rubia. Durante años había fantaseado con la idea de reencontrarse con el Tano, y aquí estaba, en una situación que le recordaba mucho al primer encuentro con su amante. Para colmo Daniel era mucho más joven que ella, y eso, por alguna razón, también hacía mella en su líbido.

—Me encantan las maduras como vos —le dijo Daniel al oído, mientras, lentamente, le iba metiendo un dedo en la concha—. Vienen a la playa con el bikini más chico que pueden comprar, y lo único que buscan es una buena pija. ¿Vos andás buscando pija? Porque tengo una muy buena...

Él agarró la mano de Diana y la dirigió hasta su bulto. La rubia pudo sentir ese gran paquete entre sus dedos. Otra similitud con el Tano, y su mano traicionera se aferró a ese paquete, por encima de la tela del short.

—Ajá... se ve que te gustó... —dijo Daniel, en tono burlón—. Sí, yo a las minas como vos las tengo bien caladas. Se te nota lo puta a la legua.

Este comentario hizo que las piernas de Diana temblaran.

—No soy puta.

—¿Ah no? ¿Y por qué estás tan quietita mientras te estoy colando los dedos? —Era cierto, ya había entrado un segundo dedo en su concha, y ella no se había movido ni un milímetro, ni había emitido una sola queja al respecto—. Además me agarraste la pija sin dudarlo. No hace falta que te hagas la puritana conmigo. Sé que sos bien puta. Se te nota en la cara... y la forma de caminar. A cada paso que das, mové el orto como si estuvieras pidiendo a gritos que cojan —Daniel liberó su enorme pene del pantalón—. Y yo te voy a coger. ¿Querés que te dé acá, o pasás al cuartito del fondo? En el fondo también está Matías... te podemos dar entre los dos... ya nos cogimos varias veteranas igual de putas que vos. ¿Qué decís?

—No... no quiero nada. Me quiero ir. —La mano de Diana seguía actuando con conciencia propia. Sus dedos se aferraron a la maciza verga y empezaron a acariciarla toda.

—¿Viste qué dura la tengo? Vos te morís de ganas de cojer, putita. Me encantan las mamis putas como vos. A la última como vos que vino por acá, le rompimos el orto, con Matías. Vos tenés un culo hermoso... ¿cuántas veces te cogieron por el culo?

—N... ninguna.

—Ja, esa no me la creo. Sos muy puta, ya te deben haber pasado muchas pijas por el orto.

—No soy tan puta como te imaginás.

—¿Tan? ¿Entonces tenés asumido que sos un poquito puta?

—Un poco... sí... me gusta la verga. No lo voy a negar. Pero mi culo es virgen.

—Es una pena que una rubia tan linda como vos no entregue el orto. Pero lo podemos solucionar... pasemos al cuartito del fondo, así te rompo el orto. ¿Querés? Mientras tanto le podés chupar la pija a Matías.

La cabeza de Diana daba vueltas sin parar. Se imaginó a ella misma en cuatro patas, en algún catre medio mugriento, recibiendo la gran pija de Daniel por el culo, mientras Matías la agarraba de la cabeza y la obligaba a chuparle la pija. La imagen era demasiado fuerte. Aún no se sentía preparada para dar semejante paso en su vida sexual. Además, sabía que si entraba a ese cuarto, no saldría durante horas. Y Julián, obviamente, se preocuparía e iría a buscarla. Si Juliánla encontraba en esa situación, armaría un escándalo. No quería que su hijo terminara peleando con esos dos tipos.

—No. ¡Basta! —Exclamó ella. Se apartó de Daniel, dándole un golpecito en la mano—. Dejá de tocarme. Dame las bebidas y me voy de acá.

—Epa, rubia... no te enojes...

—Me enojo si no me das las bebidas. Me quiero ir. Ya. Dale, o armo un escándalo de la puta madre que lo parió.

—Bueno, bueno... pará... calmate un poquito. Ya te doy las bebidas. —Daniel pasó del otro lado del mostrador, mientras Diana se acomodaba el bikini. El chico la alcanzó las dos botellas frías y dijo:— ¿Cuándo te vas a dar otra vuelta por acá, así seguimos con nuestra charla?

—No sé. Ahora solamente quiero irme.

—Está bien, está bien. No sé cuánto cuestan las dos botellas...

—No importa. De todas formas las vas a pagar vos. Tomalo como un pago por meterme los dedos en la concha.

Daniel sonrió, pero no se quejó. Para él el trato funcionaba.

Diana cambió levemente su gesto. Le mostró un asomo de sonrisa. Justo antes de irse, la rubia tomó una servilleta de papel y una birome. Anotó su nombre y su número de teléfono. Después salió caminando, meneando el culo, como si estuviera pidiendo a gritos que se la cojan.

—2—

Diana volvió junto a su hijo y le alcanzó la gaseosa.

—Tardaste bastante —dijo Julián—. Ya estaba por ir a buscarte, pensé que ese degenerado de Daniel te estaba haciendo algo.

—¡Ja! Bueno, agradezco la preocupación; pero no te preocupes, no pasó nada malo. Demoré porque el dueño del barcito tuvo un problema con una de las heladeras, las bebidas estaban calientes.

—Yo la noto bastante fría.

—Porque a esa la sacó de un freezer que tiene en la parte de atrás.

—¿Y tanto demoró en ir a buscar las botellas a la parte de atrás?

—Pero che, ni tu padre me interrogaba tanto. Tomá la gaseosa y dejá de joder. Podríamos ir buscando algún lugar lindo para empezar con las fotos.

—Bueno, está bien.

Diana quería irse de esa zona, no porque le tuviera miedo a Daniel, sino porque no quería caer en la tentación y volver al bar. Sabía que si entraba una segunda vez, la situación se iba a poner mucho más pornográfica; y ella ya no opondría tanta resistencia.

—3—

Julián y su madre caminaron por la playa, sin mucho apuro. Aún era temprano y quedaban varias horas de luz natural. El río era extenso y había muchas zonas que estaba totalmente desiertas, por lo que no les costaría mucho encontrar un poco de privacidad. Por eso Julián se centró más que nada en buscar un sitio que fuera agradable a la vista, que acompañaba bien a las fotos. Le daba cierto morbo saber que su madre se desnudaría a la intemperie. Tenía muchas ganas de verla recostada en la arena con la cola parada, con la concha al aire. La impaciencia comenzó a vencerlo y seleccionó un lugar que estaba bien; pero que tal vez no era el más llamativo de toda la playa.

—¿Acá está bien? —Preguntó Diana.

—Sí, sí... saquemos algunas fotos acá y si nos queda tiempo, podemos buscar algún lugar mejor.

—Bueno, está bien.

Diana se acomodó el pelo, no estaba maquillada, pero no lo necesitaba. Su belleza natural y la potente luz del sol hacían que ella brillara ante la cámara. Julián aprovechó el carisma que irradiaba su madre, y empezó a tomar fotos desde todos los ángulos. Le agradó estar con ella al aire libre, lejos de las paredes que tantas veces habían servido de fondo para las fotografías. Al menos aquí podía aprovechar la luz natural, que siempre le daba un toque especial a las imágenes.

Diana intentaba no hacer poses demasiado forzadas. Ya tenía un poco de experiencia, y no se quedaba rígida ante la cámara. Caminó por la orilla del río como si estuviera paseando, se puso sus anteojos de sol durante un rato, y luego se los sacó. Posó de frente al agua, y dándole la espalda.

—¿Se puede saber qué están haciendo?

La voz masculina tomó por sorpresa a Julián y a su madre, ambos giraron en dirección al recién llegado. Se trataba de un hombre de unos cuarenta y tantos. Miraba a la rubia con los brazos en jarra. Pretendía aparentar descontento con la situación, pero sus ojos no dejaban de recorrer la anatomía de la rubia que posaba en bikini. Un segundo hombre apareció entre los árboles, parecía ser amigo del que habló y rondaba más o menos la misma edad. Los dos aparentaban ser sujetos adinerados, porque a pesar de que iban con ropa veraniega (bermudas y camisetas ligeras), resultaba evidente que eran de buena marca. La típica vestimenta que usarían los empresarios acaudalados en sus vacaciones.

—Estamos sacando fotos —dijo Julián—. ¿Hay algún problema?

—¡Claro! —dijo, con tono autoritario—. Yo soy Miguel. Esa de ahí es mi casaquinta —señaló a la construcción apenas visible, ya que la cubría una frondosa hilera de árboles—. No quiero que estén sacando fotos en mi propiedad.

—¿Su propiedad? —Preguntó Diana, con irreverencia—. Disculpe, Miguel ¿Acaso la playa es suya? Tengo entendido que toda la cosa es propiedad del estado.

—Puede ser, pero la casa es mía, y la cámara está apuntando a mi propiedad.

—¿Vamos a tener algún problema? —Preguntó el segundo hombre, con tono amenazante.

—A ver, si lo que te molesta es que las fotos apunten hacia tu casa —dijo Diana—, eso tiene solución. Julián, parate ahí, y sacame las fotos con el río de fondo. —Julián se encogió de hombros y se posicionó donde su madre le dijo—. ¿Ven? Así ya no sale su casa. ¿O me va a decir que el río también es suyo?

El sujeto se quedó mudo durante un instante, como si estuviera masticando bronca. Luego espetó:

—¿Y para qué son esas fotos?

—No estoy obligado a decírselo —aseguró Julián—, pero se lo voy a decir igual, para que entienda que no nos interesa su casa, para nada. La señora aquí presente, Diana, es modelo —la rubia sonrió y mostró una pose sensual, que hizo brillar sus abultado escote a la luz del sol—. Este nos pareció un lindo lugar para sacar fotos, porque pensamos que no iba a haber curiosos cerca.

Diana vio la oportunidad de divertirse un poquito con la situación. Poniendo en uso todo su encanto, dijo:

—Si gustan, pueden quedarse a mirar —Julián clavó una dura mirada en su madre, pero ella lo ignoró—. Una vez que tengamos fotos suficientes, nos vamos.

El dueño de la casa emitió un quejido ahogado.

—No tengo tiempo para ponerme a mirar... terminen con las fotos y váyanse.

—Está bien, como prefieran —al decir esto Diana llevó las manos a su espalda, esto hizo que los dos hombres se detuvieran en seco. La rubia desprendió la parte superior de su bikini, y sin ningún preámbulo, lo dejó caer al piso, exponiendo sus grandes melones—. Estoy muy blanca —dijo, dirigiéndose a Julián—. Debería empezar a tomar un poco de sol. Pero bueno, de momento las fotos tendrán que salir así.

A Julián no le hizo mucha gracia que su madre se mostrara en topless frente a dos desconocidos. Los dos tipos estaban petrificados, como si se hubieran enfrentado a la mirada de Medusa. Sus mandíbulas caídas daban la impresión de haberse trabado. El amigo de Miguel llevaba lentes de sol, se los quitó de inmediato para poder admirar mejor los firmes pechos de la rubia y esos pezones erectos que parecían apuntar directamente a él.

Diana se movió como si se encontrara sola en su propia casa. Caminó hasta una gran piedra y se sentó sobre ella, separando un poco las piernas. Con una seña le avisó a Julián que podía seguir sacando fotos. El muchacho también estaba petrificado, pero no porque la belleza de esa mujer lo inhibiera, sino por tener a dos curiosos desconocidos. Quería decirle a su madre: "¿Por qué carajo ellos dos tienen que estar mirando?" Pero sabía muy bien que ella le respondería con una evasiva. Seguramente Diana estaría disfrutando mucho de la situación. Julián no tuvo más alternativa que ponerse a trabajar.

Nokomi
Nokomi
13 Seguidores