La MILF más Deseada 13

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La rubia sonrió a la cámara mientras masajeaba sus grandes tetas. Miguel y su amigo la miraban embobados, como si nunca hubiera visto una mujer en topless. Al menos nunca habían visto a una como Diana, eso sí lo podían asegurar.

Julián intentó despejar su mente y concentrarse en su trabajo, después de todo él amaba sacar fotos y saber lo mucho que iban a pagarle hacía que el esfuerzo valiera la pena. Se agachó un poco y capturó imágenes en un plano contrapicado, centrándose en las tetas de esa diva que sonreía desde la cima de la piedra.

Al parecer él no era el único que se estaba tomando el trabajo en serio. Diana separó más sus piernas, provocando que el bikini se le encajara en la concha de una forma casi pornográfica. Esto puso aún más en alerta a los dos curiosos, que se acercaron un par de pasos, para poder admirar mejor cómo esos labios libidinosos mordían la tela. Diana los miró de reojo y notó que el short de Miguel ya parecía una carpa, y el de su amigo iba en proceso a lo mismo. Esto hizo sonreír a la rubia, se sentía halagada. Había conseguido que a dos completos desconocidos se les despertara el pene, solo posando semidesnuda. Se preguntó cómo reaccionarían al ver más.

Ella se recostó sobre la piedra y juntó las piernas. Por un momento los dos hombres creyeron que el espectáculo había terminado, pero apenas estaba comenzando.

Diana levantó las piernas y empezó a subir la única pieza que le quedaba del bikini. Los tres hombres presentes miraron con hipnótica fascinación. En cuestión de segundos quedó totalmente expuesto uno de los ángulos más interesantes de la rubia. Se le veían a la perfección los lampiños gajos de la concha y el agujero libidinoso que estaba entre ellos. También podían admirar a gusto el agujero de su culo. Ella usó una mano para separar uno de los gajos de su concha, y abrirla aún más. Los dos curiosos ya tenían el pene totalmente erecto, y ella se concentraba en sonreír a la cámara.

A Julián le costó reanudar el trabajo. Pensó que su madre había ido demasiado lejos, al exponerse de esa manera frente a los desconocidos. Pero como no quería hacer una escena, siguió sacando fotos.

Los dos curiosos no podían apartar los ojos de la concha y el culo de esa rubia.

—Si hubiera sabido que la sesión iba a ser tan interesante, les hubiera dado permiso para que saquen fotos en cualquier parte —dijo Miguel—. Incluso dentro de la quinta.

Diana miró el imponente bulto del hombre y sonrió con lujuria.

—¿Y es linda su quinta?

—La más linda de la zona. Te lo aseguro.

—¿Qué pensás, Julián? ¿Aprovechamos la invitación para sacar algunas fotos un poquito diferentes?

—Em... no sé, creo que ya tenemos fotos suficientes.

—Pueden quedarse todo el rato que quieran —dijo el amigo de Miguel—. No molestan.

Diana se rió internamente y pensó en cómo le había cambiado la actitud a esos dos tipos que minutos atrás prácticamente la estaban echando. Ahora se les notaba la desesperación por invitarla a la quinta.

—Yo quiero ir —dijo Diana—. Estoy segura de que vamos a sacar fotos muy lindas.

Ella tomó en cada una de sus manos una pieza del bikini, pero no cubrió ni un milímetro de su desnudez. Caminó orgullosa, con las tetas bien erguidas, y con un suave meneo en las caderas. El dueño de la quinta lideró la marcha, sin poder dejar de mirar para atrás a cada rato, para poder seguir contemplando esa escultural rubia.

A Julián no le quedó más alternativa que seguir a su madre, a regañadientes. Para evitar enojarse más de la cuenta, aprovechó la corta caminata para sacar algunas fotos de Diana, de espalda. Su madre tenía una figura que destacaba notablemente en la monotonía de la arena.

Entraron a la quinta por un portón de rejas, el lugar era muy amplio, estaba lleno de árboles y plantas; pero en el centro la vegetación se limitaba solo a un césped tan verde que parecía artificial, aunque no lo era. En el medio de ese claro se encontraba la pileta. Diana ni siquiera pidió permiso, se encaminó hacia ella y cuando llegó al borde, dejó caer su bikini, dio un salto y se zambulló en el agua.

Ella no imaginó que nadar desnuda fuera una experiencia tan gratificante. Si este negocio de las fotos pornográficas daba sus frutos, definitivamente tenía que construir una pileta en su casa. Tenía patio suficiente como para hacer al menos una pequeña.

Julián se apresuró a seguir a su madre, por un momento se olvidó de la presencia de los otros dos tipos, y lo invadió una oleada de profesionalismo. Sabía que el momento en el que su madre asomara la cabeza fuera del agua, sería glorioso. Por eso hincó una rodilla en el suelo, preparó la cámara y aguardó hasta que la rubia apareciera.

Cuando Diana salió a tomar aire, Julián empezó a disparar la cámara una y otra vez, capturando el momento en el que esas grandes tetas acariciaban la superficie. Ella tenía los pezones muy erectos.

Al ver a su hijo tan concentrado en el trabajo, Diana sonrió con naturalidad y encanto. Se acercó a la escalera de la pileta y trepó lentamente, para darle tiempo a Julián a tomar fotos. Una vez que estuvo afuera ella acarició su estómago y subió las manos hasta agarrarse las tetas. Después se agachó y abrió las piernas como si fuera una rana, exponiendo así toda su concha. Como si los tipos no estuvieran allí, ella empezó a frotarse los labios vaginales, e incluso se tomó el atrevimiento de colarse dos dedos.

Los tipos no aguantaron más la calentura, sin ningún tipo de invitación, se despojaron de toda su ropa, quedando con los penes erectos apuntando directamente hacia la rubia.

—Señora ¿qué le parece si hacemos esas fotos un poquito más interesantes? —Preguntó Miguel, acercándose.

Diana abrió la boca, con exagerada sorpresa. Le agradó mucho lo que vio: dos vergas venosas de buen tamaño, firmes como mástiles.

Ella no dijo ni una palabra, pero con una mirada lasciva le dio a entender a los hombres que aceptaba la propuesta. Los dos se acercaron a ella, poniéndose uno a cada lado.

Julián tenía un debate interno entre la bronca propia de un hijo y el profesionalismo de un fotógrafo. No le agradaba que esos tipos estuvieran tomándose semejantes atrevimientos con su madre; pero debía reconocer que los dos estaban muy bien equipados y que esas fotos podrían cotizar muy bien.

Diana, que aún estaba caliente por lo que ocurrió en el quincho de las bebidas, no lo dudó ni por un instante. Aferró con una mano cada uno de esos penes y sonrió a la cámara, como una profesional del sexo.

Julián continuó sacando fotos, intentando concentrarse en esta tarea y no pensar en lo que su madre estaba haciendo.

Para los tipos fue la gloria, a pesar de su atrevimiento, no se imaginaron que la rubia actuaría de esa forma, sin poner objeción alguna.

Miguel quiso llevar las cosas más lejos, agarró la cabeza de Diana y a orientó hacia su verga. Diana sentía que estaba cumpliendo una fantasía sexual que últimamente se hacía cada vez más recurrente. Realmente podía sentir ese deseo que provocaba en los hombres y casi que podía entender por qué sus fotos habían logrado destacar tanto en la web alemana. Ella sabía que miles de hombres se masturbaban mirando esas fotos y fantaseando con ella. Seguramente muchos pagarían una fortuna por estar en el mismo lugar que Miguel y su amigo. Ella no lo hizo por ninguno de esos dos tipos, sino por todos sus seguidores. Aunque éstos no supieran que los tipos que la acompañaban en las fotos no eran modelos, era como decirles: "Esto es lo que les haría a ustedes, que se calientan tanto conmigo".

Se metió la verga en la boca y empezó a chuparla. No lo hizo deteniéndose para la fotos, sino que empezó a mamarla como si su único objetivo fuera hacer un buen pete. Al mismo tiempo, con la otra mano, masturbaba al otro tipo, quien aguardaba impaciente por su turno.

—Ah, pero qué puta que sos, rubia... ¡Cómo te gusta comer pija! —Exclamó Miguel, poseído por el morbo.

Diana no se sintió ofendida por estas palabras, sino todo lo contrario. Se calentó aún más y pasó a chupar la segunda pija, que era igualmente apetitosa y venosa.

No era la primera vez que ella se encontraba en una situación similar. Tiempo atrás, cuando aún tenía un amante y un marido, tuvo que hacer algo muy parecido. El Tano la citó en un pub, en algún rincón olvidado de la ciudad. Se notaba que allí la gente solo iba en busca de sexo rápido y sin complicaciones. Cuando ella entró, con un vestido negro tan corto que apenas le cubría la tanga, todos los hombres presentes la devoraron con la mirada. Haciendo alarde de su posición, el Tano no perdió ninguna de las muchas oportunidades que tuvo para meter la mano debajo de ese vestido. Diana no pudo contar la cantidad de gente que esa noche le vio la concha. Tampoco pudo medir el morbo que ésto le causó. En retrospectiva veía ese momento como un punto de inicio en sus fantasías exhibicionistas. Las mismas fantasías que la habían llevado a aceptar su rol como modelo porno.

Cuando la noche ya estaba avanzada, y el alcohol corría por las venas de la rubia, el Tano la llevó al baño. Ella sabía perfectamente qué harían allí dentro, por eso no puso objeción alguna. Apenas estuvieron en uno de los cubículos, ella se agachó y empezó a chuparle la pija. Lo que no se imaginó fue que detrás de ellos entró otro tipo. Alguien que había estado siguiendo muy atentamente cada movimiento de Diana. El Tano, sin pedir la opinión de ella, le dijo al tipo: "Sacá la pija, que esta puta te la chupa". Y claro, el sujeto no lo dudó ni por un instante. Diana estaba frente a frente con dos grandes pijas, y una ya la tenía dentro de la boca. En ese momento se dijo: "Diana, sabés que de acá te vas después de haberte comido las dos vergas. No vas a poder aguantar la tentación". Sabía lo que pasaría. Estaba demasiado excitada y borracha como para mentirse a sí misma. La situación le calentó tanto que sólo abrió la boca para comerse la segunda pija. Las chupó con las mismas ganas que estaba chupando las vergas de esos dos tipos, junto a la pileta. Pocas cosas la calentaban tanto como hacer un pete... y hacerlo con dos hombres a la vez había sido la cumbre en su fijación oral. Ahora tenía la oportunidad de repetirlo, y estaba dispuesta a disfrutarlo al máximo.

Sus labios y su lengua trabajaban con presteza, recorrían cada centímetro de esos rígidos pedazos de carne.

Los tipos la miraban sin poder creerlo, ellos podrían haber fantaseado con alguna mujer como Diana; pero nunca habían tenido una a sus pies, comiéndole la pija. Ni siquiera aquellas mujeres a las que les habían pagado por sexo se comparaban con esa diosa sexual.

Diana la estaba pasando de maravilla, pero no estaba satisfecha. La situación con Daniel, en el bar de la playa, la había dejado sumamente excitada, y ahora, con dos vergas entrando y saliendo de su boca, todo su autocontrol se estaba desvaneciendo.

Ella imaginó que la iniciativa de los dos tipos terminaría allí, dejarían que ella sacudiera la cabeza durante un buen rato, acabarían y luego le contarían la anécdota a sus amigos. Pero Diana estaba dispuesta a darles algo mucho más interesante para contar.

¿Alguien les creería que una mujer tan espectacular se quedó completamente desnuda y les chupó la pija a los dos juntos? Bueno, había fotos que lo demostraban, aunque ellos tal vez nunca las verían... a menos que dieran con cierto sitio porno alemán. Pero eso ya no le preocupaba a la rubia. Podía cruzarse con sus vecinos, en ese preciso instante, y les explicaría que ella era actriz porno, sin ninguna vergüenza. Estaba harta de esconder su belleza femenina, y estaba harta de reprimir todos sus instintos sexuales. Ya no quería justificarse más ante la gente, solo quería ser libre.

Por eso le dio la espalda a Miguel, y levantó la cola. Se ofreció como una perra en celo. El tipo se quedó boquiabierto, con la verga dura, apuntando hacia esa cueva de paredes rosadas. No lo podía creer, tenía a esa rubia entregada, y el cuerpo no le respondía. Diana estaba tragando toda la pija del otro hombre, la saliva le chorreaba por la comisura de los labios, y eso que tanto estaba esperando, no llegaba. Harta e impaciente, agarró la verga de Miguel con una mano, la sostuvo con firmeza y retrocedió, provocando que se le clavara hasta la mitad en la concha.

Julián tenía sentimientos encontrados, como ya le había ocurrido en la sesión con Lautaro. Por un lado le hervía la sangre de bronca al ver a su madre en esa posición, con otros hombres. Pero al mismo tiempo le calentaba ver como la clavaban... y cómo era ella misma quien mostraba una actitud tan sexual. Meses atrás había pensado que era imposible ver a su dulce madre chupando una pija, y recibiendo otra por la concha. Pero ahora sí que lo creía, no sólo porque lo estaba viendo, sino porque sabía que su madre no era la mujer que él imaginó. Su madre era una puta.

Una vez que sintió la calidez del sexo de Diana, Miguel empezó a moverse por puro instinto. Quería llevar su verga hasta lo más profundo de esa mujer. No la conocía, pero la deseaba como si hubiera estado enamorado de ella toda la vida.

Los dos hombres comenzaron un movimiento en vaivén asincrónico. Uno clavaba a la rubia por la concha, y el otro hacía que se tragara toda la verga. Ella resoplaba como una yegua, y se movía tanto como podía. Esa era la misma pose que había adoptado aquella noche con el Tano y ese desconocido. Y no, su amante no fue el primero en penetrarla. Lo hizo el otro tipo, que no pensaba conformarse solamente con una mamada. Se colocó detrás de la rubia, le quitó la tanga, y con la misma desfachatez que el Tano, le clavó toda la verga. Ella se volvió loca del morbo, y para no gritar, mantuvo la pija de su amante dentro la boca. Él le decía cosas como: "Qué fácil te dejás coger, puta". A ella le hervía cada vez más la sangre. Tenía a un tipo que no conocía de nada, invadiéndole la intimidad. Ella después llegaría a su casa, abrazaría a su marido y cumpliría con el rol de "buena esposa"; pero siempre la perseguiría el recuerdo de haber sido la puta de dos hombres, en el baño de un pub.

Y ahora estaba construyendo una secuela para ese recuerdo. Una mucho más intensa, porque tenía a su hijo observando y sacando fotos. Diana no era capaz de describir el morbo que le causaba que su hijo la viera en ese estado. ¿Entendería él que ella estaba brindando un espectáculo para sus ojos, y para su cámara? Porque nada sería lo mismo si él no estuviera mirando. Además Diana agradecía que esta vez quedaran imágenes, para poder recordar ese momento tantas veces como quisiera... y para que el mundo la viera liberando a su puta interior. Esas mismas fotos serían vistas por cientos, o miles de personas, alrededor del mundo. Muchos fantasearían con ser ellos mismos quienes se la cogían de esa manera.

Diana sacudía sus nalgas, haciendo que éstas se abrieran y se cerraran constantemente. La pija entraba y salía de su concha, arrastrando con ella grandes cantidades de jugo sexual. Ella tenía la verga del otro tipo bien aferrada desde los huevos, y se la metía toda en la boca. Solo la dejaba salir para tomar un poco de aire, y después la volvía a tragar, de la misma manera.

Ella estaba disfrutando con la cogida de Miguel, pero la fantasía no estaría completa si no se dejaba coger por el otro tipo. Quería volver a su casa sabiendo que ese día le metieron dos pijas en la concha. Por eso se dio la vuelta, manteniendo la misma postura que, a pesar de ser algo incómoda, también era muy erótica, porque sus enormes tetas se sacudían con el movimiento.

Diana se tragó una vez más la verga de Miguel, y sintió el sabor de sus propios jugos vaginales. El otro tipo parecía más preparado que su amigo, no esperó a que la rubia lo ayudara. Él mismo frotó el glande contra esos turgentes labios, y luego la clavó, sin misericordia. La rubia soltó un gemido ahogado, la pija que tenía en la boca no le permitía gritar; pero de no tenerla, lo hubiera hecho. Las duras penetraciones de este sujeto le encantaron. Le recordaron al Tano, quien se la cogía con un vigor animal. Este tipo no estaba al nivel de su viejo amante; pero se le asemejaba en la intención. Se notaba que estaba tan encantado con la rubia, que le quería meter la verga hasta el fondo de su ser. Ella acompañó las embestidas con el clásico meneo de las caderas, a él también le mostró como sus nalgas se abrían y cerraban, al ritmo de la cogida.

Ella fantaseaba con la idea de que ambos hombres acabaran al mismo tiempo; pero ésto no ocurrió así. El amigo de Miguel demostró tener mucho vigor sexual, pero poco aguante. Aunque Diana no podía asegurar exactamente cuánto tiempo se la estuvo cogiendo, ella solamente supo que no fue el suficiente, ella quería más. Pero lo que le dieron fueron cargados disparos de semen, que le llenaron la concha. El hombre bufó, mientras inundaba la cueva de la rubia. Cuando se apartó estuvo a punto de caerse a la pileta, logró recuperar el equilibrio a tiempo. Diana no abandonó su posición, siguió chupando la verga de Miguel y permitió que Julián se colocara detrás de ella, para tomar fotos del erótico espectáculo que ocurría entre sus gajos vaginales. El semen comenzó a brotar, como si fuera una cascada de leche. La rubia gozó de esta sensación que tanto le agradaba, y Julián tomó tantas fotos como le fue posible, registrando cada una de las descargas de semen, provenientes de esa saturada concha.

Unos pocos segundos más tarde, Diana consiguió que Miguel acabara, y esta vez sí fue sobre su cara. Ella se moría de ganas de que dos hombres le llenaran la cara de leche, tal y como había ocurrido aquella noche en el pub; pero esta vez debería conformarse con una sola. Por suerte, para su deleite, la descarga de Miguel fue potente. Le cruzó toda la cara y buena parte terminó dentro de su boca. Esta vez Diana se arrodilló, para posar ante la cámara. Se masajeó las tetas y dejó la boca abierta, cerró los ojos y se masturbó, con sensualidad. Cuando abrió los ojos otra vez, se encontró con el gran bulto de Julián, justo frente a ella. Al chico se le había puesto la pija como un garrote, y era de esperarse. La rubia había dado un impresionante espectáculo pornográfico.

Los tipos empezaron a pedirle que se quedara a comer, y o que viniera a visitarlos algún día de estos; pero para Diana la fantasía ya estaba cumplida. Se había comportado como una puta, y lo había hecho frente a su hijo. Esos dos hombres no le importaban en absoluto.

No tenía tiempo de pasar al baño a limpiarse, quería irse rápido de allí, antes de que ellos siguieran llenándola de agasajos e invitaciones. Se tiró a la pileta y allí mismo se lavó la cara y la concha. Luego salió, juntó su bikini y, sin despedirse, empezó a caminar hacia la salida, acompañada por Julián.

Ninguno de los dos tipos intentó seguirla, en ese momento comprendieron que habían sido tremendamente afortundados, y que eso no se repetiría dos veces. La rubia les había hecho un regalo maravilloso y debían conformarse con lo obtenido. Nadie les quitaría lo bailado, y probablemente nadie les creería la anécdota. Miguel estuvo tentado de pedirle las fotos a Julián, incluso a pagar por ellas; pero sabía que ésta sería una táctica inútil. Ese chico tenía planes para esas fotos, y Miguel no recibiría nada de eso. Justo antes de que el fotógrafo se alejara demasiado, Miguel gritó:

—¡Que no se me vea la cara!

Julián entendió perfectamente, se dio vuelta y le mostró un pulgar levantado. Eso tranquilizó mucho a los dos tipos. Les hubiera encantado poder presumir de haberse cogido a semejante rubia; pero los dos eran casados, y esta pequeña aventura podría arruinarles la vida. Tal vez algun día, medio borrachos, le contarían la anécdota a alguno de sus amigos... pero nadie les creería.

—4—

Diana volvió a la playa con Julián y se detuvieron junto a la piedra en la que ella se había sentado minutos atrás. Allí estaban sus cosas. Diana sorió al ver que su hijo aún tenía la pija dura.