Strip Póker en Familia [03]

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Nokomi
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—Hay varios ejercicios para tonificar glúteos y piernas, pero lo más importante antes de empezar a ejercitarse es dedicar un par de minutos a la elongación. Párense delante de mí y hagan lo mismo que yo.

Esta fue la parte más sencilla, Darío nos mostró cómo elongar nuestros músculos flexionando y estirando nuestras piernas, tocando la punta de nuestros pies con los dedos y demás ejercicios simples. Nos dio algunas correcciones para que lo hagamos apropiadamente y no perdió oportunidad de mirar dentro de mi amplio escote cada vez que me agaché. Me divertía que él fuera tan malo para disimular, o tal vez es que ni siquiera lo estaba intentando.

—¿Puedo empezar con esto? —Preguntó Mayra, señalando una silla que tenía barras laterales para levantar peso con los brazos y otra barra inferior, para ejercitar las piernas.

—Sí, claro; pero empezá con poco peso. De a poco lo vamos a ir aumentando.

Me dio la impresión de que Mayra prefería esa máquina para poder estar sentada, así nadie podría verle la cola. Aunque de momento estábamos solo nosotras dos y el profesor, y no noté ningún intento de Darío por espiar la retaguardia de mi hermana; él parecía más concentrado en mi voluptuosa anatomía.

Cuando Mayra se sentó en ese aparato y empezó a ejercitarse, Darío se acercó a mí y dijo:

—A vos te voy a enseñar a hacer sentadillas, es un ejercicio simple que podrías realizar tranquilamente en tu casa, siempre y cuando aprendas a hacerlo bien.

—Perfecto.

—Empecemos con lo más básico —dijo, colocándose detrás de mí—, la sentadilla clásica —sus grandes manos se aferraron a mi pequeña cintura—. Bajá conmigo. —Él comenzó a agacharse lentamente y tuve que hacer lo mismo, ya que me tenía bien sujeta. Obviamente no pude verlo, pero estoy segura que al quedar agachada como una rana, mi culo debió inflarse dentro de la calza. —Muy bien, perfecto. Ahora vamos para arriba otra vez. —Subimos juntos, lentamente, hasta que nuestras piernas quedaron bien estiradas. Me dio la impresión de que él se acercó un poco más a mí—. Bajemos de nuevo, flexioná bien las rodillas y separá las piernas... eso, mantené la espalda recta y la cabeza derecha. Muy bien, vamos a probar otra vez, ¿te parece?

—Sí, perfecto. Me encanta este ejercicio.

Me sentí un poco picarona, culpo por esto a la calentura que me agarré luego de la partida de póker con mi familia. Retrocedí un paso, para ver qué tan lejos pretendía llegar Darío. Mayra seguía repitiendo su ejercicio de piernas y torno, mirándonos fijamente. Pude sentir el bulto de Darío contra la cola. Él también tenía un pantalón de tela muy fina y elastizada. Sus manos acariciaron mi abdomen por debajo de la camiseta y la temperatura corporal se me subió al instante.

Nos agachamos juntos, una vez más; pero en esta ocasión su bulto se frotó contra mis nalgas todo el tiempo. Quedé con las piernas abiertas y separadas, la tela de la calza me marcaba la concha. Darío agarró mis rodillas y comenzó a separarlas aún más de lo que estaban, pude sentir mis músculos estirándose. El profesor acarició la parte interna de mis muslos y luego me pidió que volviéramos a subir. No perdió la oportunidad de seguir arrimandome, y no es que yo pueda decir que me ofendí de alguna manera, porque sería una burda mentira.

Así transcurrió casi todo el resto de la clase. Mayra no se alejó de su máquina de ejercicio, solo pidió que le pusieran un poco más de peso.

Darío me explicó cómo hacer distintos tipos de sentadillas, usando un pie por delante y otro por detrás, o bien levantando una pierna antes y después de cada sentadilla. En todo momento me dio indicaciones para que lo hiciera de forma apropiada y él aprovechó cada ocasión que tuvo de rozar su bulto contra mi cola y de posar alguna de sus manos sobre mis nalgas y muslos.

Toda la clase duró más o menos una hora. Salí del gimnasio toda transpirada, con los pezones duros y la concha mojada.

Durante el camino de regreso Mayra no dijo ni una palabra.

——————————

Llegamos a casa y lo único que nos importaba era darnos una buena ducha luego de unas intensas horas de ejercicio. Bueno, tal vez no fueron tan intensas y en realidad Mayra y yo no tenemos tan buen estado físico como creíamos. El sudor cubría nuestros cuerpos y la ropa se sentía pegajosa.

—Me voy a bañar primero —dijo Mayra, adelantándose para abrir la puerta del baño.

Se quedó paralizada, mirando hacia adentro. Escuché el ruido del agua cayendo, debía haber alguien allí. Empujé suavemente a Mayra, para que entrara al baño y me asomé. Yo también quedé congelada.

De pie, dentro de la bañera, estaba mi papá, completamente desnudo. Sus manos masajeaban suavemente su cabeza, llenándola de shampoo.

—Perdón, papá... no sabíamos que estabas acá —le dije—. Mayra y yo queremos bañarnos, pero podemos esperar.

—¿Esperar por qué? —Preguntó Mayra. No supe qué responderle—. Papá ya me vio desnuda... y no aguanto más la transpiración. Me quiero bañar ya.

Mientras hablaba se fue despojando de toda su ropa. Quedó completamente desnuda antes de que mi cerebro fuera capaz de reaccionar. Su cuerpo lucía precioso, con el brillo del sudor.

—Papá, ¿te molesta si me baño con vos? —Preguntó, con una simpática sonrisa.

—Em... no, claro que no.

El domingo había tenido un encontronazo con Erik y los dos estábamos desnudos. Eso pude manejarlo, por alguna razón mi hermano no me inhibía tanto. Pero éste era mi papá. Había algo en mi interior que me decía: "Nadia, no es una buena idea que te bañes junto con Pepe". Sin embargo a Mayra no parecía importarle. Ella seguramente vería todo a través de un velo de inocencia. Para ella no habría ninguna connotación sexual al desnudarse frente a su padre y a meterse en una bañera junto con él.

Mi papá se alejó un paso de la ducha y Mayra se colocó justo debajo de la lluvia de agua tibia. Frotó sus pequeños pechos, su estómago y su pubis.

—Papá, ¿me pasás la esponja y el jabón?

Pepe obedeció con su característica sonrisa. Se lo veía muy tranquilo, tal vez él tampoco vería nada extraño en ducharse junto a su hija menor. En cambio yo no me moví ni un milímetro. Podría haberme quitado la ropa y acompañarlos, al fin y al cabo Mayra tenía razón: mi papá ya nos había visto desnudas, y nosotras a él. Pero no podía. La voz de mi consciencia no dejaba de repetirme que no era buena idea.

—¿Qué tal les fue en el gimnasio? —Preguntó mi papá, con total naturalidad, mientras enjabonaba la espalda de Mayra.

—Muy bien, el lugar es muy lindo y no hay mucha gente, eso me hace sentir un poco más cómoda. —Ella también hablaba con tranquilidad, y no tenía ni un poco de pudor al momento de frotarse la concha con la esponja. Mis ojos se quedaron atrapados cuando se cruzaron con el pene de mi papá, que colgaba imponente, como la trompa de un elefante, muy cerca de las nalgas de Mayra—. Me molesta un poco que los desconocidos me estén mirando el culo —al decir esto paró un poco la cola, como dándole más énfasis a sus palabras, y pude ver como el pene flácido quedaba justo entre esas dos firmes nalgas.

—Si alguien te hace un comentario fuera de lugar —dijo mi papá—, entonces avisame... y yo arreglo el asunto enseguida.

—Gracias, papi —dijo ella, con una tierna sonrisa.

Ellos siguieron bañándose con total tranquilidad y yo, como una boluda, me quedé parada junto a la puerta, sin poder moverme. Noté que en varias ocasiones el pene flácido de mi papá rozaba contra las nalgas de Mayra, pero a ella pareció no importarle en absoluto, ya que no se apartó ni una sola vez. Permitió que Pepe le pusiera shampoo en la cabeza y que le lavara el pelo. Mi papá se tomó su tiempo para hacerle un buen masaje capilar que Mayra aceptó con actitud relajada y con los ojos cerrados, mientras pasaba la esponja enjabonada por todo su cuerpo. Me pareció que ella dedicaba especial atención a frotar sus pequeñas tetas. Los pezones estaban completamente erectos, parecían timbres rosados.

Cuando Mayra empezó a enjuagarse el pelo, mi papá abandonó la bañera, tomó un toallón y comenzó a secarse. Paso a mi lado y me dedicó una de sus carismáticas sonrisas. Salió con el toallón atado a la cintura y cerró la puerta detrás de él.

—¿Qué pasó? —Preguntó Mayra—. ¿Por qué todavía estás vestida? ¿Acaso ahora te va vergüenza que te vea las tetas? ¿O no querés que te las vea papá?

—Eh... no, lo que pasa es que no había lugar para mí, la bañera no es tan grande.

Era una muy mala mentira, había sitio suficiente para los tres, siempre y cuando permanecieramos parados.

—Ajá... bueno... —dijo Mayra, poco convencida—. ¿Venís a bañarte? Ahora no está papá. No puedo creer que te dejes arrimar por el profe de gimnasia y que de pronto te de vergüenza que papá te vea desnuda... especialmente después del juego del sábado.

—No me da vergüenza... y el profe no arrimó... mucho.

—Sí, claro. Ví cómo se le paraba la pija, por poco te coje ahí, de parada, y sin quitarte la calza.

—¿No será que vos estás celosa de que se haya fijado en mí?

—¡Celosa tu madrina!

Me tiró con la esponja llena de jabón. Tenía el entrecejo fruncido, al igual que la nariz. No estaba jugado, de verdad se había enojado conmigo. Me sentí una boluda por haberle dicho eso. Darío no hubiera tenido ningún problema en arrimar el hermoso culo de Mayra, pero ella no se lo hubiera tomado tan bien como yo. De haber ocurrido algo así, probablemente hubiera vuelto traumada del gimnasio.

—Perdón —le dije, agachandome para juntar la esponja. La dejé en la pileta lavamanos y empecé a desnudarme—. Tenés razón, el tipo me arrimó bastante. Para mí fue como un pequeño juego, pero creo que no tendría que haberle permitido llegar tan lejos.

—Se va a aprovechar la próxima vez que vayas.

—Sí, lo sé... va a ser difícil sacarle de la cabeza la idea de que soy una puta fácil.

—Bueno, eso te pasa por portarte como una puta fácil con un tipo que no conocés.

—Sí, es cierto.

Mis tetas quedaron en libertad, me quité la tanga junto con la bombacha y cuando estuve totalmente desnuda me metí en la bañera. Abracé a Mayra por detrás, apoyando mis grandes melones en su espalda mojada y acaricié su vientre y parte de su lampiño pubis.

—Perdón por haberte hecho enojar.

—Todo bien, ya se me pasó —dijo ella, con una agradable sonrisa.

Estiré la mano para agarrar la esponja que había dejado en la pileta y en ese preciso momento se abrió la puerta. Pensé que se trataba de mi papá, que había vuelto a afeitarse o algo así, pero la cara que apareció fue la de Erik.

—¡Hey! ¿No te enseñaron a golpear antes de entrar? —Le gritó Mayra.

—¡Sí, tarado! —Exclamé, sumándome a la protesta—. Fuera de acá, que nos estamos bañando.

Le tiré con la esponja enjabonada y ésta impactó de lleno en su cara. Me quedé paralizada porque conocía muy bien el temperamento vengativo de mi hermano. Ya me lo veía venir, con toda su furia de orangután salvaje, a pellizarme el brazo o a tirarme de los pelos.

Pero nada de eso ocurrió. Él se quedó mirándonos, atónito. Le llevó varios segundos procesar que esas dos mujeres desnudas que lo insultaban desde la bañera eran sus hermanas.

—¡Uy, perdón, perdón! —dijo, cuando reaccionó—. Fue sin querer... es que yo...

—Mientras más explicaciones des, más tiempo nos vas a estar mirando las tetas —dijo Mayra, con el ceño fruncido.

—Eh... ya me voy, ya me voy. Fue sin querer. Chau.

Cerró la puerta del baño de un portazo y las dos comenzamos a reírnos al instante.

—Qué mala que sos —le dije a mi hermana—. A papá si le permitís que te mire las tetas, el culo, la concha... pero a Erik lo puteás.

—La que le tiró con la esponja fuiste vos. Además él es un pajero... papá no.

—Eso es muy cierto, ahora el muy pajero seguramente se va a hacer... bueno, lo que hacen los pajeros. El domingo se le paró la pija cuando me vio desnuda.

—¿De verdad?

—Si, de verdad. Se notó muy clarito, él también estaba desnudo —sabía que estaba siendo muy injusta con mi hermano, porque a mí se me mojó la concha cuando lo abracé. Al fin y al cabo esas reacciones son involuntarias.

—Bueno, si es tan pajero como yo pienso que es, le dimos una imagen que para recordar. Pero más vio durante el juego de póker... todavía se debe estar pajeando pensando en tu culo.

—Eso es tu culpa —le dije, abrazándola otra vez y restregando mis tetas contra su espalda. Ella soltó una risita—. Vos fuiste la desgraciada que me metió un desodorante en el orto, frente a todos.

—No te hagás la puritana, Nadia... que bien que empezaste a pajearte cuando metí el desodorante.

—¿Ah sí? ¿Me vas a decir que vos no te hubieras pajeado en esa situación?

—¿Delante de todos? No sé, no creo... además yo no soy tan pajera como vos.

—Veamos.

Bajé mi mano por ese suave pubis hasta llegar al botoncito sexual de Mayra. Empecé a frotarlo suavemente, trazando círculos. También acaricié sus labios vaginales, permitiendo que un dedo recorriera todo el centro de su concha. No lo metí porque no quería invadir su virginidad; pero sí dedique mucho esmero a la superficie.

Después de pocos segundos de caricias, Marya comenzó a frotar su cola contra mi pubis y yo, actuando instintivamente, acompañé ese movimiento. Volví a concentrarme en su clítoris, esta vez fui un poco más intensa. Se sentía muy extraño tocar una vagina que no fuera la mía, con toda la intención de provocarle placer. Seguí haciéndolo durante un poco más, pero aparté la mano cuando escuché el primer gemido de Mayra. Eso me hizo bajar a la realidad. Estaba yendo demasiado lejos, al fin y al cabo es mi hermana... y a mí ni siquiera me atraen las mujeres.

Me aparté de ella y me puse bajo el chorro de la ducha y comencé a ponerme shampoo en el pelo, dándole la espalda.

—Desgraciada —me dijo ella con teatralidad—. ¿Así me dejás?

—¿Qué pasa, acaso ahora tenés ganas de hacerte una paja?

—¡Sí, obvio, por tu culpa!

—Bueno, ahora sabés cómo me sentí yo cuando... ¡Ay!

La muy maldita se acercó a mí cuando yo tenía los ojos cerrados y el pelo lleno de shampoo. Me empujó hacia adelante, obligándome a inclinarme, para poder apoyar las manos contra la pared, y así evitar la caída. A continuación sentí sus impertinentes dedos tocando mi culo, como si estuviera tanteando la entrada.

—No, Mayra... ni se te ocurra...

—¡Ahora vas a ver!

—¡Auch!

El primer dedo entró sin mayores problemas, aunque me produjo un poco de ardor. El problema empezó cuando ella quiso meter un segundo dedo. Mi culo parecía no estar preparado para esa penetración; pero Mayra fue persistente, trabajó el orificio con una maestría inusitada, hasta que consiguió meterlo. Cuando tuve los dos dedos dentro del culo, mi concha ya estaba produciendo flujos y mis pezones estaban completamente duros. Mayra empezó a masturbar mi agujero de la misma forma que lo había hecho durante la partida de póker y yo, recordando la tremenda calentura que me dejó ese momento, empecé a frotarme la concha.

No le pedí a mi hermana que se detuviera. Mi mente estaba divagando entre el recuerdo del juego de póker y el placer anal que estaba sintiendo en ese preciso momento. Los dedos de Mayra entraban y salían cada vez más rápido y mi mano castigaba con severidad mi clítoris.

—¡Cómo te calienta que te la metan por el culo! ¿Eso es lo que pensabas cuando dejabas que el profe te arrimara?

No le respondí, ella tenía razón en todo. Su mano libre se aferró a una de mis tetas y empezó a amasarla. También le permití esto, porque con la paja localizada en tantas zonas sensibles, yo estaba a punto de alcanzar el orgasmo.

Pero, como si ella hubiera notado las señales, se detuvo. Sacó los dedos de mi culo, y abandonó la bañera.

—¿Ahora quién de las dos tiene más ganas de hacerse una paja? —Me preguntó, mientras agarraba una toalla.

Me quedé jadeando, bajo la ducha, mirando su hermoso durazno bamboleándose con altanería. Mayra salió del baño y cerró la puerta, dejándome con una calentura tremenda.

Tuve que pasar veinte minutos más frotándome la concha, dentro de la bañera, hasta que conseguí acabar. Al parecer mi cuerpo se quedó con las ganas de sentir algo duro dentro del culo.

Pero bueno, al menos puedo decir que salí de la ducha con una alegría enorme y totalmente agotada, por el ejercicio físico y la tremenda paja que me había hecho.

Antes de entrar a mi cuarto me pregunté si la partida de strip póker se repetiría alguna vez y si Mayra se animaría a meterme el desodorante por el culo frente a todos mis parientes. La idea me calentaba tanto que estaba dispuesta a tolerar la humillación.

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