El Feriante. Parte 01.

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"Una cuenta, corazón", respondió, guiñándome un ojo mientras decía, "Bienvenido a bordo, compi."

El hombre era más apropiado físicamente para el papel del gigante hijo mediano Cartwright en Bonanza que lo que el propio Dan Blocker había sido, así que la ironía de esta bienvenida no se me escapó. Pero me sentí tan mayor e independiente que su comentario se posó en mis jóvenes oídos como un dulce son.

"Usted no tiene que pagar mi cuenta, Sr. McManus. He traído algo de dinero para mis gastos.", le dije.

"Técnicamente no soy... al menos no totalmente... la parte administradora y gestionadora de nuestro per Diem", explicó.

"¿Per Diem?" Le pregunté.

"Es un poco de dinero extra que tu tío nos da para los gastos diarios... así es como lo llama...no sé por qué. De todas formas, está ya dentro del presupuesto y figura como parte de tu paga," dijo.

"Pues nunca oí algo sobre eso, Pero me gusta."

"Bueno, nunca es tanto como lo que terminas gastando. Pero creo que la intención es lo que cuenta." dijo con una sonrisa mientras se ponía de pie y sacaba un fajo de billetes de su bolsillo.

Me reí de su amigable comentario sobre el tío Bruce y me fui a los servicios mientras dejaba la propina y pagaba la cuenta. Unos minutos más tarde estábamos de vuelta en el camión.

"Ha sido un largo día. ¿Té importa si nos vamos a la habitación para relajarnos?"

"No, señor."

"Espero que no te importe que haya hecho reserva para los dos juntos. "Eso reduce los gastos generales."

"No, señor. De ninguna manera."

La calma en mi voz disfrazó la euforia que hizo que mi pulso latiera en mis oídos ante la noticia de que estaría durmiendo con él.

Probablemente pasaron menos de cinco minutos antes de que detuviera el camión en una de esas antiguas cadenas hoteleras formadas por bungalows individuales y dúplex. La nuestra era una habitación individual bastante espaciosa con dos camas grandes. Entramos y me señaló el de la izquierda. Puse mi bolsa sobre ella.

"No te molestes en sacar demasiadas cosas de la bolsa. Nos marchamos el lunes por la mañana," dijo, "con una muda o dos de la ropa, y con tus cosas de aseo, será más que suficiente."

Mientras me disponía a hacer tal y como lo había dicho, empezó a quitarse la ropa con indiferencia. Se quitó la camisa y con discreción le eché una ojeada tras otra a la magnífica convexidad de su torso. Empecé a fingir que rebuscaba algo en mi bolsa, para ganar tiempo y apreciar esa impresionante exhibición.

Lucía una innegable capa de grasa lo cual era comprensible viendo la forma en la que había comido, pero sus anchos hombros estaban rodeados de una gran densidad muscular y eran increíblemente gruesos. Sus regordetes y proporcionalmente gruesos brazos también estaban respaldados por una masa muscular obvia y sustancial.

Su pecho no era un par de pechos masculinos caídos. Estaban claramente formados, y respondían a sus movimientos, como pectorales. Formaban unos hipnotizantes y profundos pliegues justamente donde abrazaban la parte superior de su barriga, la cual no era de ninguna manera una tripa floja y descuidada. Tenía la forma de un balón medicinal y se erguía orgullosamente firme y redonda, con sus pantalones abrochados alrededor y justo debajo de su profundo ombligo.

Y para rematar, todo estaba hermosamente adornado con una mata de pelo plateado con forma de reloj de arena que todavía estaba salpicado de rizos negros como el carbón que provenían de su juventud. "Pelaje" sería un poco inexacto, supongo. Podía ver su piel a través de él, pero los mechones rizados eran gruesos y ásperos como el cabello de la cabeza.

La forma en que se desplegaba en su pecho, dejaba totalmente expuestos unos pezones anchos, de color marrón oscuro y del tamaño de una moneda de medio dólar. Había bajado la ventana del viejo aire acondicionado lo bastante para que el frío en la habitación los pusiera totalmente erectos y mi boca empezase a secarse cuando llamaron mi atención.

Entonces procedió a quitarse los pantalones. Cuando encogió la barriga para sujetar el cinturón con ambas manos, su pecho se expandió majestuosamente y sus grandes pectorales se movieron junto a él. Me quedé casi sin latido en el corazón y mi respiración se volvió irregular y dificultosa.

Los pantalones cayeron para mostrarme a él en sus boxers, sus enormes muslos casi llenaban totalmente las perneras. Al igual que su torso, la pronunciada curvatura sobre sus rodillas sugirió una impresionante masa de músculo que daba poder a ese paso decidido que tanto me gustaba de él. Entonces, mientras levantaba cada pierna para quitarse los pantalones y liberar sus pies, me estremecí ante la visión de sus pantorrillas tejiendo unas dimensiones espectaculares.

Me dio la espalda, y cuando se dobló para recoger sus pantalones, vi como sus boxers acunaban sus amplios testículos bajo unos glúteos bien redondos. Tras lanzar sus pantalones sobre la cómoda junto a la camisa, se tiró sobre la cama y lanzó un suspiro.

"Estoy agotado," dijo mientras levantaba mi bolso y lo colocaba sobre la silla junto a mi cama.

Saqué las dos mudas de ropa y la bolsa de aseo de mi macuto para ponerlas en la cómoda y abrí un cajón. Estaba vacío así que lo metí todo allí y lo cerré. De camino a la cama me dijo que encendiera la televisión.

Era 1973, así que los controles remotos eran todavía juguetes para la gente adinerada. Saqué la perilla de encendido/apagado y esperé a que la imagen en blanco y negro apareciera.

"¿Quieres algún canal en particular?" Pregunté.

"Es sábado por la noche. Seguramente habrá alguna pelea televisada.

En ese año tan lejano solamente había tres canales VHF, y calculé que, para una ciudad de ese tamaño, solamente habría un canal independiente que podría tener algún programa de lucha en su programación. Lentamente fui girando el selector de canales, y cuando hizo el clic en el "9", vi a un hombre con pantalones negros y una camisa blanca con un micro colgado presionando sus labios. Aumenté el volumen en la perilla.

"... y en este rincón..."

"Allá vamos," entonó satisfecho mi enorme anfitrión.

Me tiré en la cama totalmente vestido.

.

"No tienes necesidad de ser tímido en mi presencia", dijo con los ojos puestos en la televisión.

Esto fue al menos una década antes de que la lucha libre fuera emitida de forma general, así que los "atletas" estaban lejos de ser los depilados culturistas llenos de esteroides y que al final llegaron a simbolizar este "deporte". Estos eran hombres de edad mediana, corpulentos, bien musculados y peludos, hechos de la misma materia que mi compañero de habitación.

"Estoy bien", mentí. Dos ejemplos de mi ideal masculino estaban desfilando en la pantalla llevando unos pantalones ajustados y otro estirado en la cama junto a la mía en calzoncillos.

En un momento dado, con el rabillo del ojo, le vi deslizando una mano enorme bajo sus boxers y rascarse los huevos. Casi me corro.

Antes de que el segundo tiempo del partido se pusiera en marcha, Roy empezó a roncar suavemente. Por primera vez desde que estábamos en la habitación, me sentí con la libertad de girarme y de que mis ojos se saciaran con su sustancioso y casi desnudo cuerpo.

Con delicadeza froté una mano sobre la erección que se tensaba en mis vaqueros y miré el inmenso pecho sobre el que descansaba su mentón hinchándose con el suave rugido de cada ronquido. Entonces me estremecí al ver su prodigioso vientre erguido mientras exhalaba con fuerza al final.

Cuando empezó el tercer round el grandullón se despertó. Rápidamente, me giré sobre mi espalda y volví a poner mi mirada en la televisión. Se movió hasta que se puso debajo de la colcha.

"Asegúrate de apagar la tele cuando acabes", me dijo mientras se giraba sobre su lado y volvía su incomparablemente ancha espalda hacia mí.

"¿Bajo el volumen?"

Su respuesta fue seguir roncando. Cuando terminó el partido, me levanté y apagué la televisión. Entonces me desnudé quedándome en calzoncillos, apagué la luz y me deslicé bajo mi colcha para jugar con mi polla dura como una piedra, con la privacidad que me ofrecía la oscuridad.

Su ronquido era tan profundo y suave que me confortaba tanto casi como el ronroneo de un gato. Su ritmo era hipnótico y pronto me dormí con la polla todavía en mi mano.

"¡MIERDA! ¡Se ha ido la luz!"

Me incorporé de un salto en la cama por el impacto del arrebato de Roy. Tiró su colcha hacia atrás y mis ojos casi se me salen de las órbitas cuando pude ver su erección formando como una tienda de campaña con sus boxers.

Puso las piernas en la parte contraria del lado de la cama que daba hacia mí y se sentó. En la suave luz de la mañana pude ver por primera vez la forma natural en V que tenía su fuerte espalda, que se extendía desde sus anchas caderas hacia sus enormes hombros.

Estiró sus brazos para apoyar sus manos en el filo del colchón y dejó caer su cabeza hacia atrás. Una grieta profunda se formó en la nuca de su cuello de toro y el pelo que le cubría la parte superior de la espalda, se erizó en el surco resultante entre sus bien acolchados omoplatos.

De repente, entró corriendo al baño a su izquierda y la puerta casi se cerró de golpe detrás de él. Hubo unos minutos de silencio, durante los cuales me lo imaginé obligando a su rebelde erección a obedecer. Luego comenzó a agitar una marea en la taza del inodoro con lo que sonaba como un chorro de orina fuerte como una manguera contra incendios.

Eso fue seguido del sonido de una limpieza de dientes apresurada y entonces, abrió el agua de la ducha. Antes de haberme podido recuperar totalmente de la visión inicial de esos prodigiosos atributos, se paró.

Irrumpió por la puerta con sus calzoncillos arrugados en una mano y solo su toalla colocada estratégicamente en la parte inferior de su vientre para ocultar sus genitales en la otra.

"Muévete. Vamos tarde." me indicó.

Sin pensar dos veces en la erección que tenía en mi propia ropa interior, salté de la cama y corrí a la cómoda para coger mi ropa y mi bolsa de aseo. La visión de sus desnudas, bellamente redondeadas y ligeramente peludas piernas, me congeló momentáneamente.

Arrojó su toalla sobre la cama y, aunque todavía estaba de espaldas a mí, me emocioné al darme cuenta de que al menos había estado en la misma habitación con él totalmente desnudo allí. Me lancé a mi turno de cuarto de baño antes de que me cogiera mirándole, deleitándome con lo que había llegado a conocer.

Me recuperé a un ritmo vertiginoso y salí rápidamente del baño con todo puesto menos mis zapatillas. Él ya estaba vestido con su "uniforme".

"¡Buen hombre!", se jactó, "¡Tiempo récord!"

"Gracias, señor", dije atándome los zapatos.

"Son casi las ocho y media Tenemos que saltarnos el desayuno y ya tomaremos algo en el almuerzo"

"¡Sin problema, señor!"

"Bien," dijo, "pero relájate con lo de 'señor' Aquí somos todos amigos."

"Si, señor... perdón... claro, Señor McManus."

"Roy", me corrigió.

"Roy", confirmé, "lo siento, señor."

Se giró y sonrió, causándome que me sonrojara cuando me di cuenta de lo que había dicho.

"Lo dije otra vez. Va a costarme un poco quitarme el hábito, s... señ... quiero decir... Roy."

"Lo conseguirás", afirmó con confianza mientras me acompañaba a la puerta.

*****

traducido del texto original: https://www.literotica.com/s/the-carny-pt-01

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