La MILF más Deseada 08

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Capítulo 8.
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Parte 8 de la serie de 18 partes

Actualizado 06/10/2023
Creado 08/05/2020
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Capítulo 8.

—1—

El día anterior Julián se había ido a dormir pensando en las anécdotas sexuales que su madre le contó; pero lo mejor de todo fue rememorar la sensación de tener su verga dentro de la boca de su mamá. Había sido un mero ensayo, y ella se había atrevido a más después de contarle sobre sus experiencias sexuales; por lo que al otro día se despertó recordando la promesa que ella le había hecho: le contaría más.

No quería presionarla, por lo que actuó con normalidad durante toda la mañana, y gran parte de la tarde. Imaginó que ese momento llegaría en la noche, y que se sentarían juntos en la cama, y ella le narraría otra de sus vivencias sexuales mientras él se hacía la paja... y tal vez ella se animaría a meterse la pija en la boca.

Estaba oscureciendo cuando Julián vio a su madre salir del dormitorio, tenía puesto un vestido negro elegante, y muy ceñido al cuerpo; la tela le dibujaba las curvas con la maestría de un artista profesional. El chico se quedó boquiabierto. No reaccionó hasta que vio a esa despampanante rubia tomando un bolso de mano, y las llaves de la casa.

—¿Te vas? —Preguntó, claramente decepcionado.

—Sí, Débora, mi ex jefa me invitó a cenar a la casa... creo que quiere ofrecerme el trabajo otra vez. Me contó que las cosas en el negocio están funcionado mejor.

—Pero... pero... ¿entonces?

—No te preocupes, Julián, aunque me de el trabajo de vuelta, lo de las fotos sigue en pie. No te olvides que sólo trabajaría unas cuatro horas al día, y no me van a pagar mucho. Además... ni sé por qué me hago ilusión, lo más probable es que ella sólo quiera una cena de amigas, como para que la relación siga bien, aunque ya no trabaje para ella.

—Vos me habías hecho una promesa...

—¿Qué promesa? —Preguntó ella, mientras se miraba en un pequeño espejo de mano.

—Me dijiste que me ibas a contar del tipo que conociste.

—Ah, sí... ya me acuerdo. Bueno, eso tendrá que esperar.

—¿Hasta que vuelvas de la casa de Débora?

—No sé, tal vez hasta mañana. Por si no te diste cuenta, hoy es sábado. Hace mil años que no salgo a pasear, principalmente porque nunca tengo plata. Ahora tengo.... y le dije a Débora que podíamos salir a dar una vuelta. ¿Vos ya no salís más a bailar con tus amigos?

—No, no me gusta bailar. Me aburro en las discotecas.

—Es una lástima, yo siempre la paso bien.

—Será porque te arriman pijas, y eso te gusta, —dijo Julián, con una sonrisa libidinosa—. Y con ese vestido tan corto, seguramente te van a arrimar de lo lindo.

—Bueno, eso es cierto.

—¿Y pensás hacer algo?

—¿Con algún tipo?

—Sí...

—¿Te molestaría si eso ocurriera?

—Nah, para nada. Al contrario. Te sugiero que lo hagas. Pasala lindo, divertite. Hacé un poco de vida de soltera.

—De viuda, querrás decir.

—No, de soltera. Lo que le pasó a papá es una pena. Pero ya pasó, hace tiempo. Vos te merecés disfrutar de tu vida.

—Bueno, me alegra mucho escuchar eso. Sinceramente salgo a divertirme un poco con mi amiga, no sé si pasará algo con algún tipo. Si se da la oportunidad, es muy probable que la aproveche; pero tampoco voy a estar buscando eso.

—Está bien, vos salí a divertirte. Yo voy a aprovechar para invitar a mis amigos a jugar a la play, y a tomar unas cervezas.

—Ok, pero ustedes limpian todo el desorden. Pienso dormir hasta tarde, y no quiero levantarme a limpiar... ¿está claro?

Julián empezó a reírse.

—¿Qué es tan gracioso? —Preguntó la rubia.

—Es que vestida así no tenés mucha "autoridad de madre". Parecés un gato barato.

—¡Hey! ¡Este gato sigue siendo tu madre! ¡Y de barato, nada! Me están pagando muy bien por mostrar el culo. Y eso no significa que pierda mi autoridad como madre. Vas a tener que limpiar todo, porque sino se arma la gorda.

—Está bien, te lo prometo. De todas formas los que van a limpiar son mis amigos, porque yo voy a pagar las cervezas, aprovechando que ahora puedo hacerlo.

—Mientras quede todo limpio, no me importa que vengan y que se queden hasta la hora que quieran.

Diana se despidió de su hijo dándole un beso en la mejilla. Salió de la casa acomodándose el vestido, que se le subía con cada paso y corría el riesgo de estar mostrando su diminuta tanga.

—2—

Eran aproximadamente las cinco de la madrugada cuando Diana regresó a su casa. Se encontró con un gran desorden de cajas de pizza a medio comer, botellas de cerveza vacías y un bullicio que provenía del living. Tambaleándose, por los efectos del alcohol, se dirigió hacia donde provenía el griterío. Encontró a a dos de los mejores amigos de Julián: Lucho y Esteban. Se encontraban sentados frente al televisor, charlando entre ellos. Al parecer estaban disputando un partido de fútbol en la Play Station. No había señales de su hijo.

Los dos chicos se quedaron petrificados al instante en cuanto ella entró al living. Sin mover ni un solo músculo, la recorrieron con la mirada. Diana tenía las piernas al desnudo, y había que subir mucho la mirada para encontrarse con su corta pollera, la cual le tapaba en parte la tanga blanca, que se asomaba por debajo. Al seguir subiendo pudieron admirar cómo ese vestido se ceñía perfectamente a las curvas de la rubia, para coronarse en ese gran par de tetas, que parecían apunto de hacer explotar la tela. La areola de uno de los pezones era perfectamente visible, y la otra no debía estar muy lejos de asomarse.

—Hola, chicos —saludó Diana, su lengua estaba un tanto adormecida por efecto del alcohol—. No hace falta que dejen de jugar... Julián ya me había dicho que ustedes venían. Por cierto ¿Dónde está él?

La respuesta tardó en llegar, pasados unos segundos de incómodo silencio, Lucho fue el primero en hablar:

—Eh... se fue a dormir. Dijo que estaba muy cansado, porque había estado trabajando toda la tarde con el asunto de las fotos —el pobre chico no sabía cómo hacer para hablarle a Diana y al mismo tiempo mirarla a los ojos. Su mirada saltaba de la tanga a las tetas, idea y vuelta.

—Ah, bien... ¿por qué tan tensos, chicos? No se asusten, no soy una de esas madres medio brujas, a mí me encanta que vengan a casa y la pasen bien. Pueden quedarse hasta la hora que quieran.

—Sí, lo sabemos, Diana —dijo Esteban, él era un poco más sinvergüenza que Lucho—. Es que nos sorprendimos al verte... ¿adónde fuiste tan linda? Si es que se puede saber.

—Salí a divertirme un rato —dijo Diana, con una amplia sonrisa, meneando un poco las caderas—. Hacía mucho que no salía a bailar... ¡Ay, perdón, ni los saludé!

La rubia se acercó a los chicos, tambaleándose un poco en sus tacos altos, se inclinó delante de Lucho y los ojos de éste se clavaron direcamente en esas grandes tetas, que le quedaron a centímetros de la cara. Diana le dio un beso en la mejilla y el chico se puso rojo. Luego repitió el saludo para Esteban, quien, siendo un poco más pícaro, aprovechó para posar una mano en la cintura de Diana. Después de recibir su beso en la mejilla, le dijo a la rubia:

—¡Diana! ¡Qué olor a alcohol tenés en la boca!

La aludida empezó a reírse como una adolescente, y dijo:

—Lo que tengo en la boca es olor a pija.

Una vez más los amigos de Julián se quedaron paralizados, incluso Esteban, que no se esperaba esa respuesta por nada del mundo.

—¡Apa! —Exclamó Lucho, luego de un rato en silencio, como si su cerebro tuviera delay—. ¿Estás diciendo que...¡

—Shhh —lo hizo callar Diana, llevándose un dedo a la boca—. No le cuenten nada a Julián... pero sí —le guiñó un ojo a los chicos.

—Esperá —dijo Esteban, como si quisiera detener el tiempo en ese preciso instante—. ¿Lo decís en serio? Estuviste... chupando... —tragó saliva—¿una pija?

—¿Tiene algo de malo? —Preguntó la rubia, parándose bien recta de golpe, lo que hizo que sus tetas dieran un salto. Uno de sus pezones ya se estaba asomando, y el otro estaba a mitad de camino. Los ojos de los chicos se clavaron en esos grandes melones blancos, coronados por picos marrones.

—No tiene nada de malo —Se apresuró a decir Lucho.

—No, de verdad que no —aseguró Esteban—. Es que se nos hace muy raro que vos salgas a bailar y termines haciendo algo como eso.

—¿Por qué es raro? —Quiso saber ella, tenía los brazos en jarra, lo que dejaba su voluminoso pecho completamente a la vista—. Muchas mujeres lo hacen.

—Es cierto... —dijo Esteban. Se acordó momentáneamente del partido de fútbol, en el que los jugadores miraban una pelota inmóvil, puso en pausa el juego y continuó—. Estás en todo tu derecho de hacerlo, Diana... es sólo que... vos sos la mamá de Julián, y nunca que pensamos que las madres de nuestros amigos fueran capaces de hacer cosas como esas.

—Bueno, pero yo sí las hago. Tal vez no soy como la mamá de todos tus amigos —ella sonreía, la situación le divertía mucho.

—Eso seguro, —dijo Lucho—. Ninguna de las madres de mis amigos está tan buena como vos, Diana... incluyendo a la mamá de Esteban.

—Puedo asegurar lo mismo —dijo Esteban—. De las madres de nuestro grupo de amigos, por mucho, vos sos la más hermosa.

—¡Ay, gracias, chicos! No saben cuánto me halaga escuchar eso. De todas formas no anden pensando que soy una puta... no es que haga esto todas las noches. Llevaba tiempo sin salir a divertirme... y sin chupar una verga.

—Diana —dijo Esteban, quien ya podía sentir su pene poniéndose rígido—. Por más que lo hicieras todas las noches, nosotros no pensaríamos mal de vos.

—Claro que no —agregó Lucho—. Además, con lo hermosa que sos seguramente tenés muchas propuestas.

—No tengo tantas como se imaginan. Lo de hoy fue algo improvisado... tengo sed, ¿hay algo fresco para tomar?

—En la heladera quedaron algunas latas de cerveza.

Sin decir nada más, la rubia dio media vuelta y caminó hacia la cocina. Los chicos se miraron el uno al otro, y luego contemplaron el vaivén de esas caderas y ese gran culo perfectamente encajado en la tela blanca del vestido. Se pusieron de pie de un salto, y la siguieron.

Diana sacó una lata de cerveza de la heladera, la abrió y tomó un buen sorbo.

—¿Estás segura de que es buena idea seguir tomando alcohol? —Le preguntó Lucho, con genuina preocuapación.

—Sí, no pasa nada... ya me voy a dormir, pero tenía la garganta seca, de tanto chupar... ya saben —volvió a guiñarles un ojo.

—¿Y qué tal estuvo la verga? —Quiso saber Esteban.

Diana soltó una risa demasiado estridente, poniendo aún más en evidencia su estado de ebriedad.

—¡Ay, chicos! No les voy a estar contando esas cosas.

—Pero ya nos contaste que chupaste una, —insistió Esteban—. No nos vamos a escandalizar por algunos detalles extras.

—Bueno, ustedes ya son grandes, y seguramente alguna vez les habrán chupado la verga ¿cierto? —Ambos asintieron con la cabeza. Ninguno de los dos era virgen, motivo por el cual no estaban tan inhibidos ante la rubia, pero no tenían la suficiente experiencia como para encarar el asunto de forma más directa—. La verdad es que... ¡Ay!

Diana intentó caminar, pero perdió el equilibrio por culpa de sus tacos, y del alcohol. Lucho se apresuró a sujetarla. Se aferró a la rubia desde atrás, envolviéndola con sus brazos. Sus manos quedaron justo debajo de las tetas de Diana, el vestido ya no resitió la presión, y ambos pechos quedaron en completa libertad, inflados ante la presión que venía de abajo. Sin quererlo, pero sin apartarse, el bulto de Lucho había quedado bien pegado a la cola de Diana. El vestido blanco se subió, mostrando toda la tanga blanca de la rubia, era tan pequeña que de no tenerla completamente depilada, se le vería buena parte del vello púbico.

A pesar de que Lucho la sujetó muy bien, Esteban consideró que él también debía colaborar. Se posicionó delante de Diana, muy pegado a ella, y la agarró de ambas piernas, y ésto provocó que se le subiera más el vestido.

—¡Ay, se me ven todas las tetas! —Alcanzó a exclamar la rubia.

—No pasa nada, Diana. —Dijo Esteban—. Casi te caés. ¿No te parece que deberías dejar de tomar?

—No fue por eso, es la culpa de estos zapatos de mierda.

Ella se movió un poco, intentanto quitarse los zapatos, con el meneo de su culo pudo sentir todo el bulto de Lucho restregándose entre sus nalgas. Con una mano hizo el ademán de subirse el vestido para taparse las tetas, pero éstas eran tan grandes, y las manos de Lucho estaban sujetando tan fuerte la tela, que no pudo cubrirlas en absoluto.

—Ya me pueden soltar —dijo, una vez que se quitó los zapatos—. No me voy a caer.

—¡Qué buenas tetas, Diana! —Exclamó Esteban, ignorándola por completo—. Más de una vez me pregunté cómo serían, pero no me imaginé que fueran tan lindas.

—¡Ay, che! —Exclamó ella, riéndose—. ¡Qué vergüenza! No me gusta que los amigos de mi hijo me estén mirando las tetas.

—¿Por qué no? —Preguntó Esteban—. Ya somos grandes, no es la primera vez que vemos un buen par de tetas. Aunque no sé si tan lindas como las tuyas.

—Bueno, gracias... pero Julián se va a enojar. Suficiente tiene con los chistes que le hacen sobre mí.

—¿Qué chistes? —Preguntó Lucho, con fingida incredulidad.

—Vamos, chicos... no se hagan los sonsos. Sé muy bien que a Julián le hacen muchos comentarios refiriéndose a mí... más de una vez los escuché decirle cosas como: "Qué buena está tu mamá"... "Y lo que le haría a tu mamá".

—¿Y a vos te molestan esos comentarios? —Preguntó Esteban, pegando su bulto a la concha de Diana.

—A mí... no, para nada —dijo ella, acalarándose aún más—. Pero a Julián le molestan... y ahora le van a hacer chistes porque me vieron las tetas.

—Te prometemos que no le decimos nada —dijo Lucho, quien en un atolondrado acto de valentía, subió sus manos y se aferró a las tetas de la rubia.

—¡Ay, che! Nadie dijo que podían tocar. No me esperaba esto de ustedes, chicos...

—Y nosotros no esperábamos verte vestida así... —dijo Esteban—. Así como tampoco esperábamos saber que estuviste chupando una verga. ¿Cómo fue?

—Grande —dijo Diana, con una pícara sonrisa—. Si iba a chupar una, quería que fuera bien grande.

—¿Te gustan las pijas grandes? —Preguntó Esteban, restregándole el bulto contra la concha, que estaba apenas protegida por la fina tela de la tanga.

—Sí, me encantan las pijas grandes.

Diana también colaboró, meneando un poco la cintura, entrecerró los ojos y disfrutó de los apretones que recibía en las tetas, y de esos duros bultos que se frotaban contra partes sensibles de su cuerpo. Esteban aprovechó el momento para subir el vestido de la rubia tanto como pudo, la tela blanca quedó formando una especie de cinturón, ya no cubría nada de las tetas o de la zona de la tanga; Diana estaba prácticamente desnuda.

—¿Y quién era el tipo al que le chupaste la verga? —Quiso saber Lucho, quien no dejaba de manosearle las tetas a la rubia.

—Era un pendejo, de la edad de ustedes. Estuvo arrimándome toda la noche, mientras yo bailaba. Me manoseó todo el orto... me dejó re caliente. Le agarré el bulto y me di cuenta de que la tenía bastante grande, ahí fue cuando le dije que podíamos irnos juntos. Me llevó al auto y ahí nomás empecé a chuparle la pija...

—¿Y estuviste mucho rato haciéndolo? —Preguntó Esteban.

—Sí, bastante... me tomé mi tiempo, no apuré las cosas. Hacía rato que no me comía una pija así... quería disfrutarla lo más posible.

—¿Y te dejaste coger? —Preguntó Lucho, pellizcándole un pezón.

—No me garchó de casualidad... yo me hubiera dejado. Lo que pasa es que después de la chupada de pija, no se le paró más. Me acabó en toda la cara... me dejó llena de leche... pero no se le paró más. Después le pedí que me trajera a casa, y bueno, acá estoy...

—¿Así que te quedaste con ganas de coger? —Esteban sacó la verga de su pantalón. En cuando Diana sintió el contacto con la piel tibia del miembro masculino, se sobresaltó.

—¡Ay, no chicos! Ya me imagino en qué estarán pensando, pero no va a pasar... son los amigos de mi hijo —diciendo esto se apartó, haciendo un poco de fuerza—. Me voy a la pieza, a dormir... ustedes quédense hasta la hora que quieran, pero antes de irse limpien todo.

—Vamos, Diana... —dijo Esteban, intentando aferrarse a ella por detrás.

—No, Esteban... perdón si entendieron mal, chicos... pero ésto no va a pasar. No se hagan ilusiones. Estoy algo borracha y eso me hace decir barbaridades de las que me voy a arrepentir. Pero estoy lo suficientemente lúcida como para reaccionar y que todo quede acá. —Se acomodó el vestido lo mejor que pudo, cubriendo parcialmente su desnudez—. Lo siento mucho, chicos, sé que en parte es mi culpa, espero que no se enojen conmigo... pero eso que tienen en mente, no va a pasar. Ni esta noche, ni nunca. ¿Quedó claro?

—Está bien, Diana. —Dijo Lucho, con amabilidad—. Te respetamos y no vamos a hacer nada que no quieras—. Esteban parecía con ganas de seguir insitiendo, pero un gesto de Lucho fue suficiente para que no abriera la boca—. Andá a dormir tranquila, nosotros vamos a limpiar todo antes de irnos. Tenés mucha razón en algo, vos sos la mamá de nuestro amigo, y no vamos a forzarte a hacer algo que no quieras. Así que no tengas miedo.

—Gracias, chicos. Son unos amores. Por favor no le cuenten nada de esto a Julián.

—No vamos a decir nada —aseguró Esteban.

Diana le dio un beso en la mejilla a cada uno, tomó un último trago de la lata de cerveza y luego se fue a su pieza.

Cerró la puerta con tranca, no le gustaba usarla, pero esa noche lo ameritaba. Confiaba en los amigos de su hijo, pero la tranca la hacía sentirse más segura. Su intención no era dormir, al menos no de momento. Abrió el cajón de la mesita de luz y sacó su preciado consolador. Se desnudó completamente, se tendió en la cama con las piernas bien abiertas, y sin ningún tipo de preámbulo, se penetró con el pene plástico. Éste entró con relativa facilidad, a pesar de que ella es algo estrecha, esa noche estaba tan caliente que su concha se abrió como una flor en primavera.

Se dio duro con el consolador, meneándose en la cama, y recordando cada detalle de la pija que chupó en el auto. No podía recordar muy bien la cara del pibe, pero sí su largo y ancho miembro viril, así como el sabor de su semen. Omitió un pequeño detalle al contarle la anécdota a los amigos de su hijo, no dijo que ella se tragó hasta la última gota de esa espesa y tibia leche... y que se quedó con ganas de más. También fantaseó con las caricias y arrimones que recibió por parte de Lucho y Esteban, y se dijo que si ellos no fueran amigos de su hijo, tal vez se hubiera dejado coger... quién sabe, incluso por los dos a la vez. Esta fantasía la hizo volar, y aceleró el ritmo con el que se metía el consolador. Entre gemidos y sacudidas llegó a un fuerte orgasmo. Quedó rendida ante el cansancio, y sin darse cuenta, se quedó dormida.

—3—

Al día siguiente Diana se levantó muy tarde, y con mucho dolor de cabeza. Completamente desnuda caminó por la casa, por suerte los amigos de su hijo ya no estaban allí, pero Julián sí. Él se quedó mirándola fijamente.

—¿Qué tal la pasaste anoche? —Preguntó él.

La rubia se puso en alerta, pero se tranquilizó enseguida al darse cuenta que no había ningún tono extraño en la voz de su hijo. Él lo preguntaba sinceramente.

—Bien, la pasé lindo. Aunque creo que tomé mucho. Me duele mucho la cabeza.

—Deberías darte un baño, eso ayuda con la resaca... creo... porque yo no soy de andar tomando tanto como vos.

—Te voy a hacer caso.

—Está bien... y mirá que todavía no me olvidé de lo que me debés.

—¿Y qué te debo?

—La historia... sobre el tipo ese que conociste cuando estabas peleada con papá.

—Ah, sí... sé que te la debo, y te prometo que si me siento bien, hoy te cuento esa historia. Ahora me quiero bañar.

Ella se dio una buena ducha, disfrutando de la tibieza del agua. Se quedó allí más tiempo de lo que acostumbraba, pero necesitaba calmar el dolor de cabeza. La lluvia no hacía milagros, pero era mejor que nada. La puerta del baño se abrió y Julián entró con un vaso de agua en una mano, y una pequeña pastilla blanca en la otra.

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