La MILF más Deseada 08

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—Tomate esto —le dijo a su madre—. Te va ayudar con el dolor de cabeza... en el agua disolví un antiácido. Eso también te va ayudar.

—Sos el mejor hijo del mundo.

Ella tomó el agua y tragó la pastilla, se dio cuenta de que los ojos de Julián recorrían todo su cuerpo, pero ya había superado esa etapa. No le importaba estar completamente desnuda frente a su hijo. El chico se marchó y ella consideró que debía hacer algo para devolverle el favor, y si él estaba tan interesado en conocer la historia que tuvo ella con aquel tipo, entonces se la contaría.

Después de unos minutos salió del baño, envuelta en una toalla, y cuando vio a su hijo le dijo:

—Vamos a la pieza, así te cuento esa historia que tanto querés escuchar.

Julián sonrió y sin decir nada siguió a su madre. Le dio unos minutos para que se secara un poco, y cuando ella se acostó en la cama, él se puso a su lado, no sin antes sacarse toda la ropa.

—¿No te molesta que...?

—¿Que te desnudes? Ay, no Julián. No me molesta... además sé que vas a terminar haciéndote una paja. Así que ¿por qué no sacarse la ropa de una vez?

—Incluso podrías...

—¿Podría qué?

—Es que se me ocurrió que podrías... emm... practicar.

—¿Practicar qué?

—Lo de metértela en la boca...

—¡Ah, qué boluda, ya tendí! ¿Vos querés que aproveche para acostumbrarme a meterme tu verga en la boca?

—Y... lo necesitamos para las fotos. Y la última vez que me contaste una de tus anécdotas, te animaste a hacerlo, más de una vez.

—Es que me caliento mucho contándote esas cosas, y la calentura me ayuda a perder un poquito la vergüenza. Está bien, voy a ver si me animo a probar un poco... pero no te prometo nada.

—Bueno, ahora sí... contame ¿Quién era ese tipo?

—No te voy a decir el nombre... igual no sabés quién es, no lo viste nunca. Lo conocí un día que fui a la playa. Yo estaba sola, porque me había peleado con tu padre, como ya sabés. Ese día me animé a usar un bikini medio chico. Soy consciente del impacto que causa mi cuerpo, pero son pocas veces las que lo usé como un arma a mi favor. Aquella vez no fui con la intención de conseguir un amante, pero sí tenía ganas de sentirme hermosa, y que la gente me mirara. Este tipo...

—Ponele un nombre, porque si cada vez que te refieras a él vas a decir "este tipo"...

—Bueno, yo le decía "Tano", porque tenía apellido italiano.

—Me imagino que se te acercó en la playa.

—Sí, lo hizo apenas me vio. Me causó gracia, porque empezó a chamuyarme con las típicas frases de siempre: "¿Qué hace una chica tan linda como vos solita en la playa?"; "Esperé toda mi vida para conocerte", y boludeces por el estilo. Nada que no hubiera escuchado antes. Sin embargo esta vez necesitaba oír esas palabras, y esa fue la gran diferencia... bueno, eso y que el tipo estaba re bueno. Perdón que te lo diga, pero es la verdad.

—Papá nunca fue un hombre muy atractivo, —dijo Julián—, todavía no entiendo cómo te casaste con él. Yo lo quería un montón, pero seamos sinceros, mamá... vos podías elegir a un hombre mucho mejor.

—Tu padre siempre fue consciente de eso, motivo por el cual siempre se esforzó mucho. Yo prefería tener a mi lado a un hombre que se esforzara por complacerme, y no a uno que le diera igual. Al único hombre genuinamente honesto en ese sentido que conocí, fue a tu padre. Por eso me casé con él. Así que imaginate cómo me sentí cuando me engañó... lo más irónico es que todo el mundo creía que el cornudo era él, y yo siempre me enojaba.

—Bueno, un poco de cuernos tenía... no te olvides de que te dejaste arrimar de lo lindo por un tipo en una discoteca, y de que le chupaste la pija a otro en un hotel.

—Nunca me voy a poder olvidar de eso, y sé que estuvo muy mal de mi parte... sé que eso debe haber hecho que los cuernos de tu padre crecieran un poco, pero creeme, en comparación la más cornuda fui yo. Porque él se acostó varias veces con la mujer con la que me engañó.

—No entiendo cómo un tipo como él podría engañarte a vos con otra mujer... siendo vos tan hermosa.

—Es que a mí ya me tenía ganada... yo creo que él buscaba un desafío, poder conquistar a otra mujer hermosa y llevársela a la cama. Y lo consiguió. Por más que no fuera el tipo más lindo del mundo, tu padre sabía cómo tratar a una mujer y hacerla sentir de maravilla.

—¿Y qué pasó con el Tano en la playa? —mientras hablaban, cada uno se acariciaba su propio sexo, lentamente, como si estuvieran entrando en calor.

—Nada, sólo hablamos y tomamos una cerveza juntos. Él me invitó a su casa, pero vivía en una zona medio fea, así que le dije que no. Bueno, por eso y porque era un desconocido, por más bueno que estuviera. Él se portó muy bien y me dijo que no me quería presionar, me contó que iba a esa playa todos los fines de semana, de viernes a domingo, y que si quería verlo otra vez, ya sabía dónde encontrarlo.

—Obviamente volviste.

—Sí, y volví al otro día, que era domingo. Lo encontré sentado en el mismo lugar en el que nos conocimos. Se puso muy contento al verme, y me elogió las tetas. Aclaro que yo tenía puesto un bikini muy parecido al del día anterior. Esta vez fui más sincera con él, y le conté que tenía marido. Creo que lo dije porque me daba miedo que él pensara que había vuelto para que pasara algo entre nosotros. Él me dijo que no era celoso y que no le importaba que yo fuera casada. Si bien no lo conocía, él me hacía sentir deseada, y eso era justo lo que yo andaba necesitando. Le dije que me ponía nerviosa que algún conocido me viera con él, pero que tampoco iría a su casa. Entonces a él se le ocurrió que fuéramos a un sector de la playa que está bastante apartado de la zona que suele concurrir la gente. Es una zona medio fea, con yuyos largos y camalotes, no se puede nadar ahí.

—Ya sé de qué parte hablás, yo saqué algunas fotos de ese lugar, no es tan feo... tiene su encanto.

—Sí, puede ser. Lo mejor es que ahí no había nadie, ni un alma. Él empezó a pedirme por favor que lo dejara pasarme el bronceador...

—Típico...

—Seee... la originalidad nunca fue su fuerte; pero tenía mucho carisma. Yo, como una boluda, le dije que sí. ¡Para qué! —Diana aceleró el ritmo con el que se frotaba la concha—. El muy desgraciado aprovechó para manosearme las piernas, la espalda, la panza... y bueno... ya sabés.

—Sí, me imagino; pero quiero que lo sigas contando... está muy bueno el relato.

Diana miró la verga de su hijo, él se estaba pajeando con tantas ganas como ella. Luego dijo:

—Mmm... mirá que yo tengo ganas de contar muchos detalles zarpados, ¿no te va a molestar?

—¿De verdad pensás que me puede molestar, después de todo lo que hablamos?

—Sí, porque tal vez sientas que traicioné a tu padre...

—La relación que haya habido entre papá y vos es cosa de ustedes, él era mi viejo y siempre lo voy a extrañar; pero ahora que sé que él te engañó, no encuentro motivo para enojarme con vos por cualquier cosa que hayas hecho después.

—Bueno, gracias, eso me tranquiliza mucho. Está bien, preparate porque no le voy a poner filtro a nada, te voy a contar todo tal y como pasó... aunque tal vez no te lo cuente todo en un día; porque es una historia medio larga.

—Vos tomate el tiempo que quieras, yo no tengo ningún apuro.

—Pero te advierto que vas a conocer muchas cosas de mí, que tal vez ni te las imaginabas. No siempre fui la esposa ejemplar.

—No hace falta que te justifiques tanto, mamá. Si lo engañaste o no, eso no me importa. Él te engañó y no creo que debas sentirte muy culpable si alguna vez le pusiste los cuernos. Pero quiero saber todo, aunque vos creas que me vaya a molestar. Contame todo sin miedo.

—Está bien. Te voy a contar todo, y ya te aviso que te va a cambiar mucho la imagen que tenés de mí. Mmmm... mirá cómo estoy —Diana extrajo los dedos de su concha, estaban llenos de flujo—. Me está gustando esto de que nos hagamos la paja juntos. Es muy loco... pero me agrada.

—Sí, a mí también. No siempre tengo la oportunidad de mirar un par de tetas como esas...

—Es cierto, sos un chico muy afortunado de tener una mamá tan linda como yo.

—Y tan modesta.

—Estoy harta de la modestia. Estoy muy buena, carajo... y me gusta saberlo. Y me encanta que te gusten mis tetas... como sos tan buen hijo, te doy permiso para que las toques un poquito.

—¿De verdad?

—Sí, aprovechá ahora que estoy caliente —ella misma agarró la mano libre de su hijo y la posicionó sobre una de sus tetas—. Pero no aprietes mucho, porque duele. ¿Te gusta?

—Está genial —dijo Julián, sobando la teta de su madre—. Seguí contándome del tipo de la playa.

—Sí, obvio, ahora tengo más ganas que nunca de contarte. Te dije que le di permiso para que me pasara el bronceador, y que él se aprovechó... me pasó la mano por la parte de arriba de las tetas, no las metió en el bikini, pero poco le faltó; de todas maneras, como el corpiño no era muy grande, tenía mucha teta para explorar. Yo me reía como una boluda mientras él me acariciaba. Después me pidió que me acostara boca abajo. Volvió a pasarme bronceador en la espalda y en las piernas, pero de a poco se iba acercando a mi culo. Al principio yo le apartaba la mano, pero él insistía y a mí se me estaba levantando la temperatura. Como ya te imaginarás, no tardó mucho en acariciarme la concha... y yo ya no tenía muchas ganas de apartarlo. Al ver que yo no me quejaba, metió la mano en el bikini, y me empezó a colar los dedos en la concha.

—Y vos te dejaste...

—Sí... yo me dejé. Después de un rato de estar masturbándome, me dijo que si yo quería me podía dar una buena cogida ahí mismo, total no nos vería nadie. Le dije que no me animaba a coger con él, menos al aire libre. Entonces sacó la verga y me dijo: "Al menos me podrías hacer un pete, la tengo re dura". Yo me quedé asombrada cuando la vi, era bastante más grande que la de tu padre... bueno, era medio parecida a la tuya, así que te harás una idea. Obviamente mi primer impulso fue decirle que no, pero estaba tan caliente que me arrodillé y así sin más, empecé a hacerle un pete. No sabía qué me estaba pasando, pero era muy similar a lo que sentí cuando le chupé la verga al tipo del hotel. Ahí estaba, una vez más, chupándole la pija a un tipo que apenas conocía, en medio de una playa.

—¿Y te gustó?

—Si dejo de lado la culpa que me agarró, sí. Tengo que reconocer que me gustó mucho hacerlo. Además él no dejaba de alentarme diciéndome cosas como "Así, putita, la estás chupando muy bien", o "Qué buena petera que sos, rubia". A mí estas palabras me hubieran molestado en otro contexto, pero ahí, con la verga de ese tipo en la boca, me calentaban todavía más. Me gustaba sentirme un poquito puta, algo que muy pocas veces había podido experimentar. Pasé muchos años aguantando la opinión de los demás, algunos sólo con verme rubia y voluptuosa, ya asumían que yo era una puta; incluso amigos y amigas. Entonces, para demostrar que yo no era así, casi siempre hice buena letra; me porté bien. Aquella tarde, con la pija del tipo en la boca, sentí que al fin me podía liberar, y ser esa puta que todos pensaban que yo era.

Diana vio que su hijo tenía la verga bien dura, sin pedir permiso se inclinó hacia él, abrió grande la boca y se tragó una buena parte de ese miembro viril. Lo tuvo en la boca durante unos segundos, sin moverse en absoluto, pero con los labios bien apretados. Después, sin dejar de hacer presión con los labios, la fue sacando de su boca lentamente.

—Tenías razón —le dijo a Julián—. Si te cuento estas cosas me animo más a probar. Todavía me resulta difícil, y se siente muy raro tener tu pija en la boca; pero creo que vamos a poder hacer buenas fotos.

—Todo sea por nuestro trabajo.

—Exacto... hay que hacer algunos sacrificios.

—Aunque auqella vez, en la playa, no habrá sido mucho sacrificio chupar la verga.

Diana sonrió con lujuria.

—No, para nada. Me la comí toda, con mucho gusto. Le hice un buen pete, con muchas ganas. Creeme que ni a tu papá se la chupaba de esa manera. Parecía una actriz porno profesional comiendo pija. ¿Y vos qué creés que pasó cuando el tipo acabó?

—Ya me imagino, pero quiero que lo cuentes vos.

—Como ya te habrás dado cuenta, me tragué toda la leche. Para colmo, mientras él me acababa dentro de la boca, me decía cosas como: "Dale putita, tomate toda la leche, que te encanta". "La de petes que andarás haciendo por ahí". "Tu marido debe tener tremendos cuernos". Fui muy obediente y me tragué hasta la última gota. Me hubiera quedado más tiempo, pero me sentí muy culpable... si bien yo estaba distanciada de tu padre, no tenía "permiso" para andar chupando pijas, mucho menos a desconocidos. Le dije que me tenía que ir, y eso mismo hice.

—Pero me imagino que volviste a verlo.

—Sí, obviamente. Estuve una semana sintiéndome mal por lo que hice, pero también me hice un montón de pajas recordando ese momento. —Mientras narraba, Diana no dejaba de frotarse con la concha con intensidad. Ocasionalmente su hijo le manoseaba un poco las tetas o le pellizcaba algún pezón—. Después de darle muchas vueltas al asunto, decidí visitar la playa una vez más, justo una semana después de haberlo conocido. Cuando él me vio sonrió como un chico en una juguetería, me dio un fuerte abrazo y me dijo que me esperó todo el viernes, ahí en la playa, pero yo no aparecí. Tenía miedo de no volver a verme. Esta vez me hizo darle mi número de teléfono... bueno, tampoco es que me hubiera obligado. Yo tampoco tenía ganas de perder el contacto con él. Esa tarde fuimos a nuestro rincón especial de la playa, dejé que él me desnudara, y estuvo un buen rato colándome los dedos en la concha. Como ya te imaginarás, le hice otro pete, con la misma intensidad que el de la vez anterior, pero esta vez con más culpa. Porque ya no era un desliz de una sola vez, como habían sido los casos anteriores. Ahora estaba chupándola por segunda vez. En esta ocasión él me acabó en toda la cara, porque dijo que me quería ver bien llena de leche. Después nos metimos a nadar un rato. En un par de ocasiones él intentó penetrarme, pero yo sólo permití que me frotara un poco la pija contra la concha.

Una vez más Diana se inclinó hacia donde estaba su hijo, le agarró la verga y lo pajeó con intensidad durante unos segundos. Él ya la tenía bastante dura, pero ella quería que estuviera tan rígida como fuera posible. Cuando consiguió el efecto deseado, volvió a tragarla. Esta vez lo hizo lentamente, dejando que la verga se deslizara sobre su lengua. Dedicó un poco más de tiempo a tenerla dentro de la boca, mientras se frotaba la concha. Su mente estaba saturada de los recuerdos de aquellas tardes que pasó chupándole la pija al Tano. La que tenía en la boca era la de su hijo, pero se sentía muy similar a la que había chupado en aquella playa. Ésto la asustó un poco, y sacó la verga rápidamente. Sin embargo logró disimular su incomodidad, sonrió a su hijo y continuó masturbándose como lo había estado haciendo hasta el momento.

—¿Qué más pasó? —Preguntó Julián.

—Como te imaginarás, seguimos en contacto.

—Sí, y también me imagino que alguna vez organizaron para verse en otro lado, que no fuera la playa.

—Así es. Uf... ahora empieza la mejor parte. Un día el Tano vino a casa... y me dio para que tenga. —Al decir esto aceleró un poco el ritmo de su masturbación—. Fue fabuloso, Julián... yo a tu padre lo quise mucho, pero este tipo tenía algo... además de la verga grande. Era salvaje. —Sus dedos se colaron dentro de su concha y comenzó a soltar gemidos de placer—. ¡Uf, me acuerdo de eso y me mojo toda! Perdón que te diga esto, pero... qué buenas cogidas me daba ese tipo.

—No me molesta que lo digas. Si la pasaste bien, entonces está bueno que lo recuerdes, más si te ayuda a entrar en confianza.

—Sí, ayuda mucho. Esto nunca se lo conté a nadie, ni siquiera a tu papá. Él nunca supo qué hice yo durante nuestro período de "separación". Me pareció mejor así. No quería contarle lo mucho que disfruté cogiendo con ese tipo. —Diana guardó silencio durante unos segundos, mientras cerraba los ojos y se concentraba en su masturbación—. Él hacía algo que me gustaba mucho...

—¿Qué cosa? —Preguntó Julián, con verdadero interés, sin dejar de masajearse la verga.

—Me hacía chupársela... pero de una manera que yo nunca había experimentado. Prácticamente me obligaba a comerle la pija. Me agarraba de los pelos y me hacía tragarla entera... y yo me mojaba toda.

—Por la forma en que lo contás parece que él vino más de una vez...

—Sí, fue más de una vez... mucho más que una vez.

—Seguí contándome, que es interesante.

—Unos días después vino y me dijo «Te voy a enseñar a chupar pijas como una puta». En otra situación eso me hubiera ofendido mucho, pero viniendo de él, me calentaba. Y además fue cierto: con él aprendí a chupar pijas. Me entrenó mucho. Cada vez que venía a casa ni siquiera me decía "Hola", sacaba la verga y me decía: «Vení, putita, empezá a chupar, que acá hay mucha pija para vos».

—¿Y a vos no te molestaba?

—¿Molestarme? Yo me volvía loca, se me hacía agua la concha... Me ponía de rodillas y se la chupaba toda... además dejaba que me acabara en la cara, o en la boca. Normalmente, después de eso, él me cogía. Me cogía mucho... pero mucho en serio... en el living, la cocina, en el baño... en la pieza, en cualquier parte de la casa. Como verás, no siempre fui la esposa ejemplar. Durante ese período de separación, tuve mi etapa de puta... muy puta; pero la pasé muy bien. Siendo aún más honesta, ese tipo me cogió tan bien... y tantas veces, que cuando me pajeo suelo pensar en él. Todavía me acuerdo de cómo me hacía poner en cuatro en el piso, me metía toda la pija en la concha, y me montaba como a una yegua en celo. —Mientras hablaba, Diana no dejaba de frotarse la concha—. Cuando analicé mejor la situación, me di cuenta de que tu papá me trataba demasiado bien, era muy respetuoso conmigo; incluso durante el sexo. Yo necesitaba sentirme una puta, al menos por un rato.

A Julián se le puso la verga como garrote al escuchar esa confesión por parte de su madre, pero no entendía muy bien por qué de pronto se le había ocurrido contarle todo eso... hasta que se le ocurrió una idea.

Diana se hacía la paja, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados. Julián, sin pedir permiso, la agarró de los pelos con su mano derecha y a continuación la obligó a bajar la cabeza. Ella no opuso ninguna resistencia, se dejó llevar y abrió grande la boca para recibir la pija de su hijo. Esta vez tragó un poco más de la mitad de la misma, haciendo un gran esfuerzo por no sufrir arcadas. Todo ese falo le llenaba completamente la boca y ella se vio inundada por el recuerdo de aquel amante que la forzaba a mamarle la verga. Su hijo, en cambio, la liberó después de unos segundos.

—¡A la mierda, eso fue intenso! —Exclamó ella, al mismo tiempo que reanudaba su masturbación.

—¿Te gustó?

—Sí... —dijo jadeando—. Hacelo otra vez.

Él obedeció al instante. Volvió a sujetar el cabello rubio de su madre y la forzó a tragarse la verga. En esta ocasión esperó un poco más de tiempo antes de apartar la mano y permitirle retirarse.

—¡Ay, mamita querida! —Dijo Diana—. ¡Eso me vuelve loca! ¡Me encantan las pijas grandes!

—¿Querés probar otra vez?

—No, no... me parece que eso ya sería demasiado... ahora solamente quiero pajearme.

Diana volvió a acostarse sobre la cama, con las piernas bien abiertas, y sus dedos se encargaron de brindarle placer directamente en su concha. Dejó salir algunos suaves gemidos, no sabía muy bien por qué, pero se excitaba al saber que su hijo podía escucharlos, y que además él se estaba masturbando a su lado.

De pronto Julián se puso de pie y dijo:

—Sé que querías dejar la cámara para otro momento, pero la verdad es que quiero aprovechar lo que estás haciendo ahora para sacar algunas fotos.

—Está bien... traela.

En cuanto su hijo regresó con la cámara, Diana abrió la concha usando la punta de sus dedos y permitió que él la fotografiara a gusto, luego reanudó la masturbación. Julián siguió tomando fotos, de todo el cuerpo de su madre, desde distintos ángulos. De vez en cuando detenía esta acción para poder sacudirse la verga.