Siempre Feliz de Ayudar

Historia Información
Irina moja la cama, necesita ayuda, El Dr. Mental está ahí.
3.2k palabras
0
427
00
Compartir este Historia

Tamaño de fuente

Tamaño de Fuente Predeterminado

Espaciado de fuentes

Espaciado de Fuente Predeterminado

Cara de fuente

Cara de Fuente Predeterminada

Tema de Lectura

Tema Predeterminado (Blanco)
Necesitas Iniciar sesión o Registrarse para que su personalización se guarde en su perfil de Literotica.
BETA PÚBLICA

Nota: Puede cambiar el tamaño de la fuente, el tipo de fuente y activar el modo oscuro haciendo clic en la pestaña del ícono "A" en el Cuadro de información de la historia.

Puede volver temporalmente a una experiencia Classic Literotica® durante nuestras pruebas Beta públicas en curso. Considere dejar comentarios sobre los problemas que experimenta o sugerir mejoras.

Haga clic aquí

La Universidad Oxenhorn es un centro de estudios superiores localizado en el corazón de Nueva Inglaterra. Desde su fundación en 1905, se ha distinguido por ofrecer programas de excelencia educativa que preparan líderes con visión de futuro y una sólida formación científica y humanista. Con un vibrante y diverso cuerpo estudiantil, un inquebrantable compromiso con la excelencia académica y ubicada en una de las regiones más dinámicas e innovadoras del país y del mundo, la Universidad Oxenhorn es la mejor opción para quienes buscan una educación que prepara desde el éxito para el éxito.

[Texto publicitario de la Universidad Oxenhorn]

* * * * * * * * * *

El Dr. Michal Mentálny, apodado con cariño por sus colegas y estudiantes «Dr. Mental», es un renombrado psiquiatra, miembro de la facultad de la Universidad Oxenhorn. Su fama no solo es producto de sus brillantes investigaciones y numerosas publicaciones en los campos del comportamiento humano o la salud mental, o de su exitosa práctica terapéutica, sino que también se debe a su excelente trabajo apoyando a estudiantes en necesidad. Uno puede caminar por los pasillos de la Facultad de Ciencias de la Salud y preguntarle a cualquiera sobre el buen doctor, todos los testimonios serán indefectiblemente positivos. «El doc Mental está siempre feliz de ayudar», comentará el interpelado antes de deshacerse en elogios.

Uno de tantos días, Irina, una hermosa alumna de nuevo ingreso, tuvo un accidente nocturno que la dejó sintiéndose vulnerable y avergonzada: había mojado la cama. La joven, rubia, delicada, de tez blanquísima y mejillas sonrosadas, camina por los pasillos de la universidad notoriamente ruborizada, como si todos sus compañeros supieran del incidente de la noche anterior. Aunque intenta tranquilizarse pensando que nadie, salvo ella, sabe lo ocurrido, le resulta imposible dejar de pensar que detrás de cada mirada, cada sonrisa, cada saludo, se esconde una burlona conciencia de que ella, la despampanante chica de la esbelta silueta y los ojos azules, se había orinado mientras dormía igual que una bebé.

Apretando el paso lo más que le es posible llega a la oficina del Dr. Mental, con quien había concertado una cita. Apenas entra, el buen doctor la recibe con una sonrisa cálida y reconfortante. Con ese sencillo gesto, Irina ya comienza a sentirse aliviada. Algo en la expresión y la mirada del psiquiatra le transmite una sensación de paz. Cuando Michal comienza a hablar, su voz profunda y suave llena el interior de la pieza e Irina se siente abrazada por ella.

—Bienvenida. Tome asiento, por favor, señorita. Vamos a ver... Irina, ¿verdad? Cuénteme, ¿en qué puedo servirle?

—Verá, doctor —comienza ella titubeante—... yo he... he tenido un accidente.

—¿Un accidente? —repitió el psiquiatra afectando interés—. Continúe, por favor, ¿de qué tipo?

—Me muero de vergüenza, doctor —dice Irina y su tierno rostro se pone rojo como un jitomate maduro—. Anoche, pues, verá es que... he mojado la cama.

Michal la mira sin inmutarse. En su faz, aunque inexpresiva, hay un aire de compasión que calma a la muchacha. Tras un breve instante de silencio, el doctor comenta:

—No tenga preocupación alguna. Es una situación muy común entre jóvenes de su edad. Por supuesto, como para la mayoría es vergonzoso, nadie habla de ello. Se trata de una condición que aparece durante los primeros años de adultez, una forma en que el cuerpo se adapta a la producción de fluidos una vez que ha alcanzado la plenitud de su desarrollo. Desaparece por sí sola, pero puede durar un tiempo. Existen casos documentados en los que ha tenido una persistencia de hasta siete años —concluye enfatizando su última oración.

Irina abre los ojos estupefacta. La idea de que ocurriera de nuevo la había angustiado desde la mañana hasta ese momento, pero enterarse de que podría pasarle durante toda su carrera e incluso años después la horroriza al punto de que sus delicadas facciones se crispan.

—Entonces —pregunta tímida y con un nudo en la garganta—... ¿me seguirá pasando por tanto tiempo?

—Sí —responde el Dr. Mental con seriedad—, pero solo si no hacemos algo al respecto.

—¿Se puede remediar? —inquiere Irina con un dejo de esperanza en la voz.

—Por supuesto que sí —contesta con un tono que vuelve a calmarla—. Utilizaremos la hipnosis para ayudar a que su cuerpo evite estos episodios de incontinencia nocturna. En el pasado he empleado este método y ha dado resultados positivos en pocos días, en el cien por cien de los casos.

Irina sonríe. Aquello que la había atormentado desde que se despertó empapada en su propia orina parece disuelto con esa sencilla declaración del Dr. Mental.

Tras firmar un manifiesto de consentimiento para someterse a la terapia y algunos otros documentos que Mentálny le indicó, comienza la sesión de hipnosis. La voz profunda del psiquiatra se vuelve aún más grave y tranquila, su suavidad invade los sentidos de Irina que, recostada en el diván junto al escritorio, siente que sus párpados pesan y lentamente se cierran. No escucha otra cosa que la voz, incluso sus propios pensamientos parecen haber cesado, únicamente la voz permanece y la guía.

Una vez profundamente hipnotizada, el Dr. Mental programa a su paciente:

—Cada noche, Irina, usted entrará en un sueño que se vuelve más profundo cada vez. Mientras duerma, con cada respiración sus músculos se relajarán, toda tensión desaparecerá, su cuerpo entrará en un pesado estado de letargo. Ningún estímulo fisiológico interno, como el hambre o las ganas de evacuar, podrá despertarla. Ahora concentre la atención en su vejiga; no importa si usted duerme o está despierta, su vejiga también se relaja a medida que inhala y exhala, se relaja tanto que no es posible evitar que se vacíe. Está tan relajada que cualquier esfuerzo, por minúsculo que sea, como agacharse o reírse, provocará que se vacíe por completo.

Irina respira pausada, su rostro inexpresivo evidencia la profundidad de su trance. En su inconsciente, la voz de Michal implanta indeleblemente cada palabra.

El sonido de un chasquido despierta a Irina. Se siente motivada, feliz, tranquila. Sus ojos azules están iluminados y su sonrisa evidencia la paz que reina en su interior. Agradece profundamente al Dr. Mental, quien también sonríe y la despide con amabilidad.

La puerta de la oficina se cierra. Mentálny se queda solo. Su expresión, cuando nadie lo mira, se vuelve dura y adusta. Limpia cuidadosamente sus anteojos con un paño que guarda en el bolsillo de su camisa. Del cajón inferior del escritorio, extrae un cuaderno desgastado de entre cuyas hojas sobresalen marcadores de página y los bordes de algunas notas sueltas intercaladas. Escribe los datos de la joven, el problema original, el método de hipnosis y la programación implantada.

* * * * * * * * * *

Irina despierta después de una noche tranquila. El sueño fue reparador, sin duda. Se estira con un poco de pereza. De súbito, el frío la saca del grato amodorramiento con que recibió el nuevo día. Sus nalgas, sus piernas, su vientre sienten la inconfundible sensación helada de sábanas empapadas.

«¡No puede ser!», piensa. La vergüenza se hace patente en su faz que de blanca se vuelve intensamente colorada. Se levanta con rapidez y mira la cama: una gigantesca mancha que casi cubre por completo el colchón se extiende sobre la superficie.

—¡No puede ser! —exclama desconcertada mientras la angustia y el enojo comienzan a bullir en su interior.

Esa mañana no asiste a las primeras clases. Se queda en la habitación limpiando el colchón y preparando la carga para la lavandería. Al salir de los dormitorios, siente que el mundo sabe que ha vuelto a orinarse por la noche. Entonces un pensamiento la tranquiliza levemente: el Dr. Mental, seguramente él estará feliz de ayudarla con una sesión de hipnosis más efectiva. Se decide al momento, mientras espera a que la ropa y las sábanas estén listas, llama para agendar una nueva cita.

—El doctor no tiene disponibilidad —dice con voz chillona una secretaria al otro lado de la línea—. Estará fuera de la ciudad, hay un congreso muy importante y no puede faltar. Volverá la semana entrante.

Irina siente que su corazón se acelera, sus ojos se arrasan. Con voz quebrada acepta programar su cita hasta que el psiquiatra esté de vuelta.

«¿Qué voy a hacer?», piensa mientras observa a su alrededor. Está sola en la lavandería, salvo por dos empleadas que conversan y de cuando en cuando ríen escandalosamente. Irina no lo soporta, sabe que se burlan de ella. Está a punto de llorar, pero se contiene. Aprieta la quijada, su cuerpo se tensa buscando que las lágrimas no salgan. Entonces nota que su esfuerzo ha provocado otra reacción: siente que desde su ingle un mínimo cosquilleo desciende lentamente, baja por el muslo hasta llegar a la rodilla. El rostro de Irina se enciende. Incapaz de contener las lágrimas o la orina corre hacia los sanitarios, los escasos metros que median entre las sillas del área de espera y la puerta negra con el letrero «WC» se le antojan interminables, sin embargo su paso es ligero y da zancadas largas, siente que puede llegar antes de que el casi imperceptible goteo se convierta en un chorro abundante y tibio. Está a un paso de llegar, es cosa de abrir la puerta y entrar con rapidez. Su mano blanca y trémula ase el picaporte. Entonces lo siente: su bajo vientre se distiende y el chorro de orina sale sin impedimento, es copioso, cálido, resbala por sus piernas, empapa sus pantorrillas, sus calcañares, se desborda de las ligeras sandalias que había elegido para calzar ese día. En apenas unos segundos, sus jeans exhiben una enorme mancha que va desde la parte baja del vientre hasta donde terminan las piernas. Irina está de pie, congelada, su mano aún aferra el picaporte. A su alrededor se ha formado un charco amarillento. Unas gotas más caen y hacen temblar el líquido espejo sobre el que está parada. Llora.

Las empleadas interrumpen su conversación y miran a la muchacha vuelta una estatua que solloza débilmente. Con expresión de hastío, una de ellas va por un cubo y un mechudo.

Irina solo escucha la voz cargada de fastidio que, al tiempo que la mujer sumerge la melena del mechudo en el agua del balde, le dice:

—¿Me das permiso, por favor?

* * * * * * * * * *

—Dígame, señorita Irina, ¿cómo se ha sentido?

Irina habla con voz ahogada, sus últimos días y noches han sido tormentosos. Se ha orinado dormida cada noche desde que acudió al Dr. Mental; despierta, para su desgracia, las cosas no han mejorado y ha tenido accidentes en las aulas, en las prácticas deportivas e incluso en la plaza a la que, tras mucha insistencia de parte de sus amistades, accedió a salir:

—Estoy fatal. Todas las noches sin excepción me orino. No me doy cuenta, es como si estuviera sedada. Caigo en un sueño profundo y al día siguiente estoy empapada.

—Ya veo —dice Mentálny mientras escribe en su cuaderno—. ¿Algo más?

Irina titubea. La humillación la agobia de tan solo recordar los últimos días. Finalmente dice con profundo dolor:

—Tampoco puedo contenerme durante el día.

—Profundice, por favor. Sé que puede ser difícil, pero los detalles son necesarios para que haga los ajustes pertinentes.

Irina traga saliva. Está al borde del llanto. Inhala profundamente para calmarse y continúa:

—Me he orinado durante el día por hacer el mínimo esfuerzo. La primera vez fue en la lavandería, estaba muy tensa y de repente me hice en los pantalones. Me sentí terrible.

»El día siguiente, en clase, por accidente tiré mi pluma. Al agacharme para recogerla, sin aviso previo, quedé empapada en mitad del salón. Pensé que se burlarían de mí y, en cierta forma, eso hubiera sido mejor, al menos las risas o el bullicio me habrían hecho sentir menos señalada; pero no, todos guardaron silencio, incluso la maestra se calló. La clase entera se me quedó mirando mientras estaba encuclillada y la orina no dejaba de salir.

»Después, en la biblioteca, cuando estaba preparándome para llevar algunos libros al mostrador de préstamo... no eran demasiados, no pesaban tanto, pero aún así, apenas los levanté, me hice. El conserje llegó a limpiar notoriamente molesto y no lo culpo, sin embargo me habló muy feo. Quería que la tierra me tragara en ese momento.

»Además, en la clase de atletismo, desde los primeros ejercicios de calentamiento terminé mojada. El entrenador fue comprensivo y me permitió ir a las regaderas, pero las demás chicas me buscaron cuando acabó la práctica; me dijeron que sentían asco de mí y que si no podía controlarme, que me fuera a preescolar, junto con las niñas meonas. Me sentí tan humillada... sin embargo eso no es lo peor.

»Lo más horrible pasó durante el fin de semana. Decidí quedarme en mi cuarto hasta que pudiera hablar con usted, pero mis amigas insistieron tanto en que debería distraerme un poco... pensé que podrían tener razón, el estrés me estaba poniendo tensa y eso no ayudaba. Fuimos a Watanabe Square, entramos en nuestro bar favorito. No quise beber mucho, dada mi condición, solamente tomé una margarita. Consideré que sería buena idea ir al baño periódicamente para evitar accidentes y me levanté de la mesa. Tengo que decir que ese día llevaba una falda que me gusta mucho; antes de dejar al grupo para ir al baño, contaron un chiste y me reí. Estaba de pie, frente a la mesa, mis amigas permanecieron sentadas, sus cabezas estaban a la altura de mi cadera; al reírme, el chorro que salió las mojó, mi mejor amiga recibió el chisguete justo en la boca. Quedé aturdida por la situación, sentía mi cara arder de vergüenza. Mis amigas se encolerizaron, los meseros me echaron del bar y tuve que volver caminando, porque estaba toda mojada, ningún taxista me quería llevar...

Irina interrumpe el relato, se lleva las manos al rostro y llora. El Dr. Mental la observa, hace más anotaciones, guarda silencio. Cuando la ha dejado desahogarse dice con su voz profunda y suave:

—Parte de la terapia involucra hacer ajustes en los métodos. Una segunda inducción hipnótica dará mejores resultados.

Irina asiente. Accede a entrar en trance una vez más. Michal la programa:

—Irina, usted en el fondo es una niña meona, tal como la han llamado sus compañeras. Aunque pretenda actuar como adulta, inconscientemente sabe que no es otra cosa que una pequeña indefensa, vulnerable y sin el mínimo control de sus esfínteres. De hecho, cualquier dejo de continencia desaparecerá a partir de este momento. No importa lo que intente, ya no es capaz de dominar su vejiga. Cada vez que se orine en público, va a llorar como la niñita asquerosa e impotente que es. Esta y la programación previa se reforzarán mientras duerma sin que su mente consciente lo note.

El chasquido despierta a Irina. Está calmada, pero percibe que en lo profundo de su interior un sentimiento de ansiedad se remueve. El Dr. Mental le ofrece una paleta de caramelo que la hace sonreír con expresión boba, ella misma advierte que emocionarse por un regalo tan ínfimo es exagerado, mas no lo puede evitar.

* * * * * * * * * *

La vida de Irina se ha convertido en un ciclo perpetuo de vergüenza, llanto y micción involuntaria. La rubia despampanante de los ojos azules y la carita tierna, la joven de nuevo ingreso que parecía lista para comerse el mundo, la amiga simpática que siempre estaba dispuesta a pasarlo bien es ahora un guiñapo, una triste sombra atormentada por un sentimiento constante de humillación y desesperación. Dondequiera que va, se encuentra con burlas y risas crueles. Sus antiguas amigas, aún enfurecidas por el incidente en Watanabe Square, le dicen las cosas más hirientes y se aseguran de que el resto de estudiantes se refiera a ella por su nuevo apodo, «La Meona». Los profesores la miran con lástima y repugnancia, incluso murmuran a sus espaldas. Ella lo sabe, mas es incapaz de evitarlo. El personal de servicio la aborrece, pues por su culpa tienen que limpiar varias veces el lugar donde se encuentre. Algunos conserjes le prohiben pasar a ciertas áreas, como la cafetería o la sala de cómputo. Cuando eso sucede, la chica solo agacha la cabeza y lentamente camina en dirección contraria. Hay quien piensa que se va despacio esperando que la llamen para rectificar, que ha sido un malentendido y puede pasar; no obstante, la realidad es que se retira con lentitud porque si llega a hacer algún movimiento brusco, invariablemente se orinará.

Tras varias semanas, Irina empieza a usar pañales para adultos. Su ropa, otrora entallada y sensual, ahora es en extremo holgada. Las chicas se ríen de su vestimenta carente de estilo y los chicos, si en otro tiempo la consideraron hermosa, ahora la molestan y le juegan bromas pesadas.

Al llegar a su habitación, la muchacha echa a llorar desconsolada. Entre sollozos repite con insistencia:

—¡Por favor, que alguien me ayude!

Sin embargo, nadie la escucha. Nadie acude,

* * * * * * * * * *

Las autoridades investigan el caso de la estudiante que se quitó la vida en los dormitorios de Oxenhorn. El rector, James P. Oderberg, ha declarado que la institución lamenta profundamente la pérdida de un miembro de su comunidad y ha asegurado que se tomarán las medidas necesarias para que no ocurra algo semejante en el futuro.

«Nuestro compromiso con la educación y con cada uno de nuestros estudiantes es brindar una formación de excelencia, acompañada de experiencias memorables que se desarrollen en ambientes de seguridad e inclusión. El fallecimiento de nuestra alumna es una importante llamada de atención para cada uno de nosotros. Puedo asegurar que se tomarán las medidas necesarias para que no vuelva a ocurrir nada parecido», ha dicho el Dr. Oderberg.

Pese a que se rumora que la joven, identificada como Irina K, era objeto de burlas y de bullying, hasta el momento no se ha señalado a los responsables de conducirla al acto autodestructivo. Su psiquiatra, el Dr. Michal Mentálny, un reconocido miembro de la facultad de Oxenhorn, declaró que había ayudado por todos los medios posibles a su paciente.

«Estuve para ella siempre que lo necesitó. Desgraciadamente, como puede ocurrir en cualquier lucha por superar la enfermedad, en esta ocasión no fue posible salvarla. Sin embargo, por su memoria, por su tenaz voluntad de recuperarse, por lo que ella representa, estoy dispuesto a aceptar la encomienda del honorable rector Oderberg y liderar la estrategia de concientización, detección y prevención del suicidio en nuestra benemérita universidad», ha dicho el Dr. Mentálny, quien además es reconocido internacionalmente por sus brillantes aportes en el área de la hipnosis terapéutica.

[Extracto de una nota periodística sobre el suicidio de Irina]

* * * * * * * * * *

Michal guardar el recorte del diario en el que se recogen sus declaraciones entre las páginas del cuaderno de notas. Consigna algunos datos más y concluye el expediente sobre Irina. Una sonrisa de satisfacción se dibuja en su rostro. El sonido del intercomunicador interrumpe su momento de triunfo.

—Una estudiante con problemas quiere agender una cita con usted esta semana —dice la secretaria con voz chillona.

—Prográmela. Estoy siempre feliz de ayudar.

Por favor califica esto historia
El autor agradecería tus comentarios.
Comparte esta Historia

SIMILARES Historias

Las Colegialas y Su Juguete Cap. 01 Un estudiante de secundaria es avergonzado por sus compañera
Perra Vida 01 El rellano.
Ex-citacion La primera mujer que compartimos como esposos
GV1016 Ch. 01 La Tienda de esclavos.
Ma Reine Ch. 02 Poursuite de mon éducation sexuelle.
Más Historias