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Cita con el diablo?
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Sentía su presencia. A pesar de la oscuridad y del silencio, podía sentir que estaba allí cerca. En el aire se podía leer su movimiento silente y oler algo de su aroma de hembra en celo.

No estaba sola. La agitación de su respiración que cortaba la oscuridad la delataba. Cerré la puerta y el haz de luz que venía del pasillo desapareció. En plena oscuridad, comenzaron a dibujarse las sombras de las cosas. El mueble del vestíbulo y el espejo, en el cual se podía ver un bulto que era yo. El perchero donde aparecían un sobretodo y un sombrero, evidencia de que no estaba sola.

Me quedé inmóvil. En lugar de entrar, encender la luz y descubrirla con su amante; me quedé tranquilo, como para no ser descubierto. Sentí tensión en la sien, pero quise probarla. Ver hasta donde llegaba.

A medida la oscuridad se desdibujaba de mis ojos, las siluetas se hacían más claras y todo se veía mejor. Se descubría entonces el bulto de dos personas que se besan contra una pared. Elle tomaba su cabeza entre sus manos y el se hundía en sus tetas, devorándolas. Las besaba apasionadamente, mientras ella echaba su cabeza hacia atrás ahogando un gemido de placer.

Así como ella apretaba la cabeza de su amante hacia su pecho descubierto, que se asomaba tras un arrugado strapples que él había bajado para liberarlas, él estrujaba las nalgas de ella entre los pliegos de un vestido a medio subir. La apretaba hacia su sexo, las pellizcaba y le daba nalgadas que ella registraba con un breve suspiro.

Me senté en el piso y apreté los labios. Subí mis lentes con un dedo como para poder ver bien. Verificar si aquella escena en que mi mujer era seducida por un extraño en mi propia casa estaba sucediendo de veras.

No lo notaron.

Él comenzó a subir por su cuello, besando cada poro. Algo le susurró al llegar a su oído, que la hizo gemir más alto. Un segundo movimiento y un pequeño grito, mezcla de dolor y placer, me descubrió que eran mordiscos. Pequeños mordiscos que cubrían su cuello y orejas, haciendo que sus piernas temblaran y amenazando con echarla al piso.

La caída fue interrumpida por un gemido mayor que se produjo cuando el extraño metió su mano en la panty de mi mujer. Un abrupto movimiento ascendente, como quien recupera la fuerza, se produjo en ella, mientras el extraño le dijo en un gruñido: "¡Vamos putica!"

Ella reviró violentamente: "¡Putica, no! ¡Puta! Tu puta"- le dijo, y le mordió los labios en un agresivo beso.

Conocía el movimiento, pero no esas palabras en ella. Solía estirarse violentamente, estremecerse, al ser penetrada con un dedo. Pero nunca la había visto reaccionar con esa agresividad y morbo. De hecho, muchas veces había intentado despertar en ella ese tono, sin éxito.

Él seguía introduciendo sus dedos en su sexo mojado y ella gritaba de placer. "Umm Ahh! ¡Me vas a hacer a acabar, maldito!" gruñía, mientras movía su vientre al ritmo de sus dedos. Pues eran ya dos los que el extraño utilizaba para penetrar violentamente a mi mujer.

Encendí un cigarrillo y el resplandor del fósforo me cegó e hizo tambalear mis sentidos, pero cumplió su propósito de descubrirme ante los adúlteros.

Él ni volteó ni se detuvo. Ella si dirigió su mirada al vestíbulo pero no hizo ningún gesto de susto ni arrepentimiento. Por el contrario, su expresión fue más bien de hastío.

"Sigue, no pares" le ordenó a su amante, quien silenciosamente desobedeció su orden y se detuvo. Secó su mano húmeda de los flujos de ella y encendió la lámpara de la esquinera que estaba a su lado, en un gesto que interpreté como un abierto desafío.

La amarillenta luz dibujaba su silueta, pero no me dejaba ver su rostro. Era un hombre alto y fornido, de tez morena y cabello escaso.

Ella se descubrió como la podía ver en la oscuridad. Un vestido largo negro strapple, caído en su tope dejaba ver las dos enormes tetas, cuyos rosados penzones estaban hinchados y parados por la excitación. Sus piernas blancas también visibles, al tener la falda contenida en su trasero por la mano de su amante. Tacones altos --que nunca usa desde que superó los 40s-, medias, el cabello revuelto y el rostro desdibujado por la lujuria.

Ella protestó por la ausencia de sus dedos en su vagina. El extraño no se inmutó ni volteó. En su lugar, desabrochó su pantalón y dejo ver su enorme miembro erecto. La empujó hacia abajo por los hombros y ella se dejo empujar. Se agachó frente a él y se quedó viendo alternativamente el firme miembro y el rostro de su amante, ansiosa de comérselo pero como esperando por su autorización.

Esta llegó en forma de un ligero toque en su nuca, que la atrajo hacia la cabeza del enorme pene. Un circunciso y grueso miembro de unos 18 cms de largo, que terminaba en una redonda cabeza marrón.

Al toque en la nuca, ella lo besó. Como quien le da un piquito intenso a una persona, primero. Luego, como quien se come un helado a punto de derretirse. Con su lengua rodeaba la cabeza del glande y alternativamente bajaba por el tallo hasta la mitad, para volver a lamerlo hasta arriba.

"Mastúrbate y comételo" -- ordenó con voz grave el extraño. Y ella obedeció. Dos de sus dedos se hundieron en su propio vientre (muchas veces le pedí que se masturbase para mí y nunca lo hizo), mientras con su boca comenzó a chupar la cabeza del pene de su amante. Con movimientos sincronizados, introducía los dedos cada vez más profundo en su vagina, mientras tragaba un poco más del miembro de él.

Como quien lanza un hueso a un perro, el extraño dejó caer un dildo a sus pies. "Úsalo" -- le dijo. Ella lo tomó. Giró la parte inferior del aparato y comenzó a oírse un zumbido, que descubría las rápidas vibraciones del aparato. Y comenzó a introducirlo en su vagina con su mano izquierda, mientras que la derecha volvía a la base del miembro de su macho.

Repetía la rutina, pero ahora gemía, aunque sus gemidos eran ahogados por el pene en su boca. Rítmica y progresivamente era penetrada en boca y sexo, llegando a engullir 2/3 del glande del extraño. Hasta que éste perdió la paciencia, la tomó por la cabeza y hundió todo su miembro en la boca de ella. A pesar de las arcadas, supo aguantar hasta que él la liberó. Pero sólo temporalmente, ya que comenzaría a cogerse su boca hasta el fondo, hundiendo la totalidad de su pene una y otra vez entre los labios carnosos de mi mujer.

Al cabo de unos minutos, una mezcla de carmín y semen cubrían la boca y barbilla de mi mujer, quien a pesar de haber sido liberada de las manos de su amante, seguía tragándose su polla como en un paroxismo y la leche rebozaba su boca.

En un ataque de ira, lancé contra el espejo la botella que traía de la calle, y que me había acompañado en la vigilia. El vidrio estalló y el ruido invadió junto a las astillas todo el lugar. Un extraño vaivén me tiró al piso, pero me levanté rápidamente.

Ella montó en cólera.

Se levantó de un salto y el ruido de sus tacones se acercó hasta mi. Apartó la cortina de pepitas y me enfrentó, sin un dejo de remordimiento.

- "¡Mira, entiéndelo. Me lo voy a coger, y ¡no me ladilles! ¡No me ladilles!"

No respondí nada. Bajé la cabeza y pude ver sus firmes pantorrillas mientras volvía con su amante. Éste se desnudaba. Sus pantalones caían al piso y ya no tenía camisa ni chaqueta.

-"Sorry, es un idiota", le dijo ella, para agregar a modo de súplica, mientras dejaba caer su vestido "Cógeme"

Con tan sólo su tanga, las medias y los tacones se veía fulminantemente atractiva. Ni él ni nadie se hubiera negado. La tomó en sus brazos, la hizo girar sobre sí misma y colocó su torso sobre la mesa, dejando su culo sobresaliente al borde de la mesa.

El extraño bajo sus pantys y, al llegar al piso, beso su culo. Ella gritó con voz quebrada. Hundió un dedo en su sexo empapado (podía sentir su olor desde el vestíbulo) y la lengua en su ano. Unos segundos le bastaron para dejar entrar la punta de su dedo gordo y doble penetrarla con sus dedos. Ella giraba su cabeza y gemía. Hasta que no aguantó más y le gritó: "¡Cógeme, es tuyo! ¡es tuyo!"

El moreno se irguió. La tomó por las caderas y la atrajo hacía sí. Co su mano, colocó la cabeza de su imponente miembro en la entrada de su ano y lo empujó dentro suave, pero firmemente.

Ella gritó: ""uuy me duele... es muy grandee!" mientras apretaba el mantel y un candelabro caía al piso con sus velas encendidas (no entendí nunca cómo se prendieron al caer), pero él no paró hasta tenerlo todo dentro. Le dio una nalgada, que ella disfrutó, y comenzó a balancearse desde y hacia su culo. Cogiéndosela como nunca me dejo a mí.

El fuego comenzaba a regarse por la alfombra del comedor. Los amantes no se inmutaban por las llamas y el calor. Al contrario, parecían cada vez más excitados.

En ese momento me cegué. Me levanté. Cogí una escoba que estaba a un lado y me abalancé furibundo sobre los descarados amantes. Al prepararme para lanzar toda mi furia sobre la espalda del extraño, rompí la lámpara y volvió la oscuridad total.

No había fuego, no había luz, no había espacio. Sólo oscuridad.

Lancé golpes a oscuras. Se oían gritos, vidrios rotos y cada vez más fuerte la voz de ella que me llamaba entre sollozos: "¡Amor! ¡Amor! ¡¿Qué pasa?!"

"¿¡Qué pasa!? ¡Descarada!" grité en mi mente sin poder abrir los ojos ni la boca, mientras me erguía en mi cama, sudoroso, agitado y con los puños apretados. Estábamos en el camarote. El barco se movía violentamente. Ella estaba a mi lado, llorando.

También lloré cuando me dí cuenta que todo era una pesadilla...

"¿Te pegué, mi vida?" -- le pregunté nervioso y asustado de haberle hecho daño por un sueño.

- "No mi cielo, no me hiciste nada... pero ¡tuve una pesadilla horrible! Y era muy real. Soñé que un demonio me hacia el amor, y sentía como me tocaba y ¡yo no podía ni moverme, ni llamarte! ¡Yo no quería, no quería!... ¡Amor fue horrible!!

No dije nada, quizás por no comprender del todo qué había pasado, quizás por miedo de reconocerlo. Siempre, por no hacerla sufrir más.

La besé dulcemente. Encendí la luz y busqué agua. Allí estaba con su pijama rosada de satén, de donde sobresalían sus enromes tetas que me matan, y su rostro dulce de siempre. Sequé sus lágrimas y esperé a que volviera a dormir.

Como no podía dormir yo, por el ajetreo del barco ante la incipiente tempestad, encendí la televisión. Puse el canal del GPS y me quede de una pieza cuando vi que recién habíamos atravesado el "Cañón del Diablo".

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