Eva, Estudiante Promiscua (06)

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Jose seduce a Eva, la chica más golfa de la Universidad.
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Parte 6 de la serie de 9 partes

Actualizado 05/04/2024
Creado 04/10/2024
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¿Cómo coño iba a llevar un condón en la puta cartera?, pensaba. El día anterior había salido de casa para hacer un puñetero examen. ¡Un examen, no a follar! ¿En qué cabeza cabía...? Bueno, la verdad es que por aquella época era un gilipollas. Seguro que todos los chicos de la fiesta en la cervecería llevarían más de uno, dispuestos a utilizarlos con la buenorra de clase.

Pero la ruleta de la fortuna me había sonreído a mí, al más idiota del grupo. El único que no había previsto el asunto. Os aseguro que desde entonces no falta en mi cartera un sobrecito de plata con su goma dentro. Al menos uno. El segundo polvo o a pelo o a cascármela al baño.

De repente, tuve una corazonada. El bolso de Eva se encontraba abandonado sobre el banco. Y se encontraba abierto.

Tiré de él y rebusqué a toda prisa mientras ella protestaba. No tardé más de cinco segundos en sacar una tira de cuatro condones. Y solo le faltaba una goma al primero de los sobres. Tenía para tres polvos.

Me lo había imaginado. La chica había salido dispuesta a follar con quien fuera tras el examen. Si no era con su novio, sería con su amante. Si no, con el que más le calentara el coño aquella tarde. Menudo zorrón.

--Ya no hay excusa --le dije sonriente--. Prepárate que te voy a dar bien...

--¡Serás capullo...! --se quejó, aunque lo hizo con la boca pequeña--. ¿Quién te ha dado permiso para registrar mi bolso?

--Tú misma... --respondí--. Seguro que lo has dejado abierto aposta. Anda, no disimules, si lo estás deseando.

Se quedó pensativa un instante. Comencé a relamerme. Aunque no iba a ser todo tan fácil.

--A ver, no sé... --seguía jugueteando con las manos sobre su vientre--. ¿Qué probabilidades hay de que me dejes preñada por el fallo de un condón...?

Le acaricié el pelo, retirándole el flequillo de la frente.

--Pues... muy pocas... --defendía mi posición con toda la artillería de que disponía, que a decir verdad tampoco era demasiada.

--Pero «muy pocas» no son «cero», que yo sepa. ¿Has aprobado Estadística?

--He sacado notable.

--Pues ahí está... Si hay «pocas» es que hay «alguna»... ¿Y luego el niño quien lo cuida, eh? Porque yo quiero seguir saliendo de fiesta... ¿Lo cuidarás tú...?

Reía bajito mientras decía todas estas bobadas. Estaba claro que me estaba vacilando. Y mientras me vacilara es que existían probabilidades de que al final cayera. «Pocas», como decía ella, pero «algunas».

--Mira... --insistía yo--. Te prometo por lo más sagrado que te la saco antes de correrme... Vamos, por lo menos tres minutos antes... Aunque sea una putada para mí...

--Sí, ya... como esta tarde con la mamada, ¿no...?

Me quedé alucinado.

--¿Qué...?

--Venga, bonito, no te hagas el tonto... --levantó la mano y me dio dos cachetes en una mejilla--. Que el primer lefazo me lo has echado en la boca y me lo he tenido que tragar... ¿Qué creías, que no me había dado cuenta?

--Joder, Eva... a mí me parece que no... --«Sostenello y no enmendallo», era mi lema, al estilo de los políticos. En cuanto dejabas de negarlo, es que lo habías admitido.

--Ya, guapo... lo que tú me digas...

Se incorporó y se sentó en el banco, y me daba golpecitos con su hombro contra el mío.

--Lo que pasa es que... --añadió, pero se cortó a mitad de frase.

--¿Sí...? --dijo y crucé los dedos. Iba a proponer algo, estaba seguro.

--Pues que es verdad que me apetece... Tienes un rabito que no está nada mal... Tenerlo dentro me ha dado gustito...

La boca se me secó de golpe.

--Entonces... ¿Me dejas que te la meta? --no podía creer la suerte que tenía.

--Mira... --se giró hacia mí y me cogió la cara con las dos manos--. Te voy a dejar que me folles... pero como no te salgas antes de siquiera echar una gota, te juro que te mato.

Le hice mil promesas de que lo iba a hacer así y ella sonreía y me respondía incrédula.

--Vale, mucho blablablá, pero recuerda que te mato...

Cuando se aburrió de mi retahíla de juramentos, fue directa al grano.

--Bueno, venga... --dijo--. ¿Cómo lo hacemos?

--¿Te apetece tumbarte boca arriba en el banco y yo encima? --le propuse.

--¿Un misionero...? --replicó--. Joder, vaya rollo. A mí me apetece más por detrás.

Tragué saliva.

--¿Por el... culo...?

--Hala, bestia... --rió desvergonzada--. Me parece que tú ves muchas pelis guarras... Mi culo es sagrado... Ahí no entra ni dios...

--¿Entonces...? --pregunté sin encontrar una respuesta válida.

--Pues a lo «perrito...», so bobo... --aclaró por fin--. Metiéndola por delante, pero desde atrás.

--Ah, vale...

--Se te ve con poca experiencia, mi «amo» --bromeó--. ¿De veras la has metido alguna vez?

--Bueno, vale, ya no pregunto más... Te voy a empotrar como me salga del nabo y se acabó... Ponte de rodillas.

Pasó la suela de sus zapatos por la arena y torció el gesto.

--Ni de coña... Este suelo es de arena. Si al menos fuera césped... Pero aquí me voy a destrozar las rodillas y a ver cómo se lo explico a mi novio.

--Podemos hacerlo sobre el banco.

No estuvo de acuerdo tampoco.

--Y una mierda. El banco es de lamas y ahí no hay forma de sujetar las rodillas. Me las destrozaría lo mismo. Casi que lo hacemos como tu decías, un misionero de mierda, qué se le va a hacer.

Entonces se me iluminó la mente. En la acera, tras los setos, había contenedores de reciclado de basuras.

--Dame un segundo --le dije.

Salí a la carrera y descubrí lo que buscaba: una caja de cartón aplastada de un grosor aceptable para que las rodillas no sufrieran.

Estaba tirando de la caja para sacarla del contenedor cuando vi a la mujer por primera vez. Se encontraba fumando apoyada en la barandilla de un balcón de la segunda planta. Y miraba hacia el banco donde nos estábamos enrollando.

La silueta de la persona que miraba estaba totalmente a oscuras. Sabía que era una mujer solo porque le bailaba una falda a media pierna, tal vez el camisón. Y sabía que fumaba porque el brillo de la brasa del cigarro subía hacia su boca y volvía a bajar de cuando en cuando.

Me quedé congelado unos segundos. De pronto, la mujer hizo el gesto de apagar el cigarro sobre la barandilla y, girando su cuerpo, desapareció en el interior de la vivienda.

Al verla esfumarse me relajé. «Bah, seguro que ni nos ha visto», recuerdo que pensé. Probablemente se había desvelado y había salido a echar un pitillo, pero en el jardín había tanta oscuridad o más que en su balcón, por lo que se hacía difícil creer que nos hubiera descubierto.

*

Volví hasta el banco donde me esperaba Eva. Le mostré la caja aplastada y ella estuvo encantada. La colocó en el suelo y se arrodilló sobre ella. Luego se recogió la falda por la cintura y se las apañó para que no molestara. Y entonces giró la cabeza hacia mí.

--Vamos, mi amo... --dijo divertida mientras me colocaba el condón--. Folla a tu esclava con esa pilila blanquita...

Reímos bajito y me arrodillé tras ella, con las rodillas igualmente sobre el cartón. Apunté mi polla entre sus labios y de dos embestidas mis huevos tocaron el perineo de su vulva.

--Uffff... Auuuu... --suspiró largamente agarrándose al borde del banco--. Joder, qué bien... Pero despacio, tío... poco a poco... que el condón quema si no está lubricado.

Comencé a embestirla despacio y subiendo la velocidad a medida que la goma se humedecía. Los «plas-plas» de mis pelotas contra su coño resonaban en el jardincillo. La tenía dura como una piedra y me dispuse a resistir lo más posible para quedar bien.

Y entonces una chispa luminosa cayó desde lo alto.

Elevé la cabeza y descubrí la figura de la mujer, que de nuevo se hallaba fumando en el balcón. Ahora estuve seguro de que nos miraba, a pesar de la oscuridad reinante. Mantuve mi bombeo sin variación para evitar que Eva se mosqueara y rogué para que no hubiera visto caer el rescoldo encendido.

Pero, para mi desgracia, lo había visto.

Me empujó hacia atrás y se puso en pie estirándose de la falda para cubrirse los muslos.

--Hay una mujer en ese balcón... --dijo señalándolo angustiada--. Nos está mirando.

--¿Dónde...? --intenté disimular--. Yo no he visto nada.

--En el segundo... en ese que tiene una bicicleta colgada de la pared... ¿lo ves...? Está fumando porque se ve la brasa del cigarro. Es una mirona de mierda.

--¡Joder...! --exclamé, aunque más por la putada de que nos hubieran cortado el polvo que por que la mujer pudiera saber lo que hacíamos.

Eva agarró el bolso y echó a andar hacia los setos.

--¡Vámonos, rápido...!

Tuve que correr detrás de ella porque había cogido una velocidad endiablada. Por el camino me lamentaba de mi mala fortuna. Me había costado convencerla para que se dejara follar y la idiota del balcón me había jodido el plan cuando ya entraba y salía de su coño.

¡Me cago en la puta! Podría haberlo pasado de la hostia. Aparte de haber tenido recuerdos para miles de pajas en el futuro pensando en la follada con la chica más sexy y deseable que había conocido jamás.

Continuará...

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