Eva, Estudiante Promiscua (07)

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Jose seduce a Eva, la chica más golfa de la Universidad.
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Parte 7 de la serie de 9 partes

Actualizado 05/04/2024
Creado 04/10/2024
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Llegamos al coche y saltamos al interior. Casi no había arrancado, cuando empezó a darme órdenes.

—Haz aquí el cambio de sentido —se atropellaba al hablar, cambiando de opinión sobre los controles de tráfico—. No creo que a estas horas te pongan multa. Luego tira hacia arriba, yo te guío...

Así lo hice y en cinco minutos bordeábamos las residencias de estudiantes. En una de ellas vivía Eva durante el curso. Envidié la suerte de sus compañeros, que la verían pasar por los pasillos y el comedor a diario.

La calle por la que circulaba estaba bien iluminada. Solo había una farola fundida y, justamente debajo, había una plaza de aparcamiento vacía.

—Aparca ahí... —me dijo y la esperanza resurgió en mí. Eva de nuevo buscaba un lugar oscuro.

Pero me equivocaba de pleno. Tal que había aparcado, la chica se colgó el bolso en bandolera y se arrimó a mí para darme un piquito de despedida.

—Hasta el lunes, Jose —me dijo—. Ha sido una tarde genial. Me lo he pasado de maravilla.

Vamos, que era la despedida de una típica cita coñazo a la que quieres dar puerta. Pero a esas alturas, y con el calentón que llevaba encima, mi timidez habitual se había evaporado, dejando paso a una desvergüenza desconocida para mí.

—Espera... —le dije sujetándola por un brazo antes de que tirara del abridor de la puerta—. No puedes dejarme así. ¿Por qué no me dejas subir contigo?

La propuesta era clara: déjame subir, acabamos con el polvo, y luego me largo. Pero ella sabía guerrear mucho mejor que yo.

—¿Tienes una peluca y una minifalda? —rió burlona—. Porque es una residencia de señoritas. Ahí los tíos no podéis entrar. Y, para que sepas, no es la primera vez que desnudan a una chica por entero para ver si le cuelga algo entre las piernas...

Y se echó a reír. Pero aún no se había ido, y aquello era una pequeña victoria en sí mismo.

—Joder... —me quejé mirando mi entrepierna. Y con mi mirada conseguí hacerle llegar mi mensaje.

—Pobre... —dijo al darse cuenta de mi erección—. ¿Te duele mucho?

—¿Tú qué crees?

—Bueno, está bien... —aceptó—. Te hago una paja y luego me voy. Pero solo eso, una paja, ni mamada ni nada más, ¿de acuerdo?

No pude más que aceptar, a ver qué remedio. Eva se sacó el bolso por la cabeza y lo dejó entre el freno de mano y la palanca del cambio.

Me desabroché el pantalón con premura y le dejé la polla y los huevos a la vista para que jugara con ellos.

*

Se acomodó en el asiento corrido y me cogió el rabo con las dos manos, una para pajearme y la otra para amasarme las pelotas. Estaba visto que lo de «tocar los huevos» era algo que la apasionaba.

—Ufff... —suspiré echando la cabeza hacia atrás—. Tienes unas manos deliciosas.

Sonrió pícara.

—¿Hay algo que no te guste de mí? —preguntó retóricamente mientras me pajeaba suave pero a buena velocidad.

—De ti me gusta todo... —le confirmé.

Estuvo unos segundos pajeando antes de volver a hablar.

—Este sonido líquido de la piel subiendo y bajando por el tronco me pone muy perra. ¡Es que me la comería!

Joder, ella quería comérsela y yo me moría porque me la comiera. ¿Dónde estaba el problema? Aunque unos segundos antes había dicho que de mamadas nada... ¿se estaba poniendo caliente de nuevo? Tratándose de ella no me extrañaba nada. Menudo zorrón la Evita.

—Pues hazlo... —la azucé.

—No, es muy tarde... córrete y me voy...

—Vale, vale, si no te quieres apiadar de mí...

Acepté a regañadientes, aunque mi plan no era ése. No podía dejarla escapar sin más. Nunca iba a tener un bombón como aquel a mi alcance. Me la tenía que follar, fuera como fuera. Si no lo hacía, no me lo perdonaría jamás.

Aproveché que Eva tenía las dos manos ocupadas para sujetarla del pelo y atraer su cara hacia la mía. Ella cerró los ojos y se dejó hacer. Cuando mi lengua buscó su boca, la abrió como una niña obediente y me dejó lamerle su interior con unos jadeos que me demostraban que lo deseaba tanto o más que yo.

Mi siguiente ataque fue dirigido a sus tetas. Le subí el top con una mano y le tiré del sujetador hacia arriba con la otra. Sus dos pechos quedaron a la vista. Los pezones no engañaban: estaban hinchados y pidiendo guerra. Bajé mi boca hacia ellos y comencé a lamerlos con ansia.

—Ooohhh... joder... —suspiraba Eva.

—¿Te gusta...?

—Sí... sí.... —cerraba los ojos y resoplaba sin dejar de pajearme.

—Ven, acércate más... —le dije y tiré de ella.

Se dejó hacer, pero insistió:

—¿Te falta mucho?

—No, ya me queda poco... —mentí.

Le cerré la boca con la mía para que no hablara y le introduje la mano por debajo de la falda. Su reacción fue la de cerrar los muslos, pero no llegó a tiempo. Mi mano ya le había atrapado el coño y el dedo corazón ya le había entrado en su interior. Gimió dentro de mi boca.

—Aaahhh... espera... ufff... espera...

—No, mi amor —respondí sin aliento—. No puedo esperar... Si espero más me voy a morir...

—Córrete, venga, no seas cabrón... —insistía retirándome la boca—. Tengo que irme...

—Ahora te vas... te lo juro... dame un minuto... —replicaba yo y la atraía hacia mí.

Estaba completamente entregada, la cabeza volcada sobre la parte superior del asiento y yo inclinado sobre su boca. Acallé sus protestas con mi lengua y ella soltó un bufido de aire retenido y abrió los muslos para dejarme acceso libre.

Mi polla dio un salto entre sus manos y Eva comenzó a pajearme con más vehemencia. Me sentía triunfante. Iba a follarla se pusiera como se pusiera.

Pero la confianza me jugó una mala pasada.

Aflojé mi tenaza sobre su boca y ella dio un saltito hacia atrás.

—Tengo que irme... —soltó de pronto y se giró hacia la puerta.

La miré desesperado, con mi cañón apuntando al frente, abandonado.

Eva, sin mirar atrás, intentaba escapar de mí. Tenía tantos deseos de huir que había olvidado el bolso junto al freno de mano.

*

Abrió la puerta y sacó una pierna al exterior. Pero me moví con rapidez sobre la banqueta corrida y la agarré del brazo antes de que echara a correr.

—Espera, Eva, espera... —le dije jadeando—. No puedes dejarme así...

Había conseguido salir con ella y estábamos los dos de pie ante la furgoneta. La había aferrado por los brazos y la arrinconaba contra la puerta trasera.

—Por dios, Jose... —susurró—. No me hagas esto... ¿No te vale con lo que ya hemos hecho...?

—No puedo... te lo juro... Joder, Eva, no sabes cómo me gustas... Te deseo tanto...

Pareció aflojar.

—¿Te... gusto...? ¿De verdad...?

—Me vuelves loco... —confirmé—. ¿Es que no lo ves...?

—No te creo... Tú lo que quieres es follarme... Lo demás te importa un pimiento...

—No, nena, no... Te prometo que no soy como los demás...

Menuda gilipollez acababa de soltar. Pero era lo que tocaba, así que no me sentí culpable. Mientras le hablaba iba moviéndola hacia un lado, lo justo para liberar la puerta trasera del coche.

—Déjame besarte... —insistí—. Tu boca me mata... la necesito...

—No... no quiero... —se resistía—. Ya me has besado toda la tarde... Estoy muerta de sueño y me quiero ir a la cama...

Pero por alguna razón sabía que mentía. Que estaba tan caliente o más que yo. Le faltaba el aliento, y a pesar de sus negativas no giraba la cara para negarme la boca según me acercaba a ella.

En cuanto mi lengua entró en su interior y se enredó con la suya, las piernas se le aflojaron y perdió el control. Y entonces entendí los mecanismos de sus emociones. La boca era la llave que daba acceso a su... En realidad no sabía cómo llamarlo: ¿«pasión», «sexo», «vicio»? El caso es que su voluntad te la entregaba en cuanto le robabas la boca.

Abrí la puerta y la empujé sobre el asiento trasero, corrido y liso como el de delante, genial para lo que necesitaba en ese momento. Posé mi mano sobre su cabeza para que no se golpeara contra la parte superior, como hacen los polis en las películas.

Eva Mantenía los ojos cerrados y se dejaba hacer. Pero cuando posó el trasero sobre el asiento, su boca quedó liberada por unos segundos y entonces recuperó la cordura. Con la ayuda de los brazos y las piernas se deslizó hacia atrás en el asiento corrido intentando escapar.

—Por favor, Jose, para... para... no seas cabrón... me caes bien... pero no me folles... no me folles...

Entré a toda prisa y cerré la puerta a toda prisa. Si seguía gritando así iba a despertar a todas las estudiantes de la residencia.

—¿Por qué dices eso...? —le dije con la voz ahogada—. Si tú también lo quieres... No mientas, zorrita...

Y Eva no lo negaba.

—Joder, vale, es verdad... me muero de ganas, pero no debemos... no debes... Ya vale por hoy... Follamos otro día... Deja que me vaya, por favor...

—No puedo, Eva... Otro día follamos más, pero hoy te la meto sí o sí... te juro que te va a gustar...

Me volqué sobre ella y le busqué la boca de nuevo. Esta vez me giró la cara. Aun así, conseguí cogerle la mano y ponerla sobre mi polla.

—Mira como estoy... Esto es por lo mucho que te quiero... Eva, me estoy muriendo por ti...

—Vale, vale... Te la puedo chupar si quieres... pero ya es tarde para follar... me tengo que ir a la resi...

—¿Te vas a ir así, con esa calentura que llevas...? —la corté.

—Joder... ¿Cómo quieres que no esté caliente con el trajín que me estás dando...? ¡Cabrón calienta coños!

No negaba su calentura. Aquella chica era un auténtico volcán, y cuando estaba cachonda era manejable por completo. Y ella lo debía de saber, por eso quería huir del coche. No era por mí, sino por ella. Se conocía y estaba segura de que, si yo me empeñaba, terminaría por dejarse follar. Unos minutos antes no le había importado, pero por alguna razón ahora se daba cuenta de que era una locura y que debía pararla.

—Además... da igual mi calentura. Puedo pajearme en la cama... Incluso si quieres puedo pensar en ti... Te juro que pienso en tu polla... pero no me folles, Jose...

—No... no... no necesitas pajearte... Estoy aquí, déjame hacerte feliz...

Pero Eva iba subiendo al Everest y me pareció que llegaba al punto de no retorno.

—Que no, Jose, que no... —emitió un gemido—. Joder... voy a terminar por dejarme follar y luego me voy a arrepentir...

—¿Por qué te vas a arrepentir...?

—¿Es que no lo sabes...? ¡Te recuerdo que tengo novio...!

—Ya... un cabrón de novio que a saber a qué zorra se lo estará comiendo en estos momentos...

Soltó un gemido compungido.

—Es un cabronazo, lo sé... Pero yo le quiero mucho... y no me importa a quién se lo esté comiendo... ¿te enteras?

—Ya lo sé, cariño, lo veo en cómo le miras...

—El muy cerdo no me quiere ni la mitad que yo a él... —puso morritos de disgusto.

—Eso es... llevas toda la razón... Es un pedazo de cerdo...

Con cada argumento que iba soltando, sus piernas, cerradas y apoyadas en mi pecho, se iban abriendo algunos grados. Un par de argumentos más y la iba a tener a tiro.

—Lo amo... a ese cabronazo... —el sollozo fue de aúpa esta vez, y sus piernas se abrieron no menos de diez grados. Ya faltaba menos.

—No puedes dejarlo así... —repliqué entusiasmado. Eva sudaba de excitación, un argumento más y se iba a despatarrar para mí—. Tienes que vengarte...

Abrió las piernas de sopetón y caí entre sus muslos. Me buscó la boca y empezó a comérmela con ansiedad. Le faltaba el aire de lo cachonda que se había puesto. Bufaba con su boca dentro de la mía.

Me bajé los pantalones a medio muslo de un tirón. Mientras tanto, su mano izquierda se había introducido entre nuestros cuerpos y, agarrando mi polla con ella, se la enterró en el coño hasta que mis huevos tocaron sus ingles.

—Aaahhhmmmm... —gimió y soltó el aire que llevaba acumulado desde hacía unos segundos...

—Espera, no llevo condón...

—Da igual, dame fuerte... dame... por tu padre...

Y sus brazos me agarraron el cuello con una tenaza que la permitía elevar la cabeza y morderme el hombro mientras la culeaba.

Yo, alucinado porque ahora no se preocupara del condón, no me hice de rogar. Tendría que mantener la atención para no correrme dentro, pero era un placer sentir mi polla en el interior de aquel coño al rojo vivo.

—Joder... joder... —jadeaba yo—. Tienes el coño ardiendo...

Eva me soltaba el cuello de cuando en cuando y me lamía los labios, me tiraba del pelo, cruzaba las piernas a mi espalda para atraerme hacia ella... Luego volvía a atenazarme el cuello y a morderme la clavícula. Estaba caliente como una perra. Entendí que la escenita de la escapada y mi lucha por evitarla la habían puesto a doscientos por hora. Se veía que le atraía el rollo «sumisa», porque cuanto peor la tratabas, más cachonda se ponía. Quizá por ello el juego de la esclava y el amo en el bar.

Esta vez no esperé a que alguien nos interrumpiera. La follé con todas las ganas. La embestía sin piedad. Y ella se apretaba contra mí para recibir mis penetraciones furiosas y profundas.

Los dos gritábamos desaforados.

—Sí... joder... fóllame... fóllame... dios mío... me estás follando... me follas... me follas... cabrón... lo has conseguido... yo no quería...

—Joder... joder... joder... —repetía yo.

—Yo no quería, yo no quería... pero me estás follando... Ooohhh.... Mmmm...

—¿Quieres que me salga y lo dejamos? —jadeé sin dejar de culearla.

—No... te mato... ¿Me oyes...? Te mato si dejas de follarme... Oh, dios mío... fóllame... fóllame...

Vale, quizá esté recordando nuestros gemidos de una manera un tanto «exagerada». En realidad no es que recuerde las palabras que nos decíamos con exactitud. Lo que sí puedo asegurar es que eran los gritos más apasionados y los jadeos más bestias que haya mantenido con una chica durante un polvo. Los dos estábamos cachondos hasta decir basta.

Eva era una chica de las más calientes que he conocido, os lo aseguro. Y por una buena polla era capaz de cualquier cosa. Por fortuna, la polla elegida en aquella tarde-noche había sido la mía. Y solo de pensarlo mi empalmada era... ¿cómo lo diría...? Joder, no sé, tal vez «monstruosa» sea la palabra.

Continuará...

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