Eva, Estudiante Promiscua (08)

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Jose seduce a Eva, la chica más golfa de la Universidad.
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Parte 8 de la serie de 9 partes

Actualizado 05/04/2024
Creado 04/10/2024
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Cuando llevábamos unos segundos dale que te pego, sin embargo, Eva soltó su tenaza sobre mi cuello y me miró a los ojos. Su mirada era turbia por los movimientos de su cabeza adelante y atrás provocados por mis embestidas.

—Oye, tío... ¿no te irás a correr dentro...? —su jadeo era ahora menor.

Debió haberme visto al borde del abismo y empezaba a preocuparse. A pesar de que sería su culpa si eso pasaba por las prisas que le habían entrado para que se la metiera.

—No, aún no... —jadeaba comiéndole la boca.

—Pues ni de coña... Si te corres dentro, te estrangulo...

—Venga, Eva, por dios... tú córrete y disfruta... Relájate, que de la leche ya me encargo yo...

Pero se le había cortado el rollo. Y se le notaba a la legua.

—Por dios te juro que te mato si me llenas de lefa... No serás tan cabrón...

—Joder, nena, que no...

—No me llames nena... no seas machirulo....

Y yo venga a mover el culo adelante y atrás y el orgasmo empezando a subir por mis piernas. Eva había aflojado la presión de sus muslos sobre mis caderas y sus brazos ya no me atenazaban el cuello, sino que se apoyaban sobre mi espalda, uno de ellos, mientras el otro se sujetaba al asiento delantero para evitar que nos cayéramos al suelo.

Entendí que algo había pasado con ella y no me había enterado.

—Eva... —titubeé—. ¿Te has corrido, verdad...?

—Sí... —me reconoció—. Pero ha sido flojito.... Anda, acaba pronto...

—Ah, ya... vale...

Joder, la muy zorra se lo había pasado de puta madre y yo ni me había enterado. «Flojito», había dicho. Una mierda flojito. Mientras gritaba todas aquellas obscenidades, en realidad se estaba corriendo a mares, pero se lo había callado. Menudo putón, pensé. Seguí bombeando sin parar, aunque poco convencido ya.

De pronto, supe que si seguía así me iba a correr en su útero sin remedio. Esta vez por el cabreo que se me había puesto. Así que frené las embestidas y me salí de ella, incorporándome sobre el asiento.

Eva se me quedó mirando aún tumbada y me dijo, sorprendida:

—¿Qué pasa...? —su rostro mostraba incredulidad—. ¿Por qué no acabas? Si aún no te has corrido... ¿no?

—No... déjalo... es mejor que no...

Se incorporó sobre el asiento y se estiró la falda.

—Pero... ¿por qué no? Si ya estabas a punto...

—Bah, no importa, de verdad...

Se rindió y empezó a buscar por el alrededor.

—¿Qué buscas? —le pregunté.

—Mi bolso... ¿lo has visto?

—Sí, creo que está en el asiento delantero.

Se estiró sobre el respaldo y lo rescató. Pude verle las nalgas redondas y sin un gramo de grasa. Perfectas, como lo era toda ella.

Sacó un paquete de Marlboro y me ofreció un cigarro. Yo no solía fumar, a excepción de bodas y similares, pero se lo acepté con gusto.

Fumamos en silencio unos minutos hasta que ella lo rompió.

—Parece que se baja... —dijo señalándome la entrepierna y llenándomela de humo. El pantalón estaba a medio subir y mi polla se había quedado al aire. Se veía mi erección que ya era, en efecto, minúscula.

—Sí, no ha tenido muy buen día la pequeñaja.

Lanzó una carcajada.

—¿Pequeñaja...? ¿La llamas así...?

—¿Te hace gracia?

—No sé... la verdad es que con ese pollón que te gastas, lo de «pequeñaja» suena a cachondeo.... Jajaja...

—¿Pollón...? —me extrañé—. Pues a mí me parece normal...

Resopló poco convencida.

—De larga, tal vez... Pero de gorda... ufff... Perdona, hijo, pero que sepas que al principio de meterla haces daño...

No salía de mi asombro.

—Joder, pues ni idea...

—Y una mierda «ni idea»... No, si ya te veo... Te haces el inocente, pero sabes que duele la muy jodía... Menudo golfillo estás hecho... con lo mosquita muerta que pareces en la Escuela con tu aura de empollón...

Y rió echándome el humo sobre la cara.

*

Volvimos al silencio previo. Esta vez fui yo el primero en romperlo. Había una pregunta que me quemaba dentro y, ahora que Eva había bajado de su pedestal y era tan humana como cualquiera, no podía quedármela dentro.

—Oye...

—¿Sí...?

—¿Qué pasa con Juanse y Mario? ¿Tú con ellos...?

—Joder... —me cortó—. Todos igual. Ya me parecía raro que no preguntaras. Menudo coñazo...

—Ostras, perdona... Yo no quería... Me he pasado, lo siento...

Suspiró y me dio un cachete suave en el muslo.

—Va... venga... no pasa nada... Si ya estoy acostumbrada... ¿Qué quieres saber...?

—Pues lo normal... creo... —tartamudeé—. ¿Cuál de los dos es tu novio de verdad?

—Oh, vaya... Parece que vas al grano...

—No tienes que responder si no quieres...

—No pasa nada... —dijo relajada haciendo aros con el humo—. La verdad es que Juanse es mi novio «formal» y Mario es un amigo.

—¿Amigo... con derecho a roce...?

Me miró con una sonrisa pícara.

—Sí... con derecho a rozar lo que quiera... ¿Qué pasa? ¿Te pones celoso?

Estuve seguro de que le hubiera gustado que le dijera que sí. Seguro que más de uno en la Escuela se lo había dicho en una situación semejante. Y eso a ella le subía la autoestima.

—¿Celoso...? Ni de coña... Celosos tendrían que estar ellos de mí, ¿no?

Rió y me dio la razón con la mirada.

—Anda, bobo... —me dio un ligero golpe con su rodilla en la mía—. Sí sé que te gusto... Hasta me lo has dicho antes...

Decirle que no era una tontería. Y además sería mentira. Era imposible que Eva no le gustara a alguien. Así que no dudé en confirmarlo para satisfacción de su ego.

—Pues claro que me gustas... me gustas un montón...

Me acercó la boca y nos dimos un morreo suave con las lenguas. Luego quedamos pensativos.

—¿Y Juanse sabe que estás con Mario...? —fui el primero en hablar tras el paréntesis.

Esta vez no se cortó al responderme.

—Bueno, saberlo... saberlo... no oficialmente. Pero está claro que lo sabe. De todas formas, ¿qué más da? Juanse es mi futuro marido... y Mario me cuida mientras estoy en Madrid. En cuanto vuelva a mi casa me casaré con Juanse y Mario se quedará aquí. Fin de la historia.

—¿Te casarás con Juanse... porque sí? ¿Así de simple?

—Joder, no... ¿No me has escuchado antes? Yo quiero a Juanse y solo a él... Mario es un amigo pasajero.

«¿Y el resto de los tíos a los que te tiras?», pensé, pero no dije nada. ¿Dónde quedábamos los que, como yo, caíamos en sus redes a la menor ocasión? Pobre tipo Juanse, me dije. Aunque, por lo gilipollas que me había parecido, se merecía los cuernos que llevaba sobre la cabeza. Y encima cuernos consentidos, el muy capullo. ¿¡Cómo dejas a una diosa como Eva sola un viernes por la noche, idiota!?

En fin, preferí olvidar el tema y a otra cosa. Eva no era nada mío. Allá cada uno con sus problemas.

—¿Y tú, qué? —me dijo sin que lo esperara—. ¿Tienes novia?

—No... digo, sí... O, mira, no sé si sí o si no... para que te voy a engañar.

Por aquella época salía con una chica con la que podía aplicar el dicho de «ni contigo, ni sin ti». Así que, cuando me preguntaban por una posible novia, no sabía cómo contestar.

—¿Tanto lío tienes con ella que no sabes ni lo que es? —preguntó sonriente.

—Más o menos...

—Pues estás peor que yo, perdona que te diga —me dio un golpecito sobre la rodilla.

—No sé, no sé... Se admiten apuestas...

—Y... ¿qué te dice de tu pollón...? ¿A ella no le duele? —Su sonrisa pícara era capaz de levantársela a un muerto.

Me mordí la lengua. Mi «amiga» se había negado hasta la fecha a probarlo. No había nada que decir.

—No, ella no se ha quejado hasta la fecha —dije para salir del paso.

Los dos cigarros se habían consumido. Y los temas de conversación parecían haberse acabado. Tiramos las colillas apagadas por las ventanillas y me dispuse a subirme el pantalón para salir del coche.

—Espera... —me dijo—. Aún te falta algo...

—¿Qué...? —la miré sin entender.

—Anda, no seas bobo —sonreía como siempre, pero ahora con dulzura—. Sabes a lo que me refiero. Vamos, termina de follarme que se va haciendo tarde.

*

Se me solidificó la saliva en la garganta.

—¿Lo... dices en serio...?

—Pues claro, Josito... —su mirada calmada confirmaba el ofrecimiento—. Si te vas a casa con ese calentón que llevas te vas a pasar toda la semana con dolor de huevos. Ponte un condón esta vez, anda...

Me dejé besar por su lengua lasciva. Todavía le ardía como un volcán.

La miré recogerse la falda y tumbarse en el asiento. Me acomodé sobre ella y en segundos mi polla recubierta por una goma saboreaba la humedad y el calor de su coño.

—Acaba cuanto antes, por favor... —pidió.

—Te lo juro...

—Ah, y otra cosa...

—¿Qué...?

—No dejes de besarme con tu boca fresquita... Me vuelve loca esa lengua ladrona que tienes...

Si mi erección ya era gigante, se multiplicó por diez y volvimos a las embestidas salvajes acompañadas de los jadeos de unos minutos atrás. Pero ya llevábamos medio polvo de antes de la interrupción y la llegada a la cima no se hizo esperar. Fue uno de los polvos más rápidos de mi vida. Tal vez de menos de dos minutos.

Primero fue ella, que me mordió la cara y la oreja mientras se corría gritando como una cerda en el matadero. O quizá solo fingía, era muy raro llegar al orgasmo en tan poco tiempo estando satisfecha de unos minutos antes, si es que había dicho la verdad. A continuación, me tocó a mí y me levanté a toda prisa.

Quería correrme fuera y que ella lo viera. Rugí pajeándome furioso mientras mi leche llenaba el depósito del condón. El orgasmo fue breve, pero intenso como nunca había tenido ninguno. Y, como había ocurrido en los lavabos, la corrida había sido inmensa. Aquella chiquilla me ponía a funcionar la fábrica de leche al triple de lo normal.

Mientras me sacudía la polla para apurar los restos de lefa en el condón, dos chicas con un pedo de órdago pasaron por el otro lado de la calle. Nos vieron maniobrar y no tuvieron duda de lo que pasaba dentro del coche. Comenzaron a aplaudir y a silbar. Las mandé callar y entraron en la residencia de Eva riendo a carcajadas.

—¿Las conoces? —le pregunté.

—Me parece que sí, pero no creo que me hayan reconocido. Además, menudo pedo llevan, mañana ni se acuerdan.

—Seguro...

—¿Quieres uno...? —me ofreció otro cigarro y se lo rechacé esta vez. Luego volvió a fumar en silencio.

Pero ella no parecía vivir feliz en el mutismo.

—Una cosa, Jose...

—Dime...

—De esto que ha pasado hoy... ni una palabra a nadie... ¿vale?

Me acerqué a su rostro y le di un beso en la mejilla.

—Por supuesto que no... confía en mí... —le dije jugueteando con el condón que acababa de extraerme del rabo.

—Gracias —Eva hablaba en serio, casi por primera vez—. Es muy importante para mí... Si Juanse o Mario se enteran, puedes joderme la vida.

—Tranqui, Eva, de verdad... te prometo que ni en sueños lo voy a contar...

—¿Me lo juras...?

—Joder, claro...

Se la veía realmente acojonada y, quizá, ¿arrepentida? ¿Podría ser que Eva se dejara llevar por la calentura y, una vez satisfecha y enfriada su libido, se sintiera culpable y se muriera de la vergüenza? Era una duda que me entró de repente, pero que por supuesto no podía preguntar. Así que me mordí la lengua y me quedé con ella.

*

Ahora fui yo el que no soportó el silencio denso que se había creado entre los dos.

—Ya se acaba el curso... —dije por no estar callados—. Y luego las vacaciones. ¡Qué ganas tenía!

—¿Vas a ir a algún sitio? —me preguntó, encendiendo un nuevo cigarro con la brasa del anterior.

—No creo —respondí—. Lo más seguro es que haga como siempre: trabajar los meses de vacaciones y ahorrar para la matrícula del próximo curso. ¡El último, por cierto!

No esperaba que entendiera lo que le decía. En mi casa la pasta no sobraba, pero ella era una niña pija, hija de un banquero asturiano o algo así.

—¿Y tú? —pregunté—. ¿Vas a ir a algún lado?

—Tampoco, creo...

—Ah, ¿no? —me extrañé—. ¿Y eso?

—Bah, cosas mías... Este año no tengo muchas ganas de viajar.

Acepté su explicación y quise cambiar de tema.

—Pues, nada, descansa y nos vemos a la vuelta del verano.

Se mordió el labio y supe que algo le pasaba. Cuando una lágrima escapó de su ojo derecho, confirmé mi sospecha. La tomé por la barbilla como había visto hacer en las películas y la miré fijamente.

—Eva, si quieres puedes decirme lo que te pasa... A veces alivia contarlo a un extraño. Aunque... bueno... yo ya no sea un extraño del todo...

Parecía una cursilada de película, pero es lo que sentía en ese momento. Es decir, me hubiera sentido feliz de achucharla como si fuera mi chica. Pero Eva no era mi chica, así que solo la miré.

Se le escapó un sollozo antes de decidirse a hablar.

—Joder, Jose, es que ya no voy a volver después de las vacaciones...

No supe qué hacer o decir al notarla afectada de veras. Pasados unos minutos pareció calmarse. Le dejé otro clínex y se limpió las lágrimas y el rímel, que se le había corrido en los dos ojos. Esperé un poco más y, al cabo, pregunté.

—¿Me lo quieres contar?

Suspiró y me miró parpadeando.

—Solo si me prometes que no se lo vas a decir a nadie.

—Pues claro, prometido...

Bajo la mirada y soltó la bomba.

—Estoy embarazada... —dijo y mi boca enmudeció con la mandíbula descolgada. La suya, sin embargo, se lanzó a soltar todo lo que llevaba dentro—. De tres meses. Es de Juanse, por supuesto. Del muy gilipollas. Solo a él se le ocurre usar condones caducados. Estuvo follándome casi un mes con condones con la goma porosa. Y al final me preñó el muy...

Yo tragaba saliva escuchando, sin atreverme a decir ni media palabra. ¡La hostia, me había follado a una preñada! No podría contárselo a nadie, aunque quisiera, porque nadie se lo iba a creer... No sabía qué decir y solo articulé una gilipollez para quedar bien.

—Pues no se te nota nada...

Mi comentario le arrancó media sonrisa.

—Ya, pero para septiembre que empiece el curso, tendré un bombo como las mamás esas que pasean por el parque. Y tendré la piel llena de estrías... ¡Joder...!

—Bah... no te preocupes... —traté de animarla—. Tu siempre estarás guapa... con bombo y sin bombo...

Me dio otro cachete en el muslo.

—Ya, tú que me miras bien... Pero a saber...

—Te juro que soy sincero... Tú eres guapa de nacimiento, y no hay nada que te quede mal... o que te afee...

Conseguí que volviera a sonreír.

—Anda, bobo... que se te ven a la legua las mentiras... Y no te hagas ilusiones conmigo...

—¿Ilusiones, yo...? Ya me gustaría... —bromeé poniendo caras de chiste, ante lo que ella rió bajito—. Lo que pasa es que eres la chica más guapa que conozco... Eres tan guapa que te juro que te estaría follando todo el finde y me sobraría leche para el lunes y el martes.

Su carcajada se debió de oír en toda la calle.

—Anda, fantasma... —se sujetaba la tripa para contener la risa—. No jures tanto no sea que tengas que cumplirlo. Y deja de jugar con el condón que te vas a pringar entero.

Se me subió la bilirrubina... y mi rabo levantó la cabeza sintiéndose aludido. Ciertamente no había tirado la goma y andaba haciendo guarradas con el depósito de lefa.

—No es fantasmada —seguí con la broma y me señalé la entrepierna—. Compruébalo tú misma si quieres.

—Ni de coña... —me seguía el rollo; se notaba que entre comentarios picantes se sentía en su salsa—. Ni loca te toco yo ahí. Me arriesgo a pasarme abierta de piernas toda la noche y tengo un sueño que me caigo.

Acabó el cigarro y buscó otro. Al ver que no le quedaban más, tiró el paquete por la ventanilla y su expresión se tornó seria de nuevo. Para cambiar de tercio, me solidaricé con su problema.

—Joder, qué putada... lo del bombo... digo...

—Y que lo digas —asintió—. Total que para el mes que viene, como mucho agosto, Juanse y yo nos casaremos y ya no volveré a Madrid. Criaremos al niño juntos y en el futuro ya veremos. Tal vez un día vuelva para terminar la carrera.

Me puse en plan padre, lo cual me habían dicho que se me daba bien.

—No soy nadie para decirlo, pero te aconsejo que la termines algún día, sea cuando sea. Te queda solo un año, sería una pena...

—Ya... ya lo sé... Es lo que quiero, pero ya veremos...

Me quedé pensativo. Hilaba lo que me acababa de contar con lo acontecido durante la tarde-noche. Y, cuando la mente se me iluminó, no se me ocurrió otra cosa que soltar mis pensamientos a bocajarro, sin pensar si la estaría ofendiendo.

—Ahora entiendo... lo del embarazo, me refiero... Por eso decías que te da igual lo que pase con Mario. Al casarte con Juanse y tener el niño, adiós a Mario...

—Eso es... —suspiró.

No pareció ofenderse, así que no me corté en seguir preguntando.

—Y también por ello... tu empeño en que no te echara dentro... bueno, eso... ya sabes...

—Sí, también... —cabeceó afirmativa—. Es una putada que a tu niño le echen encima la lefa de un tío cualquiera, ¿no te parece?

En este caso fui yo el que me sentí ofendido, aunque seguramente sin motivo.

—¿Soy un tío cualquiera?

—Bueno, sí y... no... —titubeó—. No te lo tomes a mal... Tú me caes bien... pero apenas nos conocemos...

—Bueno, al menos la lefa se ha quedado aquí en el condón, mírala que maja...

—Pedazo de guarro... —dijo con un puñetazo de mentirijillas en el hombro.

Tenía toda la razón y no pude contradecirla. Aunque, pensé, en este momento podía ser el machirulo de Álvaro el que se la estuviese follando, y el muy gilipollas no estaría siendo tan considerado como yo con los sentimientos de la Barbie de la Escuela.

—¿Te puedo dar un consejo? —me dijo y la miré curioso—. No se te ocurra follarte a tu chica con condones caducados... No la fastidies así... No seas tan gilipollas como mi novio...

De cada cinco palabras que decía de su novio, cuatro eran insultos —bobo, idiota, gilipollas—, y aun así afirmaba que le quería... y mucho. Hay que ver lo que es la sique humana, me decía. Incluso la de la chica más atractiva, sexy y deseada de la Escuela.

Porque eso es lo que era: la tía más codiciada de los salidos del entorno donde estudiábamos. Y yo estaba hablando con ella de tú a tú... después de haberla follado a conciencia. Joder, me encontraba de puta madre.

Y entonces una lucecita se encendió en mi cerebro. Era una idea que quizá alargara la noche. Era una gilipollez, pero me sentía a gusto con ella. Y creía que ella conmigo. Tal vez podríamos seguir charlando un rato más. Así que se lo lancé sin pensarlo mucho:

—¿Has tragado lefa alguna vez?

Me miró alucinada, sin creerse lo que oía.

Continuará...

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