Eva, Estudiante Promiscua (09)

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Jose seduce a Eva, la chica más golfa de la Universidad.
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Parte 9 de la serie de 9 partes

Actualizado 05/04/2024
Creado 04/10/2024
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—Serás guarro... —fue su primera reacción—. Pero tío, ¿tú estás enfermo?

Su sonrisa, sin embargo, había reaparecido, y sus mejillas se encendían de nuevo. El tonteo picante era lo que más le gustaba y yo estaba decidido a provocarla, aunque solo fuera para seguir teniéndola a mi lado unos minutos más.

—Enfermo, ¿yo...?, ni de coña... —ironicé—. Lo pregunto por preguntar... Es que mirando al condón, me ha venido a la mente una amiga a la que le encanta tragarse la leche de los chicos con los que sale.

—Ah, claro... ya entiendo... —dijo cruzándose de brazos—. Y te preguntabas si a mí me apetecería darle un sorbo a tu condón bien cargadito, ¿no? Porque hay que ver lo que echas en cada corrida, tío... es que te pasas...

Reí bajito y volví a la carga.

—Vale, lo que tú digas... pero no has respondido a mi pregunta...

—¿Qué pregunta? ¿Qué si me mola tragar leche?

—No, de momento solo he preguntado si la has tragado alguna vez...

Sonrió y miró al cielo, como desesperada.

—¡Pero que cerdos sois los tíos, qué asco!

—¿Sí o no? —no la dejaba escaparse por la tangente.

—¿Tú qué crees? —me retó con la mirada—. Tengo dos novios y hace tiempo que no soy virgen. ¿Te imaginas que podría soportar su pesadez si no me la hubiera tragado alguna vez?

«Sin contar con todos los tíos que te tiras de vez en cuando», pensé.

—¿Cuántas?

—Yo qué sé... pues varias... muchas... —confirmó, esta vez sin mucha resistencia.

Había entrado en el juego.

—Y... ¿te gusta hacerlo?

—Qué cabronazo... Ahí querías llegar, ¿no? —protestó de nuevo—. ¿Te gusta hacerlo a ti?

—Bueno, tragar leche no me apasiona... —respondí con un calor creciente en los huevos—, pero es que yo soy un tío. Pero no me da ningún asco comerme la mierda que echáis por el coño. Me sabe rica, dicho sea de paso.

Ella sonrió con todos sus dientes y sentí ganas de comérselos.

—Vale, pues te seré sincera...

—Sí, por favor...

—Pues es... que... a ver... la leche no es que me apasione. De hecho, me parece asquerosa... Pero si hay que tragársela, pues me la trago y ya está.

Solté una carcajada y ella sonrió sonrojada.

—¿Qué...? —dijo agobiada.

—No, nada... —respondí—. Otra pregunta...

—Joder que miedito das... —dijo acomodándose el pelo, coqueta.

—Allá va... ¿Me la hubieras relamido esta tarde, cuando te lo pedí en el baño?

Ahora fue ella la que se echó a reír.

—Qué cabrón... Te pone eso, ¿eh?

—Mucho, pero responde: ¿sí o no?

—Sí... —soltó de golpe y se echó las manos a la cara para ocultar su rostro. Reía con carcajadas cargadas de vergüenza.

Le di una vuelta más a la tuerca.

—Y... ¿te hubiera gustado?

Se mordió el labio.

—No sé... no lo hice... Así que es algo que se queda entre las cosas que pudieron ser y nunca fueron...

—Qué pena...

Seguía jugando con la bolsita de semen, que ella miraba como hipnotizada sin poder evitarlo.

—Sí, es una pena, pero es lo que hay... Se siente...

Y entonces me lancé del todo a la piscina. Con agua o sin agua, me había puesto tan cachondo que me daba igual.

—Aún puedes hacerlo...

Abrió mucho la boca, alucinada.

—¿Cómo...? —volvió a reír—. ¿No estarás insinuando que me beba el contenido del condón?

Solté una carcajada plena de morbo.

—Eso es lo que estaba insinuando, sí... ¿A que no hay lo que tiene que haber?

—Pero Josito, tú estás loco... —la sonrisa no desaparecía de su rostro, lo que me indicaba que lo estaba disfrutando tanto o más que yo mismo—. ¿Cómo crees que me voy a beber esa mierda de tu pilila? Me puedes pegar una enfermedad.

—Pues no, te aseguro que estoy perfectamente sano... —seguí la broma. Me lo estaba pasando genial, no necesitaba conseguir nada, con que no saliera huyendo del coche ya era una victoria—. Me hice un análisis la semana pasada, es una pena que no lo tenga en el coche.

—Pero que pedazo de guarro eres, Josito... Con lo modosito que pareces...

—Además... insistí... A tu niño no le «caerá encima» en este caso, tu estómago lo digerirá y lo expulsará en la orina. No problem para el bebé...

Volvió a cruzarse de brazos.

—Pero qué asqueroso eres... Y lo malo es que lo estás diciendo en serio.

—Completamente en serio —bravuconeé.

Súbitamente su rostro pareció iluminarse. Y cambió de registro, dejándome congelado.

—A ver... suponte que me lo tragara... que es mucho suponer... —comenzó—. ¿Qué ganaría yo con hacerlo?

Mi erección no se hizo esperar, y Eva solo tuvo que bajar la mirada para darse cuenta, ya que mi rabo seguía fuera del pantalón.

Yo preferí no mirarlo y reflexioné un instante. ¿Qué ganaría ella?, preguntaba. A dinero no se refería, imaginé, era una niña pija y se la veía manejar pasta en su ropa y sus complementos, como el reloj, la pulsera, el bolso...

No, no era pasta, definitivamente. Así que preferí tirarle de la lengua.

—¿Qué es lo que quieres?

—Déjame pensar... —dijo mirando al techo del coche.

—Piensa, piensa...

—Ah, ya sé... —se incorporó sobre el asiento—. En el hipotético caso... solo hipotético, ¿eh?... de que aceptara tragármelo, lo que querría es que después de hacerlo me besaras... con lengua, por supuesto.

Puse un gesto de asco, como ella asumía que pasaría. Era una bonita forma de mandarme a la mierda, pero con clase. Pero yo no estaba dispuesto a rendirme.

—Vale, ¡acepto!

Eva se quedó de piedra.

—¿En serio...? —la sorpresa en sus ojos no era fingida—. ¿Lo harías?

—Por supuesto...

—Bah, no te creo... —palmoteó al aire incrédula.

—Te lo juro...

Soltó una carcajada.

—Sí, no veas lo que vale el juramento de un chico. Antes de meter, mucho prometer...

Tenía que discurrir alguna idea y pronto. Ver a Eva tragarse aquella leche era una tentación de la hostia. ¿Qué es lo que tenía de más valor encima? ¡El reloj!, claro. Era un regalo de mi abuelo cuando me gradué en el instituto. No es que fuera de oro, pero sus quinientos pavos los valía.

Me lo desabroché de la muñeca y se lo entregué.

—Toma, si no cumplo es tuyo. No es que sea la rehostia, pero sería un palo si lo perdiera.

*

Eva aceptó tras estudiarlo unos segundos y lo introdujo en su bolso.

—Vale... ¿vamos al tajo?

—Venga... —animé yo. Toma el globito y empieza a beber.

Tenía una sensación de asco en la boca del estómago, pero al mismo tiempo el morbo me aceleraba la sangre en las venas. Aquella escena no la iba a olvidar en la vida. Total, esperaría a que ella se tragara la lefa y luego la besaría con el sabor asqueroso del semen, pensando en otra cosa para no morirme del asco.

Eva recogió de mis manos el condón y lo miró de cerca, sopesándolo. Cuando pensé que se lo llevaría a los labios, me señaló a la entrepierna.

—Aquí falta algo... —dijo con su dedo apuntándome a la polla.

No entendí a qué se refería hasta que observé dos goterones de lefa colgando del prepucio.

—A ver, so guarro... que te dejas lo mejor... —soltó antes de recoger los restos de mi rabo con un dedo y sacudirlos dentro del condón.

«Hostia puta —pensé—, esta tía es insaciable... Si hasta le gusta rebañar.»

—¿Estás preparado? —preguntó cuando se sintió satisfecha con la operación «recogida».

—¿Y tú?

—Yo a punto...

—Pues adelante... trágatelo entero.

Eva levantó el condón y se lo llevo a los labios. Cuando el extremo abierto lo tuvo dentro de la boca y sujeto por los dientes, lo elevó y dejó caer la lefa hacia su garganta.

Pareció saborearlo un instante y la carne se me puso de gallina. ¡Qué puto asco! ¿Cómo podía una tía, por muy golfa que fuera, tragarse aquella lefa, fría y asquerosa tras llevar varios minutos en el condón? En la puta vida un tío sería capaz de aquella proeza. Había que ser mujer, y muy guarra, para que aquello no te hiciera vomitar.

—Ya lo tengo... —consiguió hablar con los labios apretados para que no se le saliera el líquido espeso.

—Vale, ahora trágalo... —la animé con un punto de asco en el estómago—. Vamos, que está riquísimo, es como yogur...

Eva movió la garganta varias veces, tragándose mi sustancia sin respirar. Cuando la hubo tragado, se acercó a mí, ansiosa. La vi acercarse y le abrí la boca, dejando a su lengua acoplarse en mi interior y jugar con la mía.

De pronto, un sabor salado me inundó por entero. Y tarde comprendí que la zorra no se había tragado la lefa, sino que me la estaba pasando a mí a través de aquel beso, largo y profundo. Me la había jugado la muy puta.

Solté todas las blasfemias que conocía mientras intentaba huir de aquel morreo. Pero Eva me había amarrado del cuello adivinando que intentaría escapar y no me lo permitió. Su beso era cada vez más profundo y húmedo.

Húmedo de mi propia leche.

*

La risa de la putita era una auténtica catarata mientras yo escupía y daba arcadas fuera del coche. A punto estuve de vomitar la cena de la tarde anterior.

—¡Hija de puta! ¡Qué puto asco! —decía entre arcada y arcada.

Y ella reía cada vez más.

No entendí por qué Eva no hizo ni el mínimo mohín. No había escupido ni una pequeña parte de la leche que le había tocado en suerte. La muy guarra debía estar más que acostumbrada a la sustancia masculina.

Cuando conseguí vencer el asco, cerré la puerta del coche y la miré con malas pulgas.

—¡Cabrona!

—¿Qué? ¿Está buena? —seguía riendo sin parar—. Eso te pasa por gilipollas y por listillo.

—Vale, vale —acabé por aceptar—. Tomo nota. Nunca más le vacilaré a una tía. Y mucho menos si es más lista que yo...

—Las tías somos todas más listas que vosotros, no te hagas líos... —me espetó—. Anda, toma un par de chicles y quítate el sabor de la boca.

—¿Y esto? —le pregunté.

—Ya ves... —replicó--. Una que va siempre preparada para eventualidades de niñatos que ven muchas pelis porno.

Enseguida lo entendí. Cuando le tocaba tragarse la leche del que tuviera la suerte de estar con ella, Evita se quitaba el asco con chicles. Lista la chica, vaya sí lo era la hija de su madre. Además de golfa, eso sí.

*

Pasado el momento del escarnio al macho, la reunión se enfrió. Era hora de cerrar la noche. Y, al tiempo que masticaba, rememoré un resumen de lo acontecido en aquel extraño día de examen.

Eva consultó la hora en su móvil, se ajustó la falda y luego buscó de nuevo por el coche.

—¿Has perdido algo más?

—Las bragas —dijo ella—. No las encuentro.

Me faltó poco para soltar una carcajada. Me habían contado historias de chicas que pierden las bragas en un coche y nunca las había creído. Ahora me tocaba a mí y me partía de la risa. Me contuve y pensé dónde podían haber caído las bonitas bragas de seda de Eva. Y enseguida lo recordé.

—Me parece que han debido quedarse en el jardincillo. Te las quitaste porque estaban meadas y luego te las metiste en la boca para no gritar. Es posible que se te cayeran cuando echamos a correr huyendo de la mujer del balcón.

—¡Joder, es verdad...! —se quejó—. ¡Vaya putada!

—¿Tan importantes son? —pregunté curioso—. Al fin y al cabo son solo unas bragas.

—Ya, sí... —respondió—. Pero eran un regalo de Mario y a ver cómo le explico que las he perdido cuando nos despidamos por todo lo alto... ya me entiendes...

De nuevo tuve que retener la risa. ¿Es que aquella monada solo pensaba en follar? Debía de ser así, porque no salía de una y ya estaba pensando en la siguiente.

—Bueno, es igual, que le den a las puñeteras bragas... —dijo al fin.

Salimos del coche y nos quedamos frente a frente. Ninguno de los dos habló durante casi un minuto. Solo nos sonreíamos con cara bobalicona.

—Pues nada... —dije yo por fin—. Ha sido un placer estar contigo.

—Lo mismo digo... —replicó—. Lo he pasado genial... Eres un chico muy divertido... no te imaginaba así...

Me pregunté cómo me habría imaginado la guapa de la universidad. ¿Quizá con una pollita minúscula...? Pues no, no era así. Por lo que había dicho, mi «pilila» parecía haberle gustado.

Nos abrazamos y nos dimos dos besos en las mejillas, como amigos. Luego acercó su boca a mi oído y me susurró:

—Que sepas que me gustas mucho... Y tú pilila blanquita también... —confirmó y creí que me había leído el pensamiento.

Lo dijo con la cara colorada como un tomate. Y yo me sentí el tío más afortunado del mundo.

Finalmente, Eva se separó de mí y salió a la carrera para cruzar la calle. Al llegar al otro lado, levantó la mano y se despidió.

—Adiós...

—Adiós... —respondí.

Cansado por los acontecimientos de todo el día me introduje en la furgoneta. A punto estuve de sentarme sobre el reloj, que Eva había dejado en el asiento del conductor tras cumplir mi promesa.

Lo cogí por la correa e hice el gesto de abrochármelo. Algo, sin embargo, llamó mi atención: unas letras azules escritas en el interior de la correa que nunca habían estado allí. Encendí la luz del interior de la cabina y la miré. Un número de nueve cifras (667 541 323) aparecía en una de las correas. En la otra, se leía una inscripción (Oviedo, La Eria).

Un subidón de adrenalina me recorrió las venas, haciendo renacer mi erección. Comprendí que aquella no sería la última noche que vería a la Barbie bebiendo de un condón mientras la magreaba.

Y, si tocaba pronto, no me importaría empotrarla mientras le acariciaba el bombo.

EPÍLOGO ---------------

Llegando a Moncloa, me detuve en el semáforo frente a El Corte Inglés. Justo en ese momento sonó el móvil.

Joder, estaba seguro de que era mi padre quien llamaba. La bronca que me iba a caer era de las gordas. No es que se preocupara tanto por mí como para controlar mi hora de vuelta a casa. En realidad, lo que le preocupaba era que le devolviera la furgoneta sana y salva.

Pasé de la primera llamada, pero cuando el soniquete del aparato volvió a tronar, agobiado me aparté a un lado y respondí.

—¿Sí...?

—¿Josito? —reconocí la voz de la Barbie—. ¿Eres tú?

¿De donde habría sacado Eva mi número. Que yo recordara no se lo había dado. Tal vez lo había mirado en mi móvil en algún descuido.

—Sí, soy yo... —repliqué con sorna—. ¿Qué ocurre? ¿Quieres que vuelva al jardincillo a por las bragas?

La risa fresca de la chica sonó por el auricular.

—Espera... —dijo cuando acabó de reír—. Que te van a hablar unas amigas.

—¡Hola Josito! —oí dos voces diferentes saludándome.

No me gustaba que me llamaran Josito. Mi familia me había llamado así desde niño y me sabía fatal a mi edad. Pero si era la Barbie la que quería llamarme así, podía hacerlo cuanto quisiera.

—Hola... —respondí alucinado.

—Tengo puesto el altavoz —habló de nuevo Eva—. Estas son Laura y Nina. Son las chicas que han pasado a nuestro lado hace un rato. ¿Recuerdas?

Por supuesto que recordaba a las dos borrachinas y, por alguna razón, no pude evitar ruborizarme hasta la raíz. No me dio tiempo a pensar en ello, sin embargo.

—Hola, chico, soy Nina... —se oyó la voz con eco de una de ellas—. Es que estábamos mi amiga y yo celebrando una fiesta y hemos visto a Eva. Y ya somos tres en la fiesta. ¿Te apetece apuntarte? Contigo ya seríamos cuatro.

Lo pensé un instante, abochornado, lo que a las chicas les debió parecer una negativa.

—Hola, soy Laura... —dijo la tercera voz—. Venga, chico, anímate... Tenemos música y bebida. Solo nos falta un tío que nos anime...

Me hizo gracia el comentario. ¿Sólo necesitaban un tío para la fiesta? Por otro lado, había algo que no encajaba.

—¿Pero no decía Eva que no dejan entrar chicos en la residencia?

—Bah, no te preocupes... —era la voz de Nina de nuevo—. De la logística para colarte ya nos encargamos nosotras. Anda, no seas malo, di que sí... Si no, la fiesta va a ser muy aburrida...

Miré el reloj. Menudas horas. Mi padre me iba a matar si no le devolvía pronto el coche.

—Ufff... no sé... —dije agobiado.

Entonces la voz de Eva tomó el mando.

—Vamos, Josito, no seas malote... Que mis amigas se mueren por conocerte...

La saliva se me fue por el lado equivocado. Aquella frase había sonado provocadora. ¿Qué diablos tendría en mente la golfa de Eva? Nada bueno, a todas luces.

Lo pensé un instante más y concluí que un día era un día.

—Vale, pues voy para allá. Aparcaré en el sitio de antes si es que no lo han ocupado.

Se oyeron «¡vivas!» de fondo y Eva confirmó que me esperaría en la puerta de la residencia.

Cuando iba a colgar, un grito de fondo de las amigas de Eva me llegó nítido.

—¡Y trae condones! —dijeron las voces al unísono—. ¡Que andamos cortas de existencias...!

—Anda, guarras... —dijo Eva y se echó a reír a carcajadas.

La polla despertó bajo mis pantalones y levantó la cabeza al sentirse reclamada. La empalmada no tardó ni cinco segundos en montar una tienda de campaña en mi entrepierna.

Quedaba lo más difícil, sin embargo, ¿de dónde coños iba yo a sacar condones a aquella hora?

Miré a mi alrededor y comprobé que el Karma estaba de mi parte: las luces de una farmacia, con su cruz verde de leds, anunciaban que se encontraba de guardia.

Apagué el motor y salí a la carrera.

Joder, quien lo iba a decir, cuando pensaba que la noche acababa, en realidad estaba a punto de empezar.

¡Mi padre me iba a matar!

Si no me mataban entre las tres golfas mucho antes...

FIN

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