Historia de Una Mujer Fácil (12)

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Clara se emputece poco a poco por sus deseos de vida lujosa.
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Parte 12 de la serie de 16 partes

Actualizado 06/22/2024
Creado 05/07/2024
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PRIMEROS DÍAS DE TRABAJO

La primera semana en la oficina, tras volver de las vacaciones, la pereza reinaba entre los compañeros que retornaban de los lugares más variopintos. Aparte de los que habían viajado al extranjero, las islas Baleares y Canarias parecían ser los destinos más apreciados. Por todos los rincones se organizaban corrillos de añoranza por la libertad estival perdida.

Clara sentía como si hiciera mil años que la holganza se había terminado y rehuía los corrillos porque la ponían melancólica. Era solo miércoles y ya estaba deseando que llegara el fin de semana. Aunque el próximo iba a ser diferente y eso la mantenía muy nerviosa.

Aún no se había decidido si acudiría a la cita con tío Ramón. Por un lado la excitaba volver a probar el jarabe del hombre, una droga que la había conquistado con solo saborearla con la lengua un par de segundos. Por otro, la horrorizaba tener que engañar a Carlos, quien no se merecía la mezquindad de aquel que lo había criado como a un hijo.

No obstante, la clave del meollo estaba en la herencia. Si no se plegaba a las exigencias del viejo, Carlos iba a quedarse sin un euro, y eso destrozaría la vida de los dos. Utilizaba ésta como perfecta excusa para derribar sus barreras. Gozar de una vida de lujos y sin privaciones era el motivo que pesaba más en la balanza. Y esa ambición por la riqueza empujaba a su resistencia —y a sus bragas— por debajo de las rodillas.

Estaba absorta reflexionando sobre lo que debería hacer y no escuchó a Rafa entrar en su despacho.

—Buenos días, jefa...

—Ya estamos, ¿cuántas veces tengo que decirte que no me llames jefa? —le regañó—. Y, además, ¿por qué no llamas a la puerta antes de entrar?

—Lo siento, jefa... Clara... Aunque sí que he llamado... Dos veces...

—Vaya, pues será que me estoy volviendo sorda, porque no te he oído —replicó la joven—. Pasa y siéntate. ¿Tienes los informes que te pedí ayer?

—Aún no... pero los tendré antes de las doce, como acordamos.

Antes de sentarse, Rafa cerró la puerta y le puso el seguro interior. Clara le interrogó con la mirada.

—Es que necesito hablar contigo sobre algo confidencial. No sería bueno que entrara alguien y nos oyera.

Clara frunció aún más el ceño.

—¿Confidencial?

—Si, verás... —el becario se sentó en una silla frente a su escritorio y se restregó las manos sobre los vaqueros—. Se trata de Paula.

—¿Paula? —preguntó ella sorprendida—. ¿Le ha pasado algo?

—Bueno... —titubeó—. Más bien... «nos» ha pasado...

Clara se removió en la silla.

—Al grano, Rafa, tengo una reunión en media hora.

Rafa aún carraspeó unos instantes antes de atreverse a hablar.

—¿Sabes si Paula tiene algún problema? —dijo el becario.

—No, que yo sepa... Bueno, lo de Ramiro, pero sin noticias por el momento.

—Pues entonces no lo entiendo...

—Rafa... —le apremió.

Y el chico se lanzó a hablar.

—Joder, no te lo vas a creer. Ayer estaba tomando café a solas junto a la máquina de la segunda y cuando me vio al pasar se unió a mí. No me extrañó, lo hemos hecho más veces. Como si yo me junto contigo si te veo sola con tu té de media tarde.

»Pero en este caso era diferente. Paula se movía sin parar, parecía... bueno, esto es una tontería... pero era como si tuviera ganas de ir al baño y lo estuviera posponiendo.

Clara notaba que al chico le costaba decir «se estaba meando» y sonrió para sus adentros. Aquel chaval era tan tímido que a veces daban ganas de achucharlo.

—En fin, que cuando terminamos el café me preguntó si tenía trabajo urgente. Le dije que no y entonces me pidió si podía acompañarla. Necesitaba subir al almacenillo de la quinta a recoger unos paquetes y decía que esa planta la ponía nerviosa.

—¿La quinta? —se extrañó Clara.

—Sí, la quinta. Yo no había estado nunca en esa planta. De hecho, no sabía ni que existiera.

—¿Y qué hiciste?

—¿Pues qué podía hacer...? Decirle que sí, por supuesto. Subimos juntos en el ascensor. Vaya sorpresa me llevé al salir. Parecía estar en una película apocalíptica. Joder con la quinta planta... Con tan poca luz y tan silenciosa, era tan tétrica como me había explicado. Me dijo que la siguiera y caminamos hasta el almacenillo del fondo, que estaba cerrado con llave. Me explicó que solo ciertas secretarias de confianza tenían una llave como aquella para entrar.

»Supongo que conoces el almacén. Hay una mesa grande, algunas sillas de reunión viejas y el resto son cajas apiladas contra la pared. Durante un tiempo estuvo buscando lo que quiera que iba a recoger, pero no se decidía por nada. Yo, si te digo la verdad, estaba acojonado. No me atreví a pasar del todo... la miraba desde la entrada. Y no veas el susto que me llevé cuando la puerta se cerró con el muelle automático. Hasta creí ver una mano negra que la empujaba, con eso te digo todo...

»Te juro que me faltó un pelín para decirle que tenía algo urgente que hacer y largarme de allí. Pero ella me detuvo antes de que pudiera inventarme algo.

»—Mira esto —me dijo para que me acercara—. A ver qué te parece.

»Me puse a su lado junto a la caja que señalaba. Pues vaya, me dije, no le vi nada especial. Era una caja de cartón más, no era diferente del resto.

Clara tragaba saliva sin parpadear. No quería perderse ni una sola de las palabras de Rafa.

—Cuando me agaché para leer la etiqueta, Paula me empujó hacia atrás hasta que tropecé con la mesa. Y sin decir una palabra más, me echó los brazos al cuello y comenzó a besarme.

—¿A... besarte...? —carraspeó Clara.

—Sí, a besarme. Joder, Clara, te juro que yo no quería... pero no pude reaccionar. Paula me estuvo relamiendo los labios hasta que abrí la boca por la sorpresa y entonces me introdujo la lengua y empezó a juguetear con la mía. Me estaba morreando sin piedad cuando noté algo peor. Hostia, Clara... que me agarró el... ejem... pene... por encima del vaquero y me lo apretó con desesperación. Me llegó a hacer daño, te lo juro.

—El... pene... —la boca de Clara había cambiado de actitud. Tan seca unos segundos antes, ahora rezumaba saliva—. No... me... jodas...

—Sí, el... pene... —continuó Rafa.

—Coño, Rafa, ya sé lo que es un pene... no me repitas...

Rafa tragó saliva y siguió su relato.

—No habría pasado ni un minuto desde que comenzó a morrearme cuando la tía va y se pone de rodillas... Y, joder... comenzó a hurgar en la hebilla de mi pantalón.

—La hostia, Rafa... ¿y qué pasó luego?

—Joder, Clara... te juro que yo no quería... Me refiero a que nunca se me hubiese ocurrido mirar a Paula de esa manera... Si hasta conozco a su novio. Pero soy un tío... y no pude evitarlo. Me había empalmado de lo cachondo que me había puesto.

—¿Y te la chupó?

—No, por dios, ni de coña iba a dejarla hacer eso. Comprendí entonces por qué se removía tanto mientras tomábamos el café. Algo tuvo que pasarle y por ello se puso tan cachonda que quiso apagar sus ansias con el primero que se encontró. Y me tocó a mí...

—No me lo puedo creer... —musitó Clara como hablando para sí misma—. Paula no es así. O al menos no lo era... ¿Y qué pasó después?

—Pues que la levanté y la sujeté de los brazos. La zarandeé un poco como para que despertara de un sueño y al final pareció recobrarse de su pirada. Y entonces se echó a llorar.

—Me cago en la leche... ¿Te dijo algo más?

—No. Solo agachó la cabeza y salió corriendo. No la he vuelto a ver desde entonces. Y menos mal, porque siento un corte de la leche. Solo pensar en cruzarme con ella por los pasillos me pone los pelos de punta.

—No me lo puedo creer... tenemos que hacer algo con ella.

—¿Y qué podemos hacer? No sé cómo voy a mirarla a partir de ahora. Nuestra amistad se puede ir al carajo.

—No, espera —meditó Clara unos segundos y prosiguió—. Hoy no puedo quedarme, pero mañana vamos a comer juntos los tres. Yo os convoco. Tú actúa como si no hubiera pasado nada. Yo haré lo mismo, por mi parte tú no me has contado lo que pasó. Esperemos que la cosa se olvide por sí sola.

Efectivamente, el jueves a la hora de comer los tres compañeros coincidieron en la cantina de la empresa. Nadie mencionó el tema ni hubo miradas sutiles que pudieran recordar de forma velada el acontecimiento.

La conversación, como había ocurrido los primeros días de la semana, versó sobre las vacaciones perdidas. Tan solo cuando se hallaban en los postres, alguien mencionó a Ramiro y estuvieron de acuerdo en que tenían que pensar en su plan de contrataque. También acordaron que esperarían a que el asqueroso director diera el primer paso antes de hacer nada.

Cuando a las tres y media la reunión se disolvió, las aguas entre los tres habían vuelto a su cauce.

Por la tarde, a solas en su despacho, Clara volvió a sumirse en sus turbios pensamientos. El sábado se acercaba y aún no tenía decidido lo que iba a hacer.

Continuará...

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