La MILF más Deseada 10

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—Así que... ¿no haríamos más fotos juntos? —Preguntó, desanimado.

—Bueno, vos siempre serías el fotógrafo. Eso nunca va a cambiar, Julián. Ya no siento ningún tipo de pudor al posar desnuda frente a vos. Es algo que no me lo puedo creer, pero pasó. Me viste cogiendo con Lautaro, y no me molestó en lo más mínimo que vos estuvieras presente. Al contrario, me calentó saber que alguien nos miraba. Te cuento ésto para que entiendas que me siento cómoda trabajando con vos, y me encanta. Pero la otra parte... la que nos obliga a interactuar de forma prácticamente sexual... eso se tiene que terminar, Julián. Porque eso sí me sigue poniendo un poquito incómoda.

—Pero dijiste...

—Sí, sé que dije que me estaba acostumbrado. Pero entendeme, eso fue antes de conocer al modelo. No sabía que esta sesión podría resultar tan bien. Además con él me animo a hacer cosas que con vos no haría... eso ya lo habrás notado. Me imagino que ésto es algo bueno para el negocio... es decir, ahora la gente puede verme penetrada totalmente... y reconozco que al momento de chuparle la verga, con él me siento mucho más cómoda, es un tipo lindo y simpático... y no es mi hijo. Espero que sepas entender... para mí es un alivio el poder dejar atrás eso de modelar con vos, no porque me haya desagradado, sino porque me da un poco de miedo pensar hasta dónde podría llegar eso. Para mí es difícil procesar lo mucho que me excité al meterme tu verga en la boca... porque por más que seas mi hijo, tenés una muy buena verga... y me provoca mucho. No soy de madera.

—Está bien, lo entiendo —dijo Julián, dejándose caer pesadamente en el sofá—. Tenés toda la razón, es algo que no podía seguir, y ahora que está Lautaro, ya no tiene sentido. Tenemos que seguir con el asunto de las fotos, así que voy a llamar a Lautaro para que venga otra vez.

—Gracias, Julián. Te tomaste muy bien el asunto, por un momento creí que te ibas a enojar.

Diana le dio un beso en la mejilla a su hijo, y se fue a la cocina, a preparar la cena. Julián no se movió del lugar, quedó sentado, con la mirada perdida. Sabía que algún día se iban a terminar los "juegos" con su madre, pero no imaginó que sería tan pronto. No tuvo tiempo para mentalizarse. Ahora lo único que le quedaba era poder disfrutar de las fotos que sacaba, y masturbarse con ellas. Lo que para nada era algo despreciable, pero luego de haber probado la tibieza de la boca de su madre, ya no le parecía algo tan fantástico.

—4—

La segunda sesión con Lautaro llegó apenas tres días después, en esta ocasión trasladaron todo lo necesario al dormitorio de Diana. La rubia, que llevaba puesto un bello conjunto nuevo, color rosa, ni siquiera esperó a que Lautaro se sentara en la cama, o a que su hijo tuviera preparada la cámara. Se arrodilló, abrió el cierre del pantalón, y empezó a chuparle la pija al modelo, como si fueran viejos amantes que llevaban meses sin verse. Diana no se preocupó demasiado por las fotografías, se dedicó a chupar esa pija y a disfrutarlo. No estaba actuando, estaba haciendo un pete de verdad, y así lo sentía ella, que no dejaba de sacudir la cabeza, o de masturbar ese largo miembro erecto, mientras se lo tragaba una y otra vez.

En esta ocasión Diana no se entretuvo demasiado tiempo chupando, ella estaba lista para la acción. Minutos antes estuvo encerrada en su cuarto, castigándose la concha con el consolador, y no dejó de hacerlo hasta que llegó el modelo.

Se puso en cuatro sobre la cama, ofreciendo toda su retaguardia, e hizo a un lado su tanga, para exponer su sexo, sin necesidad de quitársela. Como lo había hecho antes, Lautaro jugueteó con la vagina de la rubia, frotando su verga contra esos turgentes labios, que babeaban de deseo. Ésto volvía loca a Diana, porque le causaba expectativas sobre lo que vendría a continuación. Amaba todas las sensaciones que le producía esa verga, y llegó a pensar que Lautaro pronto superaría al Tano, en la lista de sus mejores amantes.

Para Julián esta nueva sesión no se parecía en nada a la anterior, ahora sus sentimientos hacia Lautaro y hacia su madre eran muy diferentes. Presionó el disparador de la cámara con bronca, apretó tanto sus dientes que le dolieron. No le molestaba que su madre estuviera chupando una verga y cogiendo con otro hombre, lo que le jodía era saber que Diana ya no quería modelar con su hijo, y que no podía hacer nada para evitarlo; menos aún sabiendo que cualquier acto de rebeldía no sólo podría hacerla enojar, sino que además ponía en riesgo el único negocio lucrativo que tenían. Estaba viendo en vivo y en directo la oportunidad que él había perdido, y no le quedaban más opciones que aguantar lo mejor que pudiera.

Diana resopló de placer cuando la verga la penetró, allí estaba otra vez, disfrutando de ese adonis que la hacía delirar, que la hacía sentir mujer... y joven. Con el movimiento de la verga en el interior de su sexo, ella sentía como que iba recuperando de a poco los años perdidos, todos aquellos años en los que no se había permitido disfrutar del sexo libremente. Empezó con el movimiento característico del sexo, porque ya no aguantaba más las ganas de saborear toda la extensión de esa pija dentro de su concha. Necesitaba sentirla hasta el fondo, aunque le produjera un poco de dolor. Gracias al trabajo que hizo con el consolador, esta vez ya no le dolió tanto, y pudo moverse más rápido desde el principio.

Cuando Julián vio cómo su madre gozaba con esa gran verga, dejó de sacar fotos por unos instantes, tuvo que luchar contra la tentación de irse. Sabía que era absurdo pensar que él podría estar ocupando ese mismo lugar, su madre nunca lo hubiera permitido... pero al menos antes tenía una pequeña esperanza; la cual se había desvanecido completamente.

Lo peor vino después, cuando a Diana se le ocurrió cambiar la posición. Ella le pidió a Lautaro que se acostara boca arriba en la cama. Cuando el modelo estuvo en posición, la rubia se puso en cuclillas sobre él, con las piernas bien abiertas. Acomodó la pija en su concha y, como tenía las rodillas flexionadas, le resultó fácil montarla, como si ella fuera un jinete experimentado. Empezó a dar saltos sobre la verga, provocando que se le clavara completa en la concha, y emergiera casi en su totalidad. Estos bruscos movimientos provocaron que sus grandes tetas comenzaran a rebotar como locas.

Julián no tuvo más alternativa que masticar bronca en silencio, y continuar con las fotografías. No podía dejar pasar la oportunidad de fotografiar a la modelo, cuando ella estaba brindando un espectáculo sexual tan impresionante.

La rubia no prestó atención a la cámara, cerró sus ojos y dio rienda suelta a sus más puros instintos sexuales. Montó esa pija de la misma manera que lo había hecho, tantas veces, con el Tano. Hizo volar su cabello, al girar su cabeza, y sus gemidos resonaban por toda la habitación. Sus enérgicos saltos hacían vibrar la cama, y cada vez que la verga se le enterraba hasta el fondo de la concha, se producía un chasquido, producto del choque de su piel contra la de Lautaro. De vez en cuando Diana aprovechaba éste contacto para menear sus caderas en círculos, y así disfrutar de la verga moviéndose en el interior de su sexo.

Ella quería quedarse en esa posición todo el resto del día, pero al parecer Lautaro no pudo con tanta energía sexual, y eyaculó pasados unos minutos.

A Diana no le molestó, porque amó sentir su concha llenándose de tibia leche, y no dejó de dar saltos hasta que los chorros de semen cesaron. Luego se apartó, y se quedó acostada en la cama, con dos dedos se abrió la concha y le mostró a su hijo cómo salía todo el líquido blanco de su interior.

Julián, a pesar de estar molesto, no pudo negar que éste era un espectáculo digno de ser fotografiado. Capturó tantas imágenes como pudo, de cada instante en el que el espeso semen fluyó fuera de esa sonrosada cueva.

Diana se quedó allí, masturbándose con total soltura, mientras su respiración iba recobrando el ritmo normal. Sus tetas subían y bajaban al ritmo de sus jadeos.

Cuando Julián consideró que ya tenía suficientes fotos, le hizo una seña a Lautaro, indicándole que ya se podía retirar. Lautaro se puso de pie, se limpió el pene, y se vistió. Quiso despedirse de Diana, pero la encontró muy ensimismada, y prefirió no interrumpirla.

Julián acompañó al modelo hasta la puerta y se despidió de él, ya sin tanta cordialidad como la última vez. Al regresar al cuarto de su madre, vio que ella seguía haciéndose la paja.

Diana abrió los ojos y miró para todos lados.

—¿Qué pasó con Lautaro? ¿Se fue? —Preguntó.

—Eh... sí, ya habíamos sacado suficientes fotos.

—¿Pero por qué se fue tan rápido? Si descansaba un ratito podríamos haber hecho otra sesión.

—¿No te parece que por hoy ya fue suficiente?

—No, no me parece... fue re corta la sesión.

—Mamá, si te quedaste con ganas de coger...

—Ey, no me hables así... no lo digo porque tenga ganas de coger. ¿Y qué hay de malo si las tengo? ¿Acaso eso no es bueno para las fotos? Lo digo porque podríamos haber aprovechado para hacer un segundo pack... no sé, cambiándome la ropa, yendo a otro lugar de la casa. No entiendo por qué le pediste que se fuera. Si recién estábamos empezando.

—Está bien, tenés razón... le pedí que se fuera porque yo ya no tenía más ganas de sacar fotos ¿así te parece bien?

Diciendo esto, Julián abandonó la pieza. Diana se quedó preocupada, estuvo a punto de ir detrás de su hijo, pero estaba demasiado caliente por lo bien que la pasó con Lautaro. Buscó el consolador en el cajón de su mesita de luz, y empezó a metérselo, aprovechando la buena lubricación que le brindaba el semen. No sabía qué problema tenía su hijo, pero ella estaba decidida a disfrutar tanto como le fuera posible.

—5—

Le costó trabajo rebuscar entre la información que su hijo guardaba en la computadora hasta dar con la dirección de Lautaro, pero estaba decidida. Se había puesto un sexy vestido blanco, ceñido al cuerpo, que atrajo la mirada de toda la gente con la que se cruzó, y en especial la del taxista que la condujo hasta esa zona de la ciudad. Estaba oscureciendo, y eso la incomodaba un poco, pero ya estaba allí, frente a la puerta de la casa de ese hermoso modelo. Nunca se había sentido tan intimidada ante un hombre, se vio a sí misma como la adolescente que alguna vez fue, temerosa de no gustarle a aquel chico lindo del barrio. Con mano temblorosa acercó su dedo al timbre, y lo presionó.

En pocos segundos la puerta se abrió, y Lautaro quedó imponente frente a ella. Llevaba una camiseta negra, mangas cortas, que se ceñía a la perfección a sus torneados músculos. Él estaba claramente sorprendido de ver a la rubia allí.

—Hola, Lautaro, buenas noches —saludó ella, con una tímida sonrisa—. Espero no molestarte, pero... es que... bueno, no te voy a mentir. Es sábado y ando con ganas de salir a dar una vuelta, y me preguntaba si no tenés ganas de pasear conmigo, tal vez ir a tomar algo a algún lado. —Ella podía sentir cómo sus rodillas se debilitaban con cada palabra, por primera vez en la vida supo lo que sentían todos aquellos hombres que habían venido, prácticamente a suplicarle, que saliera con ellos. Ahora ella había encontrado su "premio mayor", aquel que era capaz de llevarla hasta cometer la locura de invitarlo a salir sin previo aviso.

El modelo pestañeó unas cuantas veces, como si no pudiera creer lo que estaba viendo, y oyendo.

—Adelante, Diana. Pasá... —dijo, haciéndose a un lado.

—Está bien, gracias.

La rubia entró, temerosa. La casa de Lautaro era pequeña, pero bonita. Estaba bien decorada, y le gustaron los muebles.

—Si querés tomá asiento —le señaló un sofá, ella se sentó—. Me siento muy honrado de que hayas venido hasta acá...

—Sinceramente estoy aterrada. Nunca tuve que ser yo la que invitara a un hombre a salir, pero sentí una especie de "vibra" con vos... tengo la sensación de que podemos llevarnos muy bien, incluso fuera del ámbito profesional.

—¡Seguramente! —Exclamó Lautaro, con una sonrisa—. Vos sos una mujer maravillosa, Diana. Te conozco poco, pero puedo ver que sos buena gente... pero —Ese "pero" puso en alerta todo el cuerpo de la rubia. Lautaro tomó asiento frente a ella—. ¿Cómo decir ésto sin ser descortés? Estoy seguro de que muchos hombres se morirían de gusto al recibir una invitación así de tu parte... pero no es mi caso. A ver... yo soy homosexual, Diana. Tengo novio y todo. —La rubia pudo sentir cómo todas sus fantasías se desmoronaban en pedazos—. Mi trabajo como modelo no es más que eso, un trabajo. No pienses que me dio asco trabajar con vos, ni nada por el estilo. Lo disfruté mucho, de verdad. Se nota que te tomás con muchas ganas lo que hacés. Pero para mí eso termina una vez que guardaron la cámara. Después vuelvo a mi casa, a mi vida normal, en la que intento ser feliz junto a mi pareja.

—¡Ay! Me siento como una boluda total...

—No te sientas mal, vos no tenías forma de saberlo. Al fin y al cabo yo no te conté nada sobre mi vida.

—Justamente por eso me siento tan mal. Me hice una película absurda en la cabeza, sin saber nada de tu vida. Y mirá cómo quedé... resulta que ni siquiera te interesan las mujeres. Me quiero morir. Estoy muy avergonzada de mi actitud... perdón.

—No pidas perdón, no hiciste nada malo.

—¿Cómo que no? Básicamente arruiné nuestra posibilidad de seguir trabajando juntos. ¿O me vas a decir que ahora tenés ganas de seguir modelando con una loca que se inventa una película romántica después de dos sesiones de fotos?

—Bueno... es que...

—Quiero que seas honesto, Lautaro, como lo fuiste hasta ahora. Ya no te dan ganas de seguir trabajando conmigo.

—Ganas, sí... lo que pasa es que no quiero causarte más confusiones. Para mi novio es difícil tolerar la profesión a la que me dedico, es un poco celoso. Fue una suerte que hoy no estuviera en casa, porque de lo contrario hubiera tenido que darle muchas explicaciones.

—Claro, y trabajar conmigo es un riesgo que no podés correr —si bien Lautaro no dijo nada, a Diana le quedó claro el mensaje—. Bueno, mejor me retiro. Lamento haberte puesto en esa situación, y no lo digo con rencor, vos no tuviste la culpa de nada... la boluda fui yo. Perdón, en serio.

—No te preocupes tanto por eso, Diana. Creo que vos y Julián tienen un gran proyecto entre manos, y yo no soy estrictamente necesario en el mismo. Vas a poder encontrar enseguida otro modelo que quiera trabajar con vos.

—Eso lo dudo. Pero bueno, agradezco tu buena onda. Me retiro.

Diana le dio un cordial beso en la mejilla a Lautaro y éste le abrió la puerta de la calle. Fue una suerte que ella pudiera localizar rápidamente un taxi, para ahorrarse la vergüenza de seguir estando de pie junto al modelo.

Al regresar a su casa entró sin hacer ruido, como si se hubiera portado mal y temiera que sus padres la castigaran. Se encerró en su cuarto y se quitó el vestido. Se acostó en la cama y se tapó hasta la cabeza. No estaba tan mal como para querer llorar, pero sí lo suficiente mal como para querer que ese día terminase de una vez. Horas antes tuvo la intención de salir a bailar y divertirse, pero ahora lo único que quería hacer era dormir, y olvidarse de Lautaro.

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