Entonces, ¿No Soy Una Vampira?

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«¿Y esperar que no te tomen por loca o que el gobierno no te detenga para hacerte pruebas? Muy inteligente, sí».

El estúpido gato me enfureció.

—¿Sabes qué? Búscate la vida porque no pienso llevarte a casa.

Me giré rápidamente y decidí probar suerte con los edificios de la escuela y la seguridad.

«Bien», dijo el felino de manera impertinente a mi espalda, «pero no eres una vampira. Puedes dejar de pensar que vas a morder a algún guarda de seguridad. No lo harás».

Y, de nuevo, no sé cómo no me rompí el cuello de lo rápido que me giré. Oh, y si los gatos pudieran mirar de forma arrogante, este estaba mirándome como si hubiera convencido a un canario de que su boca era un nido.

—¿Qué quieres decir con que no soy una vampira? Por supuesto que lo soy.

Movió la cabeza y se lamió las patas otra vez. «No, habibi, yo soy un vampiro. Tú, sin embargo, eres un misterio».

Solté una enorme carcajada mientras miraba al gato rechoncho y veía su cola moverse agitadamente.

—¿Tú? ¿No deberías ir a buscar a Sabrina o algo así, Salem?

El gato se puso de pie y estiró su flexible cuerpo. La acción pareció más peligrosa que un asesino blandiendo un arma. «Oh, una broma de Sabrina, Cosas de Brujas. Qué original. ¿Vas a conducir? Es tarde y estoy cansado».

Así que esas eran mis opciones: caminar hasta el gran desconocido, con un gato que habla que afirmaba ser un vampiro y que decía que yo no era una vampira, o correr el riesgo en la universidad. Ni siquiera podía contar a cuántas heroínas les habían dado opciones similares de una o de otra, o de esto o aquello. ¿Por qué había siempre dos opciones? ¿Por qué no tres o diez?

—¿De verdad eres un vampiro? —pregunté finalmente porque, bueno, no podía pensar en otra cosa en realidad.

«Sí».

Suspiré. Así era mi vida. Pasé de mánager en Kmart a chófer de un gato en un abrir y cenar de ojos.

—Sí, qué coño.

El gato y yo caminamos hasta el coche uno al lado del otro.

—Soy Peaches, por cierto —Pulsé el mando de las llaves para abrir el coche y vi un sexi y delicado Lamborghini rojo a unos quince metros. Ni siquiera pude contener el suave silbido que salió de mi boca.

«Bane», dijo el gato. «Y si sueltas algún juego de palabras te saco los ojos».

Lo tenía en la punta de la lengua (o de mis pensamientos). Vaya nombre para un gato, pero funcionó perfectamente en mi situación. Peaches, la vampira y Bane, el gato.

Bane ronroneó en mi mente mientras caminábamos juntos hacia el coche. «Te equivocas en muchos sentidos, habibi».

Capítulo 3: Como Dios lo trajo al mundo

Me desperté en modo crisis. Un segundo antes estaba dormida y al segundo siguiente estaba despierta con la cara empapada en agua helada. No estaba segura de qué me había despertado. Estaba teniendo un sueño maravilloso con un hombre sexi, con la piel color chocolate negro, tableta de chocolate en el abdomen y piel como la seda. Hmm...

Espera. Me moví un poco, la cadera y los muslos se resbalaban contra la carne cálida. No, no, no. Giré la cabeza y grité—: ¡Hijo de puta!

En la cama que estaba a mi lado había un regalo de Dios para las mujeres, completamente desnudo, y muy duro. Ah, y estaba buenísimo. Quiero decir delicioso, sabroso, de los que se te hace la boca agua. De facciones cinceladas, duro como una piedra... perfecto, y con esa piel color chocolate a la que quería dar un mordisco.

No pude contenerme. Perdí un poco el control.

Bueno, vale, he mentido. Perdí los papeles completamente.

Me fui pitando al baño y apenas tuve cuidado de evitar que la puerta diera un portazo. Abrí el grifo de la ducha y comencé a caminar por el baño. Ni siquiera me di cuenta de lo bonito que era, o de lo brillante y nuevo que parecía todo. Solo tenía una cosa en la cabeza: tenía un Adonis en mi cama.

«Oh Dios mío, oh Dios mío, oh Dios mío». No podía pensar nada más. Traté de gritar, pero lo único que salió fue un pequeño chillido. Me agaché, me hice lo más pequeña que pude e intenté no enfurecerme. Era solo que...Yo, Georgia Kent, nunca había dormido con un hombre así. Nunca. No en este mundo, bueno.

Si no me hubieran tomado por lesbiana por mi pelo, me habrían atacado u ofendido por mi peso. Ya hacía mucho tiempo que había comprendido que tenía que conformarme, tenía que vivir con "es lo suficientemente bueno" en lugar de con increíble. Por supuesto, hasta eso salía mal a veces, porque mi "suficientemente bueno" exnovio Rob era gay. Todo esto prueba mi teoría: los tíos buenos no dormían en la misma cama que yo a no ser que estuviéramos representando la obra de teatro Misery.

El baño empezó a llenarse de vapor y yo empecé a sudar. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba desnuda. ¿Cómo era eso posible? ¿Quién me había quitado la ropa?

Caí de rodillas, con las palmas de mis manos apoyadas sobre el caliente y negro suelo de mármol. ¿Había tenido sexo con el señor Capitán chocolate? Oh Dios mío, ¿tendría preciosos bebés, con la piel color caramelo, que parecerían angelitos de pelo suave y rizado y ojos exóticos?

En ese cuarto de baño, desnuda y a gatas, diseñé una vida entera para mí y ese misterioso hombre. A ver, mi imaginación fue mucho más allá, sobrepasando lo absurdo y directa a lo completamente loco.

Miré hacia el techo a través de mi alborotado pelo rojo y agité mi puño dramáticamente.

—¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué yo? ¿Por qué me haces esto?

Sí, yo también me sorprendí cuando no me dieron el papel para hacer de la Pequeña Huérfana Annie en el musical de quinto curso. Conocía el melodrama al dedillo: agitar el puño, despotricar, llorar, implorar, echar un vistazo y ver al Adonis desnudo desde la puerta del baño.

Una de esas cosas se había colado en la lista.

—¿Qué estás haciendo, Peaches? —El hombre me miró como si estuviera loca. Bueno, a ver, estaba actuando un poco como una lunática pero él también estaba ahí de pie como Dios lo trajo al mundo.

Entonces su voz me golpeó y la mandíbula se me abrió tanto que me llegó hasta el pecho.

—¿Bane?¿El gato?

Levantó la ceja de manera perpleja y pasó por encima de mí como si yo fuera un charco en el suelo. Fue entonces cuando me di cuenta de que lo que había visto el día anterior no era un gato gordo, sino musculoso, y que el gato negro había estado haciendo ejercicio.

Me miró por encima del hombro y me guiñó. Fue ese tipo de guiño que me informaba de que él sabía que estaba bueno, sabía que mis bragas estaban empapadas y sabía que, muy pronto, estaría debajo de él. Por favor, el tipo hablaba con los ojos.

Me tomó otro segundo antes de que una buena dosis de modestia y sentido de la razón me golpeara. Agarré una toalla y envolví mi cuerpo con ella. Sí, así iba a hacer algo bien ahora. Miré hacia arriba para ver a Bane meterse en la ducha y ver el agua caer sobre su cuerpo fornido y musculoso como si el agua le deseara. Sí, eso es, el agua estaba cachonda.

Y yo también.

No habría podido evitar lo que mis ojos hicieron después aunque hubiera querido. Un segundo estaban mirando el cogote de Bane y el segundo siguiente estaban mirándole el culo. Y vaya culo. Prieto y redondo, ese tipo de culo en el que sus nalgas parecían dos caparazones.

—Peaches —me avisó mientras cogía el jabón del hotel colocado en el saliente de la pared de la ducha— , fuera.

Por lo visto, ahora era un perro. Lo miré fijamente, echando una última y larga mirada a sus músculos fornidos, y me largué del baño. Sabía cuándo la gente necesitaba su intimidad.

Afortunadamente, estar lejos del buenorro de Bane me permitió pensar racionalmente y tomar nota de unas cuantas cosas. Lo primero que noté inmediatamente fue que estábamos en una suite de hotel bastante bonita. No habitación: suite. Había ropa para mí en el armario que parecía ser más o menos de mi talla. No era como lo que se ve en las películas con hileras de zapatos, joyas y todo eso, pero había una falda, unos vaqueros, ropa interior limpia... lo esencial.

No me puse la ropa nueva del armario porque quería ducharme primero, pero sí deambulé por las otras habitaciones. Gruñí cuando presté atención a las cortinas color malva de la sala de estar. No es que la frase de Bane "tú no eres una vampira" ayudara mucho cuando todo estaba tan oscuro ahí fuera. Eché un vistazo alrededor de la habitación y vi una barra encajonada en la esquina con una mininevera debajo.

«Dios, qué hambre». Morirse fue agotador. Me dirigí hacia la nevera y la abrí de un tirón. Decidida a poner a prueba mi teoría sobre lo del color rojo cuando vi la nevera llena, así que cogí una bolsa de M&Ms. Mientras clasificaba todas las pequeñas bolitas de chocolate, me senté con la cabeza mirando al suelo, separando del resto los que eran rojos antes de metérmelos en la boca para chupar la capa roja que los cubría. Mi estómago rugió y se quejó en señal de protesta contra la mera oferta de algo con un sabor dulce.

—¿Qué estás haciendo?

No giré la cabeza tan bruscamente esta vez. Bane tenía esa costumbre de acercarse a mí sigilosamente sin que me diera cuenta (¿podía de verdad llamarlo costumbre cuando solo conocía al tipo desde hacía doce horas?).

—Estoy comiendo —Me giré y lo miré—. ¿Qué hiciste con la ropa que llevaba anoche? ¿Por qué estaba desnuda?

—Querrás decir esta mañana temprano. Te la quité y la tiré. Olía a químicos y a muerto. No tengo la costumbre de dormir al lado de una mujer que huele a morgue —Se me acercó y pude oler el fresco y silvestre aroma a hombre con un toque de algún tipo de aceite exótico. Hmm... Casi me relamí los labios.

Por su bien, esperaba que todo lo que hubiera hecho fuese dormir a mi lado.

Soltó una carcajada.

—¿Estás chupando el azúcar de los M&Ms rojos?

Incliné la cabeza mientras se me acercaba y lo miré hacia arriba, muy, muy arriba. Joder, sí que era alto.

—¿Y qué si lo estoy haciendo?

Cuadré mis hombros, lista para atacarle si volvía a decir que no era una vampira. Mientras comía había pensado mucho sobre lo que me había dicho y sobre cómo no me había creído ni una palabra. Por todo lo que sabía, este hombre podría haber sido un asesino en serie, el mosquito que me había picado o el gato Bane.

Sus labios se arquearon.

—Soy el vampiro Bane.

Me mordí el interior de la mejilla e hice una mueca.

—Lo que tú digas.

Suspiró mientras saltaba hacia el sofá.

—Ve a ducharte y a vestirte. Vamos a salir.

Me levanté del suelo y me limpié las manos en la parte de la cadera de mi vestido-toalla. —¿No me vas a dar las gracias por traer tu triste culo a casa?

Me lanzó una sonrisa pícara. —Gracias por traer mi triste culo a casa.

Le miré fijamente a los ojos que, analizándolos más detalladamente, eran de color marrón oscuro y no negro. Quería pegarle un puñetazo en la cara desesperadamente, pero el tío tenía respuestas (y yo las necesitaba).

Me di la vuelta y me dirigí al baño pisando fuerte.

—Estúpido capullo.

—Lo he oído —gritó mientras la televisión sonaba fuerte en la sala de estar.

—Bien.

Capítulo 4: Sé que lo soy pero, ¿qué eres tú?

Tenía un músculo montado en la pierna. Probablemente porque había estado balanceándola por el enfado de arriba abajo durante los últimos minutos. Creo que también tenía un calambre. Sin embargo, no parecía que la cosa fuese a ponerse mejor a no ser que Bane empezara finalmente a hablar.

Durante más de una hora habíamos estado sentados en un bonito restaurante que apestaba a una deliciosa comida que ya no podría volver a comer. No estaba cerca ni de mi universidad ni del hotel. Después de que me hubiera duchado y vestido, Bane había dicho que íbamos a salir, pero el tío no se refería a que íbamos ir a Starbucks o a alguna cafetería cercana. No. Se refería a salir del estado. Yo me había subido al asiento del copiloto de su deportivo, había acariciado reverentemente la brillante tapicería negra y después habíamos desaparecido a toda velocidad.

Para un tipo que afirmaba que yo no era una vampira, se tomó muchas libertades con respecto a jugar con mi vida. Y me refiero a muchas, considerando que una persona normal e inteligente tardaría unas nueve horas en coche desde Burlington, en Vermont, hasta Washington D.C. , y nosotros tardamos un poco más de la mitad.

Unos polis nos pararon y le dijeron a Bane que iba a mucho más de 160 kilómetros por hora. A mucho más. ¿De cuánto estábamos hablando? No pregunté porque, bueno...simplemente porque estaba contenta de que estuviéramos hablando con ellos debido a que nos habían parado y no a que hubiéramos tenido un accidente.

No había duda de que había pensado que iba a morir cuando giraba y tomaba las curvas de las laderas de las montañas.

Por supuesto, en lugar de ser multado o arrestado, Bane le dijo al policía que íbamos al límite de velocidad establecido y que el agente tenía que que volver a su coche y marcharse. ¿Y adivináis lo que hizo el policía? ¡Se largó! Se metió en su pequeño coche patrulla y se fue tranquilamente carretera abajo mientras Bane se largaba a la misma velocidad.

Esto pasó tantas veces que perdí la cuenta.

Así que, tras unas horas de conducción que desafiaba a la muerte, estábamos en Washington D.C., sentados en un lugar llamado Le Pain Quotidien cerca de la estación de metro de Eastern Market. Él tenía una copa de vino tinto delante de él, había un delicioso aroma a cesta de pan entre nosotros y mi pierna estaba haciendo temblar la mesa.

Bane me miró por encima del borde de su copa de vino y levantó la ceja.

—¿Ocurre algo?

Mordí el interior de mi mejilla.

—¿En serio? ¿Eso es lo primero que vas a preguntar? —Me toqué la barbilla y miré alrededor del desierto restaurante, con sillas bocabajo y dos pálidos camareros de pie en una esquina.

—Hmmm, no sé, Bane. Puede que sea el hecho de que hace tres horas que cerraron este sitio y estás forzando a estos pobres camareros a estar aquí, y hoy te has tomado la jodidaytotal libertad de jugar con mi vida.

Puso la copa sobre la mesa y me miró de manera curiosa.

—No veo el problema, habibi.

Mi rodilla golpeó la mesa y el dolor me invadió. ¡Mierda! El tipo iba a provocarme una muerte prematura con sus jodidas maneras enigmáticas.

—Cuidado con eso.

Le eché una mirada rápida y amenazante y noté un cambio sutil en sus iris. No es que sus ojos tuvieran un color verde muy brillante o dorado o algo así, sino que unos puntos rojos se habían fundido con el marrón en forma de óleo sangrando en un lienzo.

—Significa que tengo hambre —Su sonrisa fue lo más depredadora que te puedas imaginar, y juro que sus ojos se quedaron mirando mi cuello—. Se pondrán completamente rojos cuando esté en las últimas.

Dije adiós a los camareros, que todavía seguían de pie como estatuas en la esquina.

—Ahí tienes la cena. Yo no estoy en el menú —No iba a convertirme en carne para un vampiro hambriento. Puede que fuera egoísta, pero no era estúpida.

Volvió la cabeza y se rió, ese tipo de risa que me hacía tener todos esos pensamientos traviesos que sabía que él podía oír. ¡Joder con el lector de mentes! Tendría que invertir en uno de esos gorros de aluminio si quería seguir con él.

—Eso no ayudará.

Suspiré y estiré el brazo para coger un trozo de pan, demasiado hambrienta como para chupar caramelos rojos.

—¿Podemos seguir con el tema? Dijiste que me dirías lo que soy, así que adelante.

Llené mi boca de pan e hice una pausa cuando los sabores alcanzaron mi paladar. Puede que fuera por el hecho de que no había comido en más de veinticuatro horas, pero comerme ese pan fue prácticamente orgásmico.

Cogió su copa y se bebió el vino de un trago.

—Eso no es lo que dije, Peaches.

Hice una pausa cuando estaba a medio camino de alcanzar otro trozo de pan con un poco de un tipo de manteca de nuez. Mi voz sonó tan grave que pareció la de un tío—: ¿Qué quieres decir?

—¿Básicamente? —Hizo señas a uno de los camareros levantando su dedo y le pidió una bolsa para llevar en la que meter el pan y lo que fuera más que pudieran improvisar en la cocina para mí. Mi rodilla empezó a agitarse otra vez antes de que se diera la vuelta—. Que no tengo ni idea de lo que eres.

Eso era todo.

Arrastré mi silla hacia atrás, madera dura rayando madera, y empecé a caminar a lo largo del restaurante.

—¿Me estás diciendo —mi voz podría haber congelado el infierno— que te he dejado traerme hasta otro estado en medio de la noche, pudiendo haber muerto, y ni siquiera sabes lo que soy?

—Sé lo que no eres.

A ver, Bane era uno de esos tipos que habla suavemente y que lleva un gran garrote. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía era normalmente para reírse de mí, para pedir algo de comer para mí o para decir algo importante. Sí, menos de veinticuatro horas con el tipo y ya había descubierto eso sobre él.

Lo miré batiendo mis pestañas y le sonreí dulcemente.

—Entonces, ¿no soy una vampira? ¿Es eso?

Se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa. El movimiento fue relajante e intimidante a la vez, pero eso solo me hizo pensar en esos brazos flexionados tan sexis y musculosos recorriendo mi...

Joder. Cerqué todos mis pensamientos rebeldes y los metí en el oscuro y profundo recoveco de mi mente por el que vagaban los matones de cuarto curso y las fiestas de pijamas fallidas. Bane me sonrió como si supiera dónde había escondido mis sucios pensamientos y estuviera fisgoneando entre ellos.

—Sí, habibi. Eso es.

En ese momento los camareros zombie volvieron con una gran bolsa marrón que olía que alimentaba y sin la cuenta.

—Ni hablar, vas a pagar.

Volvió la mirada y puso sobre la mesa unos cuantos billetes que, curiosamente, parecían del Monopoly. Tardé un poco en darme cuenta de que esos billetes azules eran reales y todos de cien. Muy bien.

Bane me sacó del restaurante con una mano apoyada en mi espalda y con mi bolsa de comida para llevar (más bien una bolsa de supermercado) en la otra. En el momento en el que estuve de vuelta en el coche, me abroché el cinturón y me puse en posición de accidente.

Bane rodeó el coche en una ráfaga de velocidad inhumana y estaba sentado, con el cinturón abrochado, la mano en el volante y el coche en marcha antes de que pudiera pestañear.

—Copiando la película de Crepúsculo, ¿no?

Se encogió de hombros mientras fuimos de cero a sesenta en medio segundo, y empezamos a sortear el tráfico. Tenía los músculos engarrotados y mis manos estuvieron apoyadas en el salpicadero y en la ventana durante los quince minutos que tardamos en llegar al hotel.

—Ya te puedes relajar —Bane escondió su risa obvia bajo la tos—. Ya hemos llegado.

—Um... —Relajé con cuidado los músculos y bajé del coche hasta la acera. Me quedé mirando hacia arriba el hotel Four Seasons que estaba delante de mí y luego eché un vistazo alrededor de la zona. Había un puente a mi izquierda, una gasolinera que parecía antigua ligeramente detrás de mí y un collage de restaurantes a mi derecha. Miré calle abajo y puse los ojos en blanco.

—Supongo que no es una coincidencia que haya otro Le Pain Quotidien tan solo al cruzar la calle del hotel, ¿verdad?

Bane me lanzó una sonrisa asesina sobre su hombro mientras le daba sus llaves al aparcacoches y cogió mi bolsa de comida mientras se dirigía hacia el maletero.

—Hacen sus panes a primera hora de la mañana y tienen un olor que te mueres.

Lo vi sacar dos bolsas de lona e intenté ayudarle pero se negó firmemente a ello. Me lanzó ese tipo de mirada que me decía que se moriría antes de permitir que una mujer cargara con algo pesado. A lo mejor se debía a su época (fuera la que fuese), pero había algo que decir sobre un tío llevando la bolsa de una mujer y abriéndole la puerta: joder, eso era sexi.

Puede que sea cosa mía, pero no hay nada como un hombre con modales para hacer que a una chica se le caigan las bragas al suelo. Rob no era el tío más caballeroso del mundo pero, de nuevo, tenía muchas cosas. Sinceramente. Estaba muy bueno. Punto. Juro que algún tipo de ser divino me estaba gastando una jugarreta cósmica, porque el primer tío de la jodida historia que estaba bueno y tenía modales (aunque también tenía algo de piloto de carreras al volante) era también un vampiro. Una no podía tomarse un respiro.

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