Entonces, ¿No Soy Una Vampira?

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Sacudí la cabeza y moví mi silla hacia atrás—: Cuanto más conoces al Diablo...

Su sonrisa fue como la que me lanzaban las chicas malas de mi escuela cuando querían asustarme. Era una sonrisa que decía que no las conocía, que no éramos amigas, y que si era necesario, me destruirían en un abrir y cerrar de ojos. Becky Tural me había lanzado esa sonrisa y yo le había dado un puñetazo en la cara. Yo era muchas cosas, pero débil no era una de ellas. Una estúpida tonta que corría de cabeza hacia el peligro estaba probablemente en la lista de cosas que yo era, pero también era una chica que no toleraba la mierda de la gente y tenía una vena mezquina para aceptarlo.

Probé a lanzarle una sonrisa que fuese tan fría como el hielo, pero conociéndome, probablemente me hizo parecer que estaba estreñida.

—Sé lo que eres, Bane. Tú no sabes lo que soy. Y hasta que no lo averigües, soy una carta comodín y podría tener poderes que dejarían los tuyos en vergüenza. Esto es un contrato de negocios. Ambos queremos saber lo que soy y podemos trabajar juntos con ese objetivo.

Me levanté y di un paso amenazante hacia él, envidiando el hecho de que él fuese unos centímetros más alto que yo. Normalmente yo era la alta, la que miraba a la gente desde arriba. El hecho de que yo tuviera que mirar hacia arriba reducía en cierto modo la mirada amenazante que yo quería conseguir.

—Ni se te ocurra controlarme o amenazarme, Bane. Puede que tú seas un monstruo, pero yo soy un misterio.

Nunca en mi vida había sonado tan jodidamente brillante. Quiero decir, sí, yo era Peaches, capullo. Al principio nadie sabía lo que era Sookie Stackhouse en los libros de Charlaine Harris o Cat Crawfield en los libros de Jeanine Frost. Habían sido unas desconocidas y se había convertido en unas heroínas de la hostia con unos superpoderes increíbles que nadie más tenía. Sin ninguna duda, yo era una desconocida, y por definición, eso me convertía en L.P.A., es decir, La Puta Ama.

Una sonrisa curvó los labios de Bane y se pudo ver un indicio de orgullo en esas profundidades marrones y rojas.

—¿Te apetece ir de compras, chica misteriosa?

Me giré y pasé caminando por donde estaba él hasta su dormitorio. Me puse de nuevo mis zapatillas y caminé hacia la puerta. Bane estaba todavía de pie cerca de la mesa de desayuno, mirándome atentamente. Lancé una mirada seductora por encima de mi hombro—: Solo si tú pagas, vampiro.

Estaba detrás de mí en un segundo. El calor invadió mi espalda. Sus manos estaban en la puerta, dejándome enjaulada. ¿No se supone que los vampiros estaban fríos? Intenté recordar cada vez que Bane me había tocado y lo único que pude recordar fue calor. Un calor fuerte, ligeramente perfumado por un almizcle a hombre y a un tipo de aceite exótico que me recordó a Oriente Medio, quizás a Egipto.

De repente una visión se me vino a la mente. Yo, contra la puerta con Bane entre mis piernas, sus vaqueros anchos rodeando mis caderas. Mis uñas hincadas en su culo prieto, sus dientes en mi cuello y él penetrándome. La imagen era tan clara que sentí mis uñas arañando la palma de mi mano y mis panties húmedos.

No recordaba si Bane había dicho que los vampiros tenían superolfato, también, pero estaba segura de que hasta un chico normal habría sido capaz de oler la lujuria saliendo de mí. No era una mojigata. Había tenido sexo con un par de chicos, sexo real, pero el calor que Bane desprendía, y esa mirada con esos ojos oscuros, prometía exquisito helado de chocolate con virutas doradas. Gastronomía cinco estrellas total.

La voz de Bane fue un bajo ronroneo en mi oreja.

—¿Y qué obtendría yo a cambio? —Su lengua lamió la concha de mi oreja y me dio un escalofrío.

Uf, estaba dispuesta a aceptar ropa increíble a cambio de sexo, en parte porque sabía que terminaría acostándome con Bane en el futuro, y la ropa nueva siempre era un plus. Pero una parte de mí, esa parte que nunca había sido tan vigorosamente perseguida, quería que yo esperara un poco más, prolongando la tensión. Después de todo, solo conocía al tipo desde hacía un día y medio. Puede que yo fuera fácil, pero no era tan fácil.

Me asombró lo calmada y lo poco afectada por su magnetismo animal que soné—: Mi gratitud y mi aprecio.

Capítulo 7: Hombres, siervos y reyes

Me encantaba ir de compras. Era mi pasatiempo favorito seguido de comer, ver la tele y darme un baño. Puede que sonara raro lo de darme un baño pero no había nada como comprar sales de baño, meterse en una bañera de agua caliente y relajarse después de un largo día. Aun así, ir de compras era lo primero solo porque estaba gastándome el dinero de Bane. Y, oh, ya lo creo que lo gasté.

—No entiendo para qué necesitas todas esas tonterías —refunfuñó Bane mientras iba sorteando el tráfico, con los nudillos blancos alrededor del volante.

Su pequeño deportivo iba hasta los topes de bolsas de compras: había en el maletero, en el asiento trasero y en mis rodillas. Soy muy buena gastando dinero.

Me encogí de hombros—: Dijiste que tú pagabas.

—Sí, pero no me refería a comprar toda la tienda —Bane me lanzó una mirada sucia y me dio un mini infarto cuando apartó sus ojos de la carretera. El tipo era un demonio de la velocidad y nosotros estábamos desplazándonos por la capital del país como si estuviéramos en una película de Neal Moritz.

—No he hecho demasiado daño a tu economía, ¿verdad? —Automáticamente pensé que era rico. Demasiadas películas, lo sé, pero el tampoco me había corregido.

Bane se relajó y sonrió—: No has herido mi cuenta corriente, no te preocupes. Solo mi cordura.

Eso sí me lo creía. Nos habíamos ido a las once de la mañana, habíamos estado de compras hasta las cinco, habíamos cenado y ahora íbamos de vuelta al hotel para prepararnos para la fiesta. Bane se había tomado su snack: primero una de las chicas que me estaban ayudando a escoger la ropa y después con el hombre que me había ayudado a elegir las joyas. Yo no lo había visto hacerlo, pero un minuto Bane estaba allí de pie con el hombre, un minuto después habían desaparecido, y un segundo después el tío estaba de vuelta, con los ojos vidriosos, una sonrisa en su voz, pálido. No había ni una pizca de rojo en sus ojos ya.

Habíamos ido a una de mis tiendas favorita, Torrid. Era una tienda de tallas grandes para mujeres a las que les gustaban los looks más atrevidos. Casi todo era corto y muy ceñido, estupendo para el tipo de fiesta a la que Bane me había dicho que iríamos. Pensaba que necesitaba un traje de gala de Vera Wang, pero él me había dicho que no era ese tipo de evento. Aparentemente los vampiros se escondían a simple vista o tan cerca de eso como fuera posible.

Íbamos a ir a una fiesta gótica en un club desconocido para sus aspirantes a vampiros y adolescentes eso. Esa noche había que ir de negro y el estilo marcado era corto y ceñido. Torrid había sido perfecta, no había defraudado.

Guardados en una de las bolsas había: un corsé corto, rojo, satinado, con una flor negra estampada; una mini falda de cuero negra y unos taconazos negros de 80mm que encendían motores con pinchos plateados en la parte de atrás. Combiné el conjunto con tachuelas de diamantes, un colgante con la cadena plateada y un rubí que colgaba, y una pulsera de rubios y diamantes a juego con lo demás. Parecía una tía buena, atrevida y rica, todo un plus para mí.

—¿Puedes dejar de pensar en cosas materiales por un segundo?

Miré a Bane de reojo mientras él conducía por el puente hacia nuestro hotel.

—No es culpa mía que no te guste lo que hay en mi cabeza. Es mi cabeza.

Gruñó, en realidad gruñó como un animal salvaje—: Esta noche es importante. Hay varias cosas que debes saber.

Agité la mano—: No cortarme, no tropezarme, no ofrecer mi sangre a nadie, bla bla bla.

—Esto es importante, Peaches —Su tono fue serio y me sobresaltó. Me senté recta y escuché— Los vampiros son territoriales. Si un vampiro lleva a alguien que no sea vampiro a una fiesta, solo puede ser su esposa o su sierva. No hay excepciones.

Mis palabras fueron firmes—: Entonces, ¿soy tu sierva?

Nos detuvimos en frente del hotel y Bane se volvió hacia mí—: A no ser que quieras ser mi esposa.

Estaba a punto de responderle cuando el aparcacoches abrió mi puerta . El chico me ayudó a salir del coche. Con la ayuda de un botones, Bane y yo llevamos todas mis cosas nuevas, incluido el equipaje, hasta la habitación. Cuando la puerta de nuestra suite se cerró, retomé la conversación justo por donde la habíamos dejado.

—No, puedo...aceptar ser tu sierva —No podía, pero si lo pensaba lo suficiente de camino a la fiesta, la mentira podría convertirse de repente en realidad. Me dirigí inmediatamente hasta mi habitación, rebusqué entre las bolsas y tiré unas cuantas sobre la cama. Se cayeron varias cajas de regalo y ropa y yo encontré mi conjunto perfecto.

Grité para hacer saber a Bane que quería darme una ducha y después puse los ojos en blanco. Era un vampiro que podía leer mi mente, moverse a la velocidad de la luz y tenía un superoído. Probablemente él ya sabía que yo necesitaba una ducha antes de que se lo dijera.

Me metí en la ducha, dando las gracias por haber sido capaz de coger un champú protector del color. Mi rojo ya estaba apareciendo y ya se podía ver mis raíces. Eso no era buena señal, teniendo en cuenta que solo hacía dos semanas que me había puesto el color. Aun así, el rojo se iba rápido con los lavados y sabía que necesitaría tintarme el pelo de nuevo. Menos mal que Bane era rico, o ligeramente rico, porque mi pelo costaba una fortuna.

Tardé media hora en lavarme todas las partes en las que no me había dado antes, o en las que había estado demasiado cansada por la mañana para darme; después salí, me sequé con una suave y sedosa toalla y me sequé el pelo. Limpié el espejo para echar un vistazo a mi pelo. Ahora estaba muchísimo mejor, excepto las raíces, que estaban más claras y un poco moradas. Lo atribuí al champú mientras me echaba espuma y gomina en el pelo.

Salí del cuarto de baño. El vapor salía detrás de mí y, por un segundo, me sentí como Angelina Jolie en cada una de las escenas de ducha que había hecho. Me detuve en seco cuando vi a Bane a unos centímetros en frente de mí, con los brazos cruzados, las piernas abiertas y con el ceño fruncido. No fue por la mirada o por no haberlo visto nunca en mi habitación; fue por su ropa. Ya no llevaba vaqueros y camiseta. Habían sido sustituidos por unos pantalones de cuero tan ajustados que me pregunté cómo la serpiente de Bane no se estaba sofocando, por un cuello en V negro, una chupa de cuero súper molona y unas botas atadas, plateadas, molonas.

El tío podría haber estado desnudo perfectamente teniendo en cuenta el efecto que su ropa le provocaba. Podía ver sus músculos a través de la camiseta y los pantalones (piel oscura, suave, sexi y de pecado). Quería recorrer todos sus músculos con mi lengua, pasando por encima de cada una de sus hinchadas venas. Prácticamente podía saborearlo con mi lengua.

—¿Me estás follando con los ojos?

Volví mi atención repentinamente hacia su cara y agarré mi toalla para acercármela. Era imposible mentir y decirle que no lo estaba haciendo (él podía leerme la mente de todas formas).

—No deberías haberte puesto esa ropa si no querías que te follaran con los ojos —Traté de sonar impertinente, pero puede que hubiera salido con un toque jadeante.

Bane sonrió y sacó su lengua para humedecerse el labio inferior—: Nunca dije que no quisiera.

Intenté recordar que me estaba acercando a la marca de las cuarenta y ocho horas, y de que todavía no era tiempo suficiente para conocer a alguien antes de desenroscar su cerebro. La única cosa que me impedía tirar mi toalla al suelo y saltar sobre él era el pensamiento de la fiesta de vampiros. Me apetecía muchísimo ir.

—¿Te importaría salir de la habitación? —Señalé la puerta haciendo un gesto con mi cabeza—. Necesito cambiarme y maquillarme.

El tío vino pisando fuerte hacia mí, me cogió y me llevó a la cama como si fuera un saco de patatas. Con su velocidad de vampiro, me maquilló, me arregló el pelo y me puso las joyas. No habían pasado ni diez minutos cuando dio un paso atrás, admiró su creación y asintió con la cabeza.

Mi boca estaba abierta y estaba mirándole a través de unas grandes pestañas maquilladas con máscara. Probablemente parecía sexy y mi mirada era de lo más seductora, pero solo estaba intentando ver a través de esas jodidas cosas. Me giré hacia el cuarto de baño, que estaba abierto, y me vi de refilón en el espejo. Oh Dios mío, parecía una tía buena, tipo supermodelo de pasarela con maquillaje profesional. Mis mejillas tenían un tono rosa pétalo, mis labios eran rojo fuego, brillantes, y mi pelo era como una cascada salvaje de rizos. Parecía que acababan de sacarme de la cama después de haber tenido una maratón de sexo. Era el look que siempre había intentado tener, pero que nunca tenía éxito precisamente en conseguir.

Me volví hacia Bane, con los ojos todo lo abiertos que pude—: ¿En serio? ¿Cómo sabes hacer esto?

Me lanzó una mirada divertida, después cogió mis tacones, de rodillas, y empezó a atar las tres tiras del zapato alrededor de cada uno de mis tobillos—: ¿Qué son los reyes antes de ser reyes?

¿Un acertijo? Miré hacia abajo a la cabeza de Bane mientras me abrochaba los zapatos. Era un gesto extraño, pero él era un vampiro y era egipcio—: ¿Príncipes?

—Antes de eso —Su voz era suave, lejana, y finalmente contenía esa pizca de antigüedad que siempre había esperado en un vampiro.

Reflexioné sobre ello. Quiero decir, reflexioné de verdad—: ¿Bebés? —Me encogí, sintiendo que la respuesta no era correcta.

Me miró desde abajo. Vi una mirada completamente indefensa en sus ojos. Vi poder, antiguo y descomunal. Vi dinastías construidas y destruidas. Vi todo lo que las novelas de amor y las series de televisión decían que había en los ojos de un vampiro. Toda la luz de las emociones humanas, colocada bajo un microscopio y que estallaba hasta que cada alegría y cada dolor que había sufrido en mi vida palidecía con lo que vi en sus ojos. Aparentemente, durante esos cinco segundos mirando los ojos marrones de Bane, me convertí en poetisa.

Sus labios esbozaron una sonrisa como si estuviese intentado suprimirla—: Dios mío, habibi —Las palabras tenían un acento fuerte y no me di cuenta hasta ese momento de que había estado hablando con un acento de la costa este de EE.UU. total—. Antes de que los reyes sean reyes, son hombres, guerreros, siervos.

Alargué la mano, necesitando tocar a Bane y asegurarme de que era real—: ¿Cuál de ellos eras tú?

Una sonrisa burlona se extendió por toda su cara—: Un hombre inteligente no elige uno, Peaches. Yo soy todos ellos.

Ahí estaba otra vez su acento norteamericano y sus ojos ya no me estaban hablando a mí. Había habido muchas cosas en esas pocas palabras, mucho misterio e intriga que sabía que tendría que sonsacarle más tarde.

Se fue. Alargué mi brazo hacia atrás, rebuscando entre mis nuevas compras para encontrar un sujetador y unos panties. Me subí la cremallera del corsé, me subí la falda y salí de la habitación sintiéndome deliciosa. Pronto estuvimos fuera en la puerta y en ese cochazo rojo que combinaba perfectamente con mi atuendo. Tenía una estúpida sonrisa en la cara porque había descubierto algo mejor que darme un baño, la televisión y el chocolate, todo junto: descifrar a Bane.

Capítulo 8: No soy propiedad de nadie, pero todos me toman por tonta

Sé que probablemente era estúpido, pero teniendo en cuenta el coche de Bane y mi atuendo súper sexi, en cierto modo pensé que nuestra entrada sería épica. Nos imaginé conduciendo lento calle arriba, con niebla rodeándonos mientras nos acercábamos al club. Habría masas de gente fuera, de pie, compitiendo por una entrada para la fiesta, pero todos se pararían y respirarían hondo cuando nos vieran.

Bane encontraría un sitio en el que cupiera perfectamente su Lamborghini. Luego bajaríamos del coche y una suave brisa alborotaría mi pelo mientras yo miraba por encima de las capuchas de los adolescentes góticos y de los aspirantes a vampiro. Bane se pondría a mi lado, me envolvería con su brazo y me llevaría a través de la multitud directa hacia el club. La música y demasiado alcohol nos llevarían hasta una esquina oscura, donde nos enrollaríamos de manera salvaje, batiendo nuestras lenguas en duelo, hasta que él me follaría por detrás.

Pero eso no fue lo que pasó. Ni siquiera se le acercó.

—¿Me estás escuchando, Peaches? —gruñó Bane por novena vez.

—Ya te escuché la primera vez —le devolví el gruñido y crucé los brazos de forma enfadada sobre mi pecho—. Soy tu sierva. Si digo que no lo soy, entonces estaré renunciando a tu protección y me convertiré en un bufé libre para vampiros.

Afortunadamente, él no apartó sus ojos de la carretera cuando habló—: Intentarán engañarte...

—Deja de preocuparte —Si el coche no hubiese sido tan estrecho y pequeño, y mi culo no hubiese estado pegado al asiento, me habría girado hacia él y le habría gritado—. Estaré bien.

Agarró el volante con fuerza y apareció una marca en su mandíbula. Bane dio un volantazo rápido y yo me golpeé la cabeza contra el cristal—: ¡Ay!

Quise darle un puñetazo cuando vi una especie de sonrisa en sus labios. Pasamos el resto del trayecto en silencio. Cuando por fin llegamos, no había niebla de la que emerger y no había ninguna cola de gente por ninguna parte. Incluso vi a una mujer meciendo a un bebé llorando mientras paseaba a su perro.

Deseé haber cogido una chaqueta. No me gustaba llevar escote cuando había niños delante—: ¿Dónde estamos?

—En Navy Yard.

Eso no me decía nada. Miré por la ventana y vi el agua por la que estábamos pasando y el parque en frente de ella. Teníamos apartamentos y restaurantes a ambos lados y todo el lugar tenía toda la pinta de ser residencial, especialmente cuanto vi un edificio con un cartel que anunciaba con orgullo la construcción de un nuevo Harris Teeter.

¿En serio? ¿Una fiesta de vampiros gótica, emo o como fuera que la llamasen, se iba a celebrar aquí? A ese sitio le iban más los payasos y los carnavales.

En lugar de aparcar en un lugar que había sido hecho para su coche, Bane bajó a un parking. Fuimos hasta la segunda o la tercera planta y aparcó cerca de un ascensor. Esperé no tener que andar hasta muy lejos, porque, aunque estaba adorable y sexi, mis zapatos no estaban hechos para andar con ellos. Sujeté mi bolso de mano de piel falsa negro, feliz de haber podido encontrar, en el último minuto, unas zapatillas flexibles de mi talla que cupieran en mi en él.

No estaba dispuesta a arruinar mis pies, ni siquiera en el caso en el que estuviera muerta.

Bane salió y yo le seguí. Fue solo entonces cuando me di cuenta de que había un chico de pie junto al ascensor, con unos vaqueros azules y una camiseta de botones azul, con un chaleco color camel sobre ella. Inclinó su sombrero de fieltro hacia Bane, pero a mí apenas me miró.

El chico se paró delante y dijo—: ¿Cuál es la fruta favorita de un vampiro?

Ladeé mi cabeza y miré al chico hipster. ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Era algún tipo de contraseña? Probablemente era la naranja sanguina. Llevaba la palabra sangre en el nombre.

Abrí la boca para responder, pero Bane me golpeó con el puño—: La nectarina.

Incorrecto. La nectarina no tenía nada que ver con los vampiros, definitivamente era la naranja sanguina. Me volví hacia el chico, a punto de decirle que Bane era estúpido y decirle la respuesta correcta, pero el chico dio un paso al lado para apartarse y nos dejó entrar en el ascensor.

—No soy estúpida —Bane me lanzó una mirada sucia mientras apretaba el botón y bajábamos—. Es una contraseña.

—Oh —En una forma retorcida, tenía sentido. Pero era un manera muy complicada y retorcida—. Qué ocurre si alguien la adivina y la acierta. ¿Y no puede la gente simplemente buscarlo con sus móviles o ya lo saben? Me refiero a que nectarina no es una contraseña infalible.

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