La MILF más Deseada 12

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Julián se quedó mudo, el discurso de su madre lo dejó helado. Él no sabía qué tanto había tenido que pasar Diana al lado de su marido. Sólo vio la parte buena, el buen trato que existía entre ellos. Veía a su padre como un tipo cariñoso, divertido, responsable; pero nunca se imaginó que pudiera ser lamentable en la cama, y que eso le afectaría tanto a su madre.

Diana volvió a su cama, se acostó y se quedó, cruzada de brazos, mirando el techo. Julián se dio cuenta de que ella estaba esforzándose por no llorar.

—Quedate tranquilo, no me voy a coger a tus amigos. Se ve que con vos también voy a tener que hacer lo mismo que cuando tu papá estaba vivo: contenerme. Porque no vaya a ser que mi libertad sexual te ofenda. O que te cause celos... claro, es más importante evitar eso. Mi felicidad es secundaria, si llega, bien... pero que no sea cogiendo con otros tipos, porque se ve que yo ya tengo dueño.

Julián salió del cuarto y cerró la puerta. Apretó los dientes y los puños, y estuvo a punto de golpear la pared. Pero logró contenerse. Su ira no era hacia su madre, sino hacia él mismo. Diana había hablado en un tono muy irónico; pero tenía toda la razón, y Julián lo sabía. Él, con sus celos, la estaba limitando. Prácticamente le estaba exigiendo que no diera rienda suelta a sus deseos sexuales... a menos que fuera delante de su cámara de fotos. Se sintió un pésimo hijo, especialmente luego de que ella estuvo dispuesta a posar desnuda, y a exponerse frente a miles de desconocidos. Además, como si eso fuera poco, le había regalado una PlayStation 4. Él había soñado con esa consola desde el día en que se anunció que saldría al mercado.

Entró a la pieza otra vez, Diana estaba acostada boca arriba en la cama, y se sorprendió mucho al verlo entrar. Los ojos del chico chispeaban de rabia.

—Perdón, Julián... lo que te dije fue muy cruel, yo...

—¿Vos querés una buena verga?

La pregunta dejó boquiabierta a Diana. Julián se quitó el pantalón, su verga estaba completamente erecta. Sin darle tiempo a su madre para pensar, se subió a la cama y se tendió sobre ella. Sus narices se tocaron, y se miraron fijamente a los ojos.

—¿Qué... qué vas a hacer? —Preguntó ella, confundida.

—Lo que vos tanto querías... para que entiendas que no tenés que reprimirte por mí. Podés ser feliz

Julián apuntó su verga hacia la entrepierna de su madre. La concha pareció abrirse ante el contacto con el glande. Él supo que ella ya estaba lista para recibirlo, al menos físicamente.

—No, esperá, Julián... ¡Ay!

El rígido miembro se abrió paso dentro de esa húmeda caverna, que cedió ante la presión. La verga entró con tanta suavidad y delicadeza, que Diana soltó un grito de puro placer.

—¡Ay, por favor! —Ella arañó las sábanas—. ¿Qué estás haciendo, Julián?

—¿Te gusta?

—Sacala, por favor... —pero la verga, en lugar de retroceder, fue ganando terreno—. ¡Ay! No, no... pará un poquito. ¡Soy tu madre!

—Es obvio que te morís de ganas por probar una buena pija. Vos misma lo dijiste. Nosotros tenemos un trato especial... vos me la chupás, cuando yo lo necesito. ¿Qué tiene de malo si te la meto un poco cuando vos lo necesitás?

—No, por favor... no te muevas. —Ella rodeó a su hijo con las piernas, para evitar que pudiera moverse. Aunque esto causó que lo tuviera más cerca, y que la verga se metiera completa dentro de su concha—. ¡Ay, por favor! ¡Qué pija más grande!

—¿Te gusta?

—Dejá de preguntarme eso...

—Es que, quiero saber cómo te sentís.

—Tengo la pija de mi hijo dentro de la concha. ¿Cómo te creés que me puedo sentir?

—¿Bien?

—Confundida. Muy confundida.

Si todo ese falo hubiera pertenecido a otro hombre, ella estaría totalmente agradecida de recibir una penetración de ese calibre. Pero su mente era un caos. Sus pensamientos se mecían como un péndulo, acercándose hacia las áreas de placer, suplicándole que disfrutara de esa buena verga; la concha se le mojó aún más. Luego el péndulo terminaba balanceándose hacia los rincones de la más cruda realidad. Donde le hincaban el cerebro recordándole que ese era su hijo, y que no podía permitir que ocurriera una cosa semejante.

—Sacala, Julián, por favor...

—¿Por qué? Esto puede ser parte de nuestro contrato especial...

—No, es demasiado. No... para nada. Por favor, sacala.

—¿Me vas a decir que no te estás calentando?

—Eso no es lo importante...

—Decime la verdad...

Él hizo un movimiento corto, pero lo suficientemente rápido como para que Diana pudiera sentir la profunda penetración.

—¡Ay, dios! Sí, me calienta... es una pija... una grande. Me gustan mucho las pijas grandes. Pero esto es demasiado, Julián. En serio... sé que lo hacés de corazón, para que yo me sienta bien. Pero... ¡ay! Pero no podemos... es demasiado. —Ella aflojó las piernas—. Sacala.

Julián empezó a retroceder lentamente, ya no miraba a su madre a los ojos, sino que había posado su cara contra la almohada. La rubia miraba el cielo raso, y hacía hasta lo imposible por convencerse que esa no era la verga de su hijo. Pero esto fue contraproducente, porque la llevó a disfrutar mucho del deslizamiento. Hacía mucho tiempo que su concha no estaba tan llena de verga. Cuando salió completa, se posó a lo largo entre sus labios vaginales.

—Yo... yo no pensaba hacer eso —dijo Julián—. Sólo quería que la tuvieras adentro un poquito... te vi pajeándote, me chupaste la verga... o sea, mamá... ya sé que te calienta la verga. Sé muy bien que tenés necesidades sexuales... solamente pensé que si la tenías un rato adentro, después te podías hacer una paja... pensando en eso...

—¿De verdad? ¿Esa era tu intención?

—Sí, nada más... supuse que, después de todo lo que pasó... y de la confianza que nos tenemos... no estaría mal que la probaras un poco por la concha.

Ella acarició la espalda de su hijo, sin dejar de mirar el techo.

—Tal vez no sea algo tan malo, después de todo.

—Vos me ayudaste mucho, mamá... cuando me la chupaste.

—Bueno, pero eso también me ayuda a mí... la pasé bien... me gusta chupar vergas.

—Pero imagino que más te gusta...

—Que me las metan en la concha, sí... totalmente. Dámela otra vez...

—¿Segura?

—No... para nada. Solamente... dámela otra vez. Una vez más... clavame. Fuerte... hasta el fondo.

Julián cumplió con lo que su madre le pedía. Acomodó su falo, encontró la posición idónea entre los gajos vaginales de la rubia y entró con tanta fuerza como pudo.

—¡Ay! ¡Sí! ¡Por favor! ¡Pero qué buena pija!

Diana pensó que la verga le llegaría hasta la garganta; pudo sentir cómo la invadía con fuerza animal. Los músculos de su cuerpo se pusieron a vibrar. El placer la inundó.

—¡Sacala, sacala! ¡Sacala! —Pidió a gritos, dándole golpecitos a su hijo.

Él retrocedió y la sacó completa. Ella lo empujó, apartándolo. Julián quedó mirando al techo, junto a su madre. Ella no perdió ni un segundo, cerró los ojos y empezó a masturbarse. Concentrándose principalmente en frotar su clítoris y pellizcar sus pezones. No le interesaba meterse los dedos en la concha, ya que aún podía sentir el eco de la dura penetración. Julián, por su parte, tampoco le dio respiro a su verga. Estaba tan excitado que su mano empezó a moverse sin que él se lo pidiera. Madre e hijo se masturbaron, uno junto al otro, como si fueran viejos amigos con derecho a sexo.

—Si vas a acabar... me llenás la cara de leche, ¿está claro? —dijo ella, entre jadeos.

No esperó ninguna respuesta, sabía que su hijo había entendido el mensaje perfectamente. Ella siguió pajeándose, con los ojos cerrados.

—Y de paso... me metés la pija en la boca... me quiero tomar la le...

No alcanzó a completar la oración, un tibio chorro de semen le saltó en toda la cara, y luego llegó otro... y otro. Ella abrió grande la boca, y recibió el falo. Para su fortuna, aún seguía escupiendo leche cuando entró en su boca. Diana la chupó, con la maestría de una actriz porno, y mientras tragaba semen, seguía frotándose el clítoris. Toda esta suma de emociones fue tan abrumadora, que llegó a tener un intenso y húmedo orgasmo, mojando todas las sábanas con los jugos sexuales que saltaron de su concha.

Cuando Diana liberó la verga, Julián la agarró con una mano y le dio golpecitos en la cara a su madre, provocando que salieran las últimas gotas de leche.

La rubia no necesitaba mirarse al espejo para saber que su cuerpo era una obra de arte pornográfico.

El sudor le cubría toda la piel, haciéndola brillar, y todo su rostro estaba cubierto por líneas blancas. Sus grandes tetas subían y bajaban, al compás de su agitada respiración. Tenía las piernas bien abiertas, y entre ellas estaba la mancha de humedad, que era prueba irrefutable de ella había alcanzado el clímax.

Julián supo que no podía desperdiciar este momento. Fue hasta su cuarto, corriendo, y regresó con la cámara en mano, y con la pija aún dura, sacudiéndose al ritmo del trote. Empezó a fotografiar a su madre desde todos los ángulos posibles. Ella escuchó el disparador de la cámara y supo que debía quedarse quieta, y así lo hizo. De todas formas, ya no tenía energía para moverse.

—6—

Al día siguiente Diana fue a buscar a Julián, como imaginó, lo encontró enchufado al juego de Batman, en la PlayStation 4. Ella sonrió, con genuina alegría, y se sentó frente a él.

Julián puso el juego en pausa.

—No hace falta que pares —dijo la rubia—. Quiero verte jugar un ratito...

—¿De verdad? No sabía que estos juegos pudieran interesarte.

—Y no me interesan. Pero cuando jugás se nota que estás feliz... por eso, seguí jugando, yo me quedo mirando un ratito.

—Bueno, está bien.

Diana se sintió muy bien durante todos los minutos que pasó viendo cómo su hijo jugaba. De vez en cuando le preguntaba alguna cosa, sobre cómo hacía que el personaje se moviera de determinada manera. También hizo muchos comentarios sobre cuánto la asombraba ver el nivel gráfico que tenía el juego, y lo bien recreada que estaba la ambientación.

Casi una hora después Julián dio por finalizada su sesión de juego. Apagó la consola y miró a su madre.

—Sobre lo que pasó ayer... —dijo él.

—Lo que pasó ayer no se va a volver a repetir. Fue algo de una sola vez. ¿Está claro?

—Sí, muy claro.

—Y no te sientas mal, a mí el gesto me gustó... y no voy a negar que me calentó hasta la estratósfera. Pero está mal... es demasiado.

—Sí, es demasiado. Lo repetiste como veinte veces.

—Y lo voy a repetir veinte veces más, de ser necesario. Es demasiado.

Los dos se quedaron mirando la pantalla negra, en silencio. Unos segundos después, Julián habló:

—En fin... ¿cuál era la idea que tenías en mente ayer?

—Ah, cierto. Pensé que te habías olvidado de eso. Se me ocurrió que podíamos ayer podíamos hacer algo...

—¿Y ya es muy tarde?

—No, yo imagino que lo podríamos hacer hoy. Si tenés ganas.

—Vos ya me viste jugar... ahora elegí vos. ¿Qué vamos a hacer? Yo no me voy a negar.

—Mejor, porque sé que tal vez la idea no te agrade demasiado. Quiero que salgamos a dar una vuelta, pasamos mucho tiempo encerrados en casa. Sé que a vos te gusta estar acá, bueno, a mí también; pero nos va a venir bien tomar un poco de aire fresco.

—Está bien ¿tenés pensado algún lugar en particular?

—Es temprano, hace calor. Podríamos ir a la playa.

—No me gusta la playa.

—Ya sé; pero ¿hace cuántos años que no pisás la arena? Es para hacer algo distinto a lo que hacemos todos los días. Dale, no seas así...

—Está bien. Vamos.

—Perfecto, yo voy a darme una ducha y después voy a preparar todo lo necesario.

—¿Qué? ¿Ahora?

—Sí, ahora... antes de que tengas tiempo de pensar demasiado en el asunto, y termines poniendo alguna excusa. Lo mejor es salir cuanto antes. Y por cierto... llevá la cámara. Estoy segura de que vamos a poder sacar fotos muy buenas.

Diana le guiñó un ojo a su hijo y salió del dormitorio, dejándolo con la incertidumbre de qué tipo de fotos tenía en mente.

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