El Abogado. Cap. 03

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La expectativa de ese encuentro inicial había generado tal excitación en Romina, que estaba a mil. Sin poder evitarlo, mientras ondulaba sus caderas hacia él, se encontró instándolo, azuzándolo vocalmente: "¡Sííí, hazlo así! ¡Dame más duro! ¡Mete toda tu polla! ¡No te detengas!"

Romina estaba enloquecida, su cuerpo sudoroso había comenzado a chasquear contra el de Rubén y el calor de su entrepierna comenzaba a inundar sus caderas guiándola hacia la ruta final. Su orgasmo la pilló en el instante mismo en que Rubén empujaba y hundía su miembro en el ataque final, aquel instante mágico en que el hombre pareciera penetrar el cuerpo de la mujer y lograr esa unión que parece escaparse. Fue ese momento en que llenó el estrecho espacio del preservativo. Romina se estremeció y se crispó totalmente para pegar cada centímetro de su cuerpo al del muchacho.

La habitación quedó de silencio mientras los dos cuerpos satisfechos yacían de espaldas en la cama, recuperándose lentamente de sus orgasmos.

Para Romina, esto recién comenzaba.

****

Y aunque la invitación que Romina hacía a sus amantes de turno de visitarla en su casa no dejaba de sorprenderlos, ninguno puso nunca objeción, al contrario accedían con agrado ante la expectativa que les generaba el encuentro, eso de estar engañando al marido en su propia casa.

Pero, no siempre todo funcionaba de maravillas. Si bien eso de hacerle el amor a la dueña de casa, en su casa, agregaba sin duda un toque extra de excitación, la exuberante y agresiva belleza a las que los enfrentaba la desnudez de Romina cuando aparecía ante ellos los enloquecía de tal manera, que en muchas ocasiones los hacía acabar en segundos, y si el amante de turno no tenía la suficientemente estamina para soportar las exigencias de esa diosa, todo terminaba en frustración para Romina.

En todos estos años, los amantes del Romina habían sido aventuras de sólo una noche. Eso evitaba que se involucrara más de la cuenta. Había un pacto tácito con Leandro para que ello fuera así. Era su manera de mostrarle a él cierta lealtad. Por otra parte, Romina se había impuesto ciertas limitaciones en esas relaciones extramaritales, que ella interpretaba como una especie de tributo al cariño que ella le profesaba a Leandro: sexo siempre con preservativo, sexo limitado solo a la penetración normal, ningún toque abusivo, y qué decir del sexo anal, absolutamente prohibido. Tampoco sexo oral por parte de ella. Eso sólo se lo permitía con Leandro. Además, debían dejar la casa a la medianoche.

En alguna ocasión Leandro, acostado junto a ella en el dormitorio principal, le dijo a Romina "Estas actuando como una mantis". Y ella se reía y se acurrucaba en su pecho, aguardando sus caricias. Sabía que todo eso lo excitaba sobremanera y siempre le hacía el amor.

Todo había funcionado así, hasta el momento en que Leandro llevó a Luciano a casa para realizarle una asesoría tributaria. La belleza viril del muchacho había atraído de inmediato la atención de Romina, cosa que Leandro captó también. Ella hacía varios meses que no realizaba sus incursiones sexuales fuera de las que tenía con Leandro y ella, como una especie de justificación a esa violenta atracción que había sentido por el muchacho, la atribuyó a la falta de sexo fuera del lecho conyugal que formaba parte de su vida actual.

Esa noche, cuando estaban ambos en la cama, Leandro la quedó mirando, y Romina le sonrió.

"¿No te molestará que coquetee con tu abogado?" Le dijo ella.

"¿Tanto te atrajo?" Le preguntó divertido Leandro.

"Sí. Pero con él quiero algo distinto. Me gustaría que me dejases que lo lleve a nuestro dormitorio."

"Humm" Dijo él, levantando las cejas.

"Es que me gustaría que esta vez vieras todo más cerca, sentado en tu sillón favorito"

"Humm. Vale" Dijo él, mientras la besaba.

*****

Efectivamente todo se había dado de forma vertiginosa. Romina no le había impuesto ninguna regla a Luciano, excepto la de la ducha antes de hacer el amor. Pero, cuando lo había visto desnudo y le había hecho sexo oral de una manera que ni siquiera con Leandro, con toda su experiencia, había experimentado, las cosas cambiaron para ella de forma dramática.

Romina no podía creer lo que estaba sintiendo con ese joven. Se sentía desbocada, como nunca se había sentido. Después de haberle hecho el amor a la manera misionera, y descansaban recuperándose, no le importó cuando él tomándola por los hombros la giro y la puso de bruces en la cama y colocándose a horcajadas sobre ella, comenzó a hacerle sentir la punta de su miembro justo allí, en la rosa de su culo. Él se mantuvo dándoles puntadas allí, hasta que finalmente guio la cabeza entre sus labios mojados por las recientes descargas y la penetró.

Romina gimoteó al sentir asaltada su carne temblorosa de esa manera. Mordió la sabana cuando Luciano, sin ninguna consideración comenzó a culearla, golpeando su entrepierna contra sus nalgas cada vez con más fuerza. Su excitación comenzó a llegar a su límite cuando él le introdujo su pulgar en su pequeño orificio fruncido. Quiso protestar, pero su lascivia pudo más y le rogó que siguiera. Poco segundos después tuvo un orgasmo que la dejó casi inconsciente especialmente al sentir el pecho de Luciano que se apoyaba sobre su espalda cubriéndola totalmente. En ese momento se sintió protegida, más de lo que se había sentido alguna vez.

Esa noche Luciano se quedó a dormir en la cama junto a Romina y Leandro, cuando los vio así, se retiró al dormitorio de invitados.

****

Todos esos pensamientos y recuerdos poblaron la mente de Romina en este momento en que veía como el sol dejaba su último rastro de su presencia en el horizonte.

Suspiró y se dirigió con paso firme hacia el comedor en donde la esperaba Leandro.

*****

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